“Nietos en paro, abuelos trabajando”. Desde 2001, espoleada por la crisis de las «puntocom» y los atentados del 11S, la Fed orquestó al resto de bancos centrales en una sinfonía de tipos de interés bajos, crédito al más pringao, burbujas auto sustentadas, y pleno empleo. Aquello sonó bien, hasta que empezó a sonar muy mal. Esa política inflacionista sólo se resuelve con una crisis, o por la vía de la hiperinflación y la destrucción de la moneda, del sistema económico y de una sociedad. Se optó por lo primero, y aquélla fue la crisis más dura desde la Gran depresión.

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No se trata del sistema capitalista, sino de su manejo por parte de lo que podemos llamar el poder, dicho sea sin más pretensión que describir lo que acaece. Un poder que no es democrático, pero tampoco independiente de los intereses de los políticos. Como la economía es la ciencia que se basa en la escasez, y que ésta no se puede vencer por juegos de magia obrados desde el poder, aquella prosperidad se produjo con la misma simiente que provocó la crisis. Y sí, los nietos acabaron en el paro, y trabajaba todo el que podía, abuelo o no.

El sistema es anti nosotros; opuesto a los intereses generales, pensado y ejecutado para favorecer a los grupos organizados frente al ciudadano común. Y vosotros defendisteis el sistema; vuestra indignación surge de no aceptar que no funciona. Por eso fracasó el movimiento 15 M

“Jóvenes sin futuro” es una antinomia. Futuro es casi lo único que les es dado a los jóvenes sin que deban entregar nada a cambio. Qué futuro les espere depende, entre otras cuitas, de lo que ellos den. La base de la sociedad es el do ut des. Al comienzo de la vida prácticamente sólo recibes. Recibes de la familia, que te da los medios de vida y los que te permiten crecer como persona y como ciudadano y profesional. Para que, cuando estés en la rampa de salida, comiences a dar (producir) para poder recibir.

En la sociedad actual el Estado sustituye, en la medida que puede, a la familia. Se apellida “de bienestar”, o más bien ese es su apodo. Promete a los jóvenes que ellos recibirán sin dar nada a cambio, porque para eso ya explota a otros fiscalmente. Cuando la crisis económica se convirtió en una crisis fiscal, ese Estado empezó a faltar a las promesas que hacía con dinero ajeno. Y la crisis fiscal devino en crisis política y, finalmente, en una crisis del sistema, de la Constitución, y del país.

Los jóvenes, o, por mejor decir, estos jóvenes, pensaron que su futuro dependía de una ventanilla en una Administración pública, no de lo que podían crear ellos. Cuando se acabó el dinero, se les apagaron las luces y lo único que se les ocurrió fue acampar en Sol, no buscarse la vida. “¡Tengo una carrera y como mortadela!”. Ven la carrera universitaria como un título a unos ingresos, no como una oportunidad para adquirir unos conocimientos que les permitan hacer algo que los demás valoren.

“Lo llaman democracia y no lo es”. La democracia, dicen los niños, debe reflejar las preferencias del pueblo, y hacerlas realidad. Los niños, que todavía no saben cómo funciona el mundo, atribuyen lo que ocurre a su alrededor a la obra de una cierta magia. Así, un infante se queja cuando se encuentra en el paro o trabajando por una miseria. Y todo lo achaca a la cicatería de la sociedad, o de los políticos, sin plantearse en qué le ayudan las leyes de salario mínimo, o los impuestos que recaen sobre el trabajo, o quién provoca los tsunamis de crédito que provocan las crisis.

Querían sueldos altos luchando contra los empresarios y contra el crecimiento. Querían empleo prohibiendo los sueldos de entrada en el mercado laboral, y querían progresar al ritmo en que lo que progresa son los impuestos. Querían gasto público, pero sin asumir que ellos, como los demás, tienen que pagarlo: “Vuestra deuda no la pagamos”.

No es “la dictadura de los mercados”, sino la de la realidad. Creen que se pueden evitar las consecuencias de la mala política que ellos desean, como si la democracia tuviese la capacidad de anular la ciencia económica. Como si la democracia pudiese implantar la máquina del movimiento perpetuo, ignorando la termodinámica, sólo porque hemos votado que exista. “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”, dijeron entonces. Y todavía no acaban de asumir que esa pancarta es cierta.

“Esto no es una cuestión de izquierdas o de derechas; es una cuestión de los de abajo contra los de arriba”. Los de abajo, que son más, votaron que hubiese duros a peseta. Y los de arriba vinieron con un Excel. No es una cuestión de izquierdas o de derechas; es una cuestión de los adultos frente a los niños. Que por eso son indignados, porque su madre les ha dicho que no les compran el juguete porque no hay dinero en casa.

“No nos representan”. No, no nos representan. En España el voto decide el nombre por el que se van a cortar las listas que hacen los líderes de los partidos. Los elegidos han sido designados por ellos, y es a los líderes a quienes deben su sueldo, no a nosotros los electores. La democracia española es muy poco democrática. El único sistema plenamente democrático, en el que hay una representación, es el de la circunscripción única, a una o dos vueltas. De la maraña de lemas del 15M no salió una sola idea para hacer el sistema más representativo.

“No somos antisistema. El sistema es anti nosotros”. El sistema funciona así: Los políticos prometen dar todo a cambio de nada. Los electores, que son como niños, les creen y les votan. De modo que sí, ellos no son antisistema. Son los guardianes del sistema, los que aún creen que los políticos pueden darles lo que ellos no se ganen por sí mismos.

Y sí, el sistema es anti nosotros; opuesto a los intereses generales, pensado y ejecutado para favorecer a los grupos organizados frente al ciudadano común. Y vosotros defendisteis el sistema; vuestra indignación surge de no aceptar que no funciona. Por eso fracasó el movimiento 15 M.

Foto: Marcos B. C.


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