Recuerdo que siendo niño vi en televisión una noticia sobre la Ashura, la fiesta más importante de los chiíes, que conmemora el martirio de imán Husáin. La multitud de personas por la calle dándose golpes hasta sangrar de forma abundante me impacto de tal modo que nunca se ha borrado del todo aquella imagen de mi mente. Seguro que conocen lugares donde se celebraba la Pasión y Muerte de Jesucristo clavando a personas en cruces reales, con clavos y martillos de verdad, en espera de la Resurrección. Todas las religiones tienen ejercicios más o menos dolorosos para mostrar al mundo lo piadoso de nuestras acciones. Hay quien luce un oscuro “callo de la fe” en su frente o quien canta más alto que los demás las loas al Señor.

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El socialismo populista no podía ser menos. Acumula cuantas características religiosas definen un credo: simbología, profetas, lenguaje propio, lugares de culto, etcétera, y por supuesto también cuenta con las manifestaciones que son, sin lugar a dudas, el rito público por excelencia en el que los feligreses dan notoria muestra de cuan férreas son sus creencias y el compromiso con la causa.

Manifestarse tuvo su sentido antes de que el populismo se lo tratara de apropiar. Mostrar una disconformidad generalizada con alguna política, ley o uso del gobierno, necesitaba de una escenificación suficientemente fuerte y reunirse cuantos ciudadanos compartían la causa, en masa pacíficamente, parecía, sin duda, una forma válida de hacerse notar y hacer ver a quienes ostentaban el mando que algo no funcionaba correctamente. Como suele pasar cuando se politizan las causas, lo que en algún tiempo pudo ser un modo de crítica honesta hoy solo es la sucia correa de transmisión de un mensaje mucho menos decente.

Las manifestaciones de estos días a raíz del asesinato de George Floyd, las feministas del 8M o las que protagonizó hace unos meses la insufrible Greta Thunberg, tienen mucho más que ver con un Auto de Fe que con una protesta

De hecho, hubo un tiempo en que la gente se manifestaba por algo en concreto, una reforma laboral o el asesinato de Miguel Ángel Blanco, por poner dos ejemplos, inquiriendo al gobierno o a los asesinos que cejaran en sus pretensiones y reprobando sus acciones. Las manifestaciones de estos días a raíz del asesinato de George Floyd, las feministas del 8M o las que protagonizó hace unos meses la insufrible Greta Thunberg, tienen mucho más que ver con un Auto de Fe que con una protesta. De hecho, se utiliza cualquier excusa para pedir a toda la sociedad que varíe su comportamiento. No se busca cambiar el articulado de una ley o plantar cara a una banda criminal, se pretende modificar la conducta de toda la sociedad, de cada uno de nosotros, para que consintamos comportarnos de un modo determinado y para ello se utilizará, si es preciso, la violencia. Es la búsqueda del hombre nuevo de Marx.

Las manifestaciones ecologistas, las feministas o los disturbios que se están produciendo tras la muerte de George Floyd no reivindican nada realmente concreto. De hecho, un mundo más limpio y respirable o la desaparición del machismo y el racismo son causas que cualquiera con un mínimo de inteligencia firmaría. Sin embargo, como en el caso de las religiones, no se trata de creer en Dios, si no de obligarnos a creer de una determinada manera y escenificarlo según la ortodoxia del marxista de gin-tonic con pepino, que es la que impera. Tanto es así que los manifestantes cuentan habitualmente con muchos miembros de los diferentes gobiernos, que encabezan las manifestaciones, pancarta en mano, mostrando su afección a la causa y su compromiso con el asunto, mientras gritan consignas que piden leyes y decretos que ellos mismos podrían redactar en virtud de su posición.

Las religiones, al contrario que los populistas, llevan siglos tratando de dotar de coherencia a sus liturgias. Discutir si Jesucristo podía llevar bolsa y, por lo tanto, dinero, puede justificar de alguna forma que la Iglesia o sus sacerdotes puedan o no hacer lo mismo. Sin embargo, los populistas carecen coherencia alguna. De hecho, vemos como en las manifestaciones contra el racismo son netamente racistas. Con la causa y contra los de enfrente, porque poco importa que quien se ponga enfrente sea negro. O sea negra. Se trata solo de representar un papel. Así, cuando las manifestaciones son contra el racismo están permitidas las agresiones a mujeres o la quema de plásticos o cualquier otro material, por contaminante que sea. Los diferentes -ismos no siempre son vasos comunicantes, como se ve.

Los blancos salen a la calle para protestar contra los blancos. Los miembros del gobierno salen para oponerse al gobierno. Los alcaldes, como el de Minneapolis lloran por un error asesino de alguien que depende de él, protestan contra sí mismos, pero no dimiten. La perversión del vocabulario que se viene produciendo desde hace años ha eliminado cualquier significado inteligible del lenguaje y juega un papel crucial. Ahora también hay que eliminar cualquier atisbo de lógica de las acciones. Se protesta contra el Estado, pero se pide más Estado. Uno distópico y arbitrario.

Las religiones pueden ser una guía de comportamiento para mejorar las relaciones interpersonales o pueden ser fuente de conflicto. Seamos religiosos o ateos, cuando eliminamos la civilización y los principios y solo queda el fanatismo desnudo, llega sin remedio la lucha y la violencia. En ese momento la congregación religiosa se convierte en secta destructiva. Para nuestra desgracia ese el sendero por el que transitan los líderes políticos mundiales, exigiendo adhesión incondicional como si de Charles Manson o David Koresh se tratara, disculpando los actos violentos que sus cachorros perpetran o simplemente mirando para otro lado. El populismo se ha convertido en la versión secta destructiva de la religión socialista.

No me cabe duda de que cualquiera de los fanáticos que vemos en videos y reportajes son perfectamente capaces de liberar gas sarín al estilo de la secta de la Verdad Suprema con la motivación y la excusa necesaria y, aunque tengo la certeza de que, como cualquier secta, son una minoría exigua, la dejación de los políticos para atajarlos cuando no su simpatía por ellos obliga a que el resto de ciudadanos nos veamos forzados a poner las cosas en su sitio. Miren si no a los estadounidenses rifle en mano defendiendo sus negocios. No obstante, yo no tengo interés alguno en comprobar cuanta destrucción causan antes de romperse la crisma en su Waco particular.

Foto: Julian Wan


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