Comienza Antonio Papell su reflexión acerca de las causas de la derrota de la izquierda madrileña aludiendo a un hecho de la ontología de la democracia: el pueblo puede votar cualquier cosa, incluso las más inesperadas (desde el prisma ideológico de la izquierda por supuesto). El demócrata se diferencia del que no lo es porque acepta un hecho metafísico de la democracia: mediante el acto de votar la masa se transustancia en comunidad. La comunidad supone una especie de síntesis de los individuos en una unidad superior que no consiste en un mero agregado. La comunidad es algo más que la suma de sus partes. Dicho de otra manera, la comunidad es distinta de los individuos que la componen porque del acto electoral emerge una voluntad común. En este sentido Papell se muestra un claro heredero de la tradición roussoniana que exalta la voluntad general como algo que está por encima de las voluntades particulares de los electores, aunque como veremos sólo aparentemente

Publicidad

Con el término transustanciación, tomado de la teología católica Papell utiliza una analogía con el misterio eucarístico para intentar dar cuenta de cómo es posible un hecho misterioso para él: que el demos pueda votar en contra de sus intereses. Esto sólo demuestra que la izquierda mantiene una actitud paternalista acerca de la cuestión del voto. Para ésta un mal uso del voto es un ejemplo de un mal uso de la libertad, o de libertinaje como recientemente ha dicho Mónica García, haciendo uso también de un concepto tomado de la teología moral católica. La izquierda es víctima del polilogismo, cada clase social debe votar en función de sus intereses de clase. Por eso es tan absurdo que un obrero vote a la derecha como que existan triángulos cuadrados.

Buena parte de los discursos exculpatorios del chavismo y de otras formas del llamado socialismo del siglo XXI se basan en el mitema de que el pueblo habló y que Hugo Chávez, Evo Morales, Rafel Correa se limitaron a escuchar lo que el pueblo quería que fuese, aun en contra de los intereses de las oligarquías políticas y económicas

Esta reflexión ontológica de Papell en la que alude al carácter metafísico de la democracia resulta interesante porque permite extraer una serie de conclusiones acerca de qué entiende la izquierda por democracia.

En primer lugar, la alusión a conceptos como metafísica, transustanciación o libertinaje por parte de la izquierda para definir la democracia apuntan a que ésta entiende cualquier discurso sobre la democracia como un conjunto de proposiciones que no tienen sentido alguno. Por decirlo de otra manera, la izquierda posmoderna se declara heredera de la crítica neopositivista al discurso metafísico. La izquierda parece querer abandonar el discurso roussoniano sobre el carácter supremo, cuasi divino, de la voluntad general cuando ésta no parece conformarse a sus intereses.

Papell renuncia a entender qué es la democracia por considerarla un asunto metafísico respecto de la cual sólo cabe un límite deontológico: la democracia no puede rebasar los límites marcados por el respeto de los derechos humanos. Dado que la izquierda entiende por derechos humanos cosas tan diversas como la utilización de un lenguaje inclusivo, la existencia de una fiscalidad confiscatoria, un derecho irrestricto al aborto o una limitación de la libertad de expresión de opiniones contrarias a sus ideas y proyectos, los límites deontológicos de esta democracia equivalen a afirmar en la práctica que cualquier gobierno “democrático” que no los respete no puede ser legítimamente considerado como tal. Lo que hace Papell es deslegitimar cualquier gobierno que no sea progresista, pero lo hace no apelando a una crítica a los fundamentos “metafísicos” de la democracia (la voluntad de la mayoría) sino apelando a los límites deontológicos que ésta forma de gobierno debe tener para poder ser considerada legítima. Es una forma “aparentemente” respetuosa con el dogma democrático de que la mayoría tiene el derecho a gobernar pero que en realidad encubre justo la tesis contraria: sólo los valores de una minoría elitista (los asociados con el llamado progresismo) pueden tener vigencia en una sociedad realmente democrática. Según esta visión de la izquierda, la derecha sólo puede gobernar legítimamente si asume y aplica, al menos en cierto grado, el programa progresista.

A mi juicio esta pataleta de la izquierda le ha llevado a descubrir algo que ya pusieran de manifiesto los análisis económicos de la democracia (tradicionalmente asociados por la izquierda a posiciones neoliberales) que manifestaron el carácter escasamente racional de buena parte de los procesos electorales, respecto de los cuales no se cumplen algunos axiomas propios de la teoría económica. Nada nuevo bajo el sol. En cualquier caso, desde mi punto de vista, este tipo de análisis confunden racionalidad con limitación expresiva propia del meta-lenguaje. Por poner un ejemplo, un lenguaje formal de primer orden tiene limitaciones expresivas al querer decir ciertas cosas relativas a la infinitud, sin embargo, esto no convierte en irracional la noción de infinitud. Algo parecido ocurre con la democracia que está muy vinculada a una noción modal como la de contingencia o una categoría onto-teológica como la de acontecimiento.

Buena parte de las teorizaciones de la democracia radical posmarxista de autores como Alain Badiou o Zizek toman prestadas la noción de acontecimiento cristiano sacada de las epístolas de San Pablo. La democracia tiene en este sentido la virtualidad de dislocar un estado de cosas, de hacer que las cosas no se desenvuelvan por los cauces ordinarios o previsibles. La democracia es ente sentido una suerte de milagro secularizado, ya que tiene la virtualidad de hacer que las cosas no sean como se espera que sucedan. Esta visión de la democracia la admite la izquierda sólo cuando los eventos se inscriben en una dirección neohegeliana de la historia, si van en la línea marcada por la escatología marxista. Así, aunque la izquierda dice ver en la democracia un elemento disruptor, en realidad no es así. La democracia debe seguir los cauces prescritos por las leyes deterministas que parecen gobernar la historia según la visión progresista.

La derrota de la izquierda madrileña no debería haber ocurrido, porque no es un acontecimiento legítimo, según la visión escatológica secularizada de la historia que defiende la izquierda. La democracia es un evento que está en consonancia con un determinado sentido progresista de la historia. Si este no es el caso, entonces la democracia no es tal, sino que es una perversión oligárquica. Esta es la interpretación de la historia constitucional que hace Gerardo Pisarello en Un largo Termidor para el que hay revoluciones democráticas (la francesa de 1793, la bolchevique, mayo del 68…) y otras reaccionarias u oligárquicas como la norteamericana, cristalizada en la constitución de 1787, la francesa de 1830 o la transición española

En segundo lugar, si sobre la izquierda no caben discursos racionales, como parece señalar Papell, sólo caben mitemas que tengan una función ideológica. La democracia tiene una función retrodictiva, justificar a posteriori una acción revolucionaria sobre la base de un presunto apoyo popular. Buena parte de los discursos exculpatorios del chavismo y de otras formas del llamado socialismo del siglo XXI se basan en el mitema de que el pueblo habló y que Hugo Chávez, Evo Morales, Rafel Correa se limitaron a escuchar lo que el pueblo quería que fuese, aun en contra de los intereses de las oligarquías políticas y económicas. Así el fracaso del socialismo del siglo XXI se presenta como una suerte de traición a la verdadera democracia. La democracia progresista se entiende entonces como una suerte de cheque en blanco en favor del gobernante, siempre y cuando éste sea de “izquierdas”.

Foto: Ehimetalor Akhere Unuabona.


Por favor, lee esto

Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticamente correctas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo tú, mediante el pequeño mecenazgo, puedes salvaguardar esa libertad para que en el panorama informativo existan medios nuevos, distintos, disidentes, como Disidentia, que abran el debate y promuevan una agenda de verdadero interés público.

Become a Patron!