En España podemos presumir muy poco de lo que nos ha pasado con la Covid 19, porque, para desgracia de todos, hemos destacado bastante en varios aspectos fundamentales y de modo muy negativo. En lugar de echarnos los trastos a la cabeza, debiéramos tratar de aprender y empezar a hacerlo cuanto antes. Es innegable que el Gobierno actúo de manera irresponsable en los orígenes de la amenaza, pero sería muy injusto echarle las culpas en exclusiva, porque los fallos de carácter administrativo y de prevención que han hecho posible el disparate preventivo del Gobierno vienen de muy abajo y afectan tanto al PSOE como al PP, que son los dos partidos que han gobernado España desde 1982. 

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Luego ha venido la sobrerreacción del Gobierno, asustado  por el gravísimo error cometido, una forma de gobernar que ha incurrido en varios errores evitables; el primero, no haber contado con nadie, y en especial con el PP al que se debía haber corresponsabilizado desde el principio en la estrategia frente a la crisis; el segundo,  tomar en solitario un poder con el que no ha sido capaz de conseguir lo que se proponía, como lo evidencia la continua postergación de sus iniciativas, y no ha podido hacerlo por faltarle resortes esenciales, y su ignorancia al respecto no atenúa su responsabilidad sino que la hace más penosa; el tercero, recurrir a la solución más fácil y tremendista, este confinamiento radical y abusivo cuyas consecuencias van a ser devastadoras, también para el Gobierno, sin que, a la vista de los casos comparados, quepa una justificación indiscutible de esa privación de libertades civiles impuesta durante largas semanas

Es evidente que frente a esta pandemia son muchas las naciones que han tenido problemas graves, pero para nuestra desgracia, España ha quedado en una situación muy desairada, tanto ante cualquier análisis comparativo como por carecer de una estrategia comprensible, amen de producir un número de equívocos estadísticos y de información que también nos ha situado en primer plano respecto a poca fiabilidad. El Gobierno ha reaccionado siendo rígido, para aparentar el mayor sentido de la responsabilidad, y siendo muy tendencioso con la información, asumiendo estrategias poco tolerables, pues se ha basado en una triple pretensión sin mayor fundamento: que su tratamiento de la crisis era el  único posible, que su ejecución se llevaba a cabo de manera transparente, y, por último, que lo hacía todo en función de su exclusiva identificación con lo esencial (España, la nación, la ciudadanía, se puede escoger el referente), de forma que cualquier crítica le debía resultar egoísta, antipatriótica, incluso criminal.

Es una enorme sandez suponer que este Gobierno, o cualquiera, sea más capaz de prever las mil circunstancias de la vida libre que cada uno de los cuarenta y siete millones de españoles

Es fácil comprender que el confinamiento habría de acabar por ser insostenible, y el Gobierno pretende ahora, después de haber sido sumamente imprevisor, tenerlo todo controlado. La paradoja es evidente, porque si no tuvo los medios para afrontar algo grave, inmediato y bastante previsible, como lo muestra la admirable gestión portuguesa, para no ir más lejos, es de necios pretender que tendrá ahora los medios para controlar algo bastante menos predecible, tanto desde el punto de vista sanitario como desde el económico a la vista de la intensísima ruina provocada por un confinamiento tan prolongado. 

Pues bien, el Gobierno se ha puesto minucioso, y en lugar de dar unas instrucciones sencillas y comprensibles y dictar unas normas esenciales y claras, se ha metido en un barrizal de fases, geometrías variables y adaptabilidades teóricas, eso sí, sin dejar de establecer normas absurdas (como lo fue prohibir a una pareja que comparte el lecho utilizar las dos plazas delanteras del coche). En su confuso mechinal ha llegado a resucitar la provincia como lugar sanitario teórico para establecer que los vecinos cántabros de San Vicente de la Barquera no pueden acercarse a la vecina Unquera, porque linda con Asturias. 

La razón de todo ese fenomenal barullo regulatorio sigue dependiendo de dos motivos, el primero, intentar que se olviden los errores iniciales que son los que han puesto nuestras cifras de afectados y fallecidos por la zona muy alta, el segundo, la desconfianza de este gobierno en la capacidad de los españoles para ocuparse de sus propios asuntos, y, en especial de su salud y su vida. Pero, a nada que se piense se verá con claridad que es una enorme sandez suponer que este Gobierno, o cualquiera, sea más capaz de prever las mil circunstancias de la vida libre que cada uno de los cuarenta y siete millones de españoles. 

Por más que nadie se empeñe, y el Gobierno hace lo suyo, no es posible ocultar por más tiempo dos realidades muy incómodas, que el error fatal ha sido la frivolidad inicial, y que los gobiernos que han seguido estrategias de confinamiento mucho más suaves y razonables no han tenido menos éxito en la contención de la pandemia que el nuestro, y hay numerosos ejemplos para comprobarlo con datos en la mano. Es posible que pronto se pueda ver, además, que los efectos, económicos y de todo tipo, desatados por un confinamiento tan largo como insoportable no podrán justificarse en serio por una hipotética reducción de los peores efectos de la enfermedad. La verdadera razón por la que el Gobierno de Sánchez (y de Iglesias) emprende este proceso tan barroco y reglamentista de desconfinamiento es que harían un ridículo universal si lo mantuviese por más tiempo, por mucho que teman, y seguro que temen, que el no disponer de datos precisos para combatir la pandemia (tests fiables, abundancia de suministro de mascarillas y de medios de higiene, y encuestas serológicas que permitan acercarse a la cifra oscura, al número real de afectados, a la determinación precisa de la tasa de infección, y a las tasas  de morbilidad y letalidad) nos puedan poner en algún momento ante un riesgo grave de repunte.

Todos tenemos mucho que aprender de lo que nos ha ocurrido, pero el Gobierno debiera hacerlo más deprisa. Por desgracia, el intervencionismo, la arbitrariedad administrativa lejos del respeto a la ley y a los derechos individuales, como muestran el numerito de las fases, y el caos de los horarios, no dan la sensación de que este Gobierno tenga capacidad de rectificar, ni siquiera ante la evidencia de una catástrofe tan enorme. El poeta decía que hoy es siempre todavía, pero los prejuicios políticos y los dogmas ideológicos no parecen susceptibles de cura rápida, ni siquiera en presencia de refutaciones tan contundentes como dolorosas.

Foto: Pool Moncloa / JM Cuadrado

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web