Por un tiempo he desmenuzado en mi corazón el sentimiento de odio que arrastra el arte de los toros. Me he parado sobre aquellos que lo califican de tortura cuando la tauromaquia siempre ha sido enemiga de tales suplicios. Si no fuera así, no se dispensarían indultos pues no es sabido que un torturador conceda el perdón al torturado para dilatar con ello su martirio. Puestos a torturar, bien haría el torero en aplicar descargas eléctricas sobre el toro en lugar de hacer uso de banderillas. Tampoco de esto tenemos registro.

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Por no ver, tampoco se ha visto que un torturador por el hecho de serlo ponga su vida en peligro, cosa que sí le sucede al torero cada vez que se viste de luces. Otros, que siempre son los mismos, apelan a la desigualdad de trato entre el torero y el toro. Pero una lucha para ser lucha tiene que estar abierta a la desigualdad pues no se puede esperar de lo que es idéntico ni ganador ni vencido. La lucha para ser justa debe ser leal, que no igual; esto es, debe ser intransigente a los juegos de manos para abrazar reglas imparciales conocidas por todos. En su favor a la deshonra acudirán los antitaurinos al sufrimiento del toro para desprestigiar los festejos. Sin caer en la cuenta de que si el toro mínimamente sufriera huiría y no embestiría. El dolor está más familiarizado con lo inesperado que con la refriega. Nunca será comparable el dolor de un imprevisto golpe en el dedo del pie con la herida acometida durante el fragor de una batalla.

Lo único prohibitivo está en la sociedad que nos acoge dominada por miedos y miserias que la hacen indigerible a la exaltación de un universo de capotes y espadas

Todavía, en estas, suscitarán a que el toro reste al menos vivo tras la ceremonia, olvidando que lo que se celebra en la plaza no es un espectáculo para deleitar sino un rito lleno de sacralidad. No hacerlo así, degrada el contenido sacramental del trance suplantando al fino aficionado por un vulgar espectador cebado de pipas y alcohol. Para aquellos que en su descaro sostienen que el toro no es cultura bien harían con echarle un ojo a los treinta tomos y más de veintiuna mil páginas que ocupa la enciclopedia de José María Cossío. No cubre la imaginación tan ingente cantidad de páginas enteras sin destilar de ellas un profundo trabajo sobre la naturaleza del hombre y sus arrebatos. Recuerdo haber escuchado que el español en su vergüenza no aspira en anhelar lo que tiene el otro sino que el otro nunca lo tenga. Aunque solo sea para no ser delatado ante los vecinos de sus carencias se empeña en bajar varios niveles la altura del hombre.

¡Aficionado!, nada errado hay en tu pasión por la lidia para no poder gritar a viva voz ¡Viva el toreo! Lo único prohibitivo está en la sociedad que nos acoge dominada por miedos y miserias que la hacen indigerible a la exaltación de un universo de capotes y espadas. Duele mirar al toreo porque duele ver lo que el hombre ha perdido de hombre. Allí repose la rabia de muchos, allí lo haga nuestra alegría.

*** Texto dedicado al maestro Sebastián Castella por su próxima reaparición a los ruedos.

Foto: Stephane YAICH.


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Antonini de Jiménez
Soy Doctor en Economía, pero antes tuve que hacer una maestría en Political Economy en la London School of Economics (LSE) por invitación obligada de mi amado padre. Autodidacta, trotamundos empedernido. He dado clases en la Pannasastra University of Cambodia, Royal University of Laws and Economics, El Colegio de la Frontera Norte de México, o la Universidad Católica de Pereira donde actualmente ejerzo como docente-investigador. Escribo artículos científicos que nadie lee pero que las universidades se congratulan. Quiero conocer el mundo corroborando lo que leo con lo que experimento. Por eso he renunciado a todo lo que no sea aprender en mayúsculas. A veces juego al ajedrez, y siempre me acuesto después del ocaso y antes del alba.