Vivimos en un mundo en el que la lucha de minorías woke para imponer sus ideas al público, cuyo buen juicio y cuya libertad menosprecian, avanza sin cesar. Esos nuevos autoritarismos se están haciendo de sentido común y crecen sobre la base de una aceptación pasiva que se inspira en el asombroso criterio de que nadie diría cosas como las que se dicen si no fueran verdades indiscutibles. Es un caso práctico de la teoría de la propaganda y la sumisión, a medida que crece el número de los creyentes, se fortalece la adhesión al dogma de turno.

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La credulidad de muchos no hace sino crecer porque les basta que se diga que la ciencia ha establecido lo que fuere, por encima de cualquier duda, para que hagan suya de manera inmediata la idea e, incluso, la adornen con lo que creen ser experiencias de primera mano que corroboran las convicciones de fondo con las que acaban de comulgar.

Al presidente del gobierno le ha caído la del pulpo por decir que le gustan los chuletones. Ya es mala suerte que le critiquen para una vez que dice la verdad, pero es que ha tocado la fibra ecologista de forma irreverente al olvidarse del enorme mal que causan los pedos de las vacas

Lo llevamos viendo este último año con la pandemia que ha hecho que crezcan como setas las admoniciones de los expertos y la gente que se cree investida de una gracia salvífica para hacer que la humanidad no se despeñe de manera definitiva y pronta. Para muchos de estos presuntuosos cenizos el virus ha sido casi una bendición natural que permite ver hasta qué punto son irresponsables e insolidarios los que no se someten al régimen casi conventual pero puramente arbitrario que se ha querido imponer con la severidad de lo sagrado. La experiencia parece haber servido para corroborar las ideas de los nuevos dictadores y abundan las expresiones del tipo “ya se sabe lo que pasa cuando se dejan los grandes desafíos globales al albur de la responsabilidad individual”.

Hay una legión de almas bellas comprometidas con que se acepten las verdades inapelables de esa nueva religión que nos ofrece un sistema de dogmas incontrovertibles y de objetivos apostólicos en la defensa de la sostenibilidad, el feminismo liberador, o en la lucha contra la violencia de género, la homofobia, o el cambio climático. El argumento de los nuevos predicadores que llaman a la cruzada pretende basarse en supuestas evidencias que no todo el mundo es capaz de comprender, y así se dice que, por ejemplo, frenar el cambio climático supone una movilización de energías y de fuerzas de tal calibre que no se puede dejar al criterio y la medida del ciudadano común. Piensan y repiten que unos objetivos tan grandiosos requieren grandes transformaciones tecnológicas, económicas y empresariales, así como políticas públicas capaces de superar las divisiones partidistas, de forma que conciben su misión como algo con derecho a prescindir de la libertad, la democracia y las leyes.

Se trata de salvar el planeta, y no se puede andar con zarandajas, así que no debiéramos extrañarnos si no se tarda mucho en ver legiones de voluntarios de la nueva fe dispuestos a hacerse con el poder para obligar a la gente a portarse bien.

Hay dos maneras de conseguir esos objetivos, la primera es lograr una concienciación, como se dice, del público para que no rechiste y acepte a pies juntillas los nuevos mandatos. La segunda, si la primera no marcha bien, aunque no va nada mal como hemos dicho, es derrocar las instituciones de la democracia en aras de un bien muchísimo mayor que la bobada esa de la libertad política, que solo sirve para equivocarse.

De momento, los ayatolas de estas nuevas religiones se ocultan detrás de órganos de opinión, de redes sociales y se dedican a un activismo que podríamos considerar de kale borroka, a dar mamporros hasta poner en fuga a cualquiera que diga algo que no encaje en el sistema dogmático que tratan de imponer con una incesante manipulación y repitiendo lemas y aleluyas de todo tipo. Nadie se libra de la vigilancia de estos guardianes que jamás descansan. Al presidente del gobierno le ha caído la del pulpo por decir que le gustan los chuletones. Ya es mala suerte que le critiquen para una vez que dice la verdad, pero es que ha tocado la fibra ecologista de forma irreverente al olvidarse del enorme mal que causan los pedos de las vacas.

Ante un crimen como el homicidio de un joven en La Coruña y sin conocer las circunstancias del caso los censores de guardia se han lanzado a toda prisa a presentarlo como un delito de homofobia porque hay que imponer la creencia de que toda violencia es machista y debe ser suprimida de raíz no por lo primero sino por lo segundo: si es violencia ha de ser machista y no se hable más.

Para esta clase de sujetos dogmáticos e intolerantes, no cabe tomarse a la ligera ni los pretendido grandes daños que causa el ganado con sus flatulencias ni abrigar la menor sospecha de que cualquier violencia es una manifestación de homofobia y machismo, y que se libren jueces y fiscales de sostener cualquier suposición contraria si no quieren tener problemas.

Parece que nuestros apóstoles han descubierto que argumentar es de necios, y que el público traga con mucha mayor facilidad lo que se le manda que lo que se le sugiere. Es lo que pensaban los nazis, y no les fue mal, además de que constituye la esencia de la democracia china bajo las órdenes indiscutibles del partido comunista que mejor ha entendido los resortes del poder. Todo sea que en el corrupto occidente haya que esperar un poco para que ese miedo reverencial al futuro y esa sumisión a los profetas que dicen saber cómo evitar el desastre se pueda imponer mediante recursos tecnológicos. Entonces viviremos en Jauja y ya no habrá nada que pensar.

Foto: Clay Banks.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web