Muchos han sido los pensadores que, desde Mileto hasta Nietzsche, consideran que el mundo no es otra cosa sino la lucha continua entre fuerzas opuestas. Pero esa disputa, que en el plano lógico se manifestaba en la dialéctica hegeliana, se revela también, según Marx y sus seguidores, en primer lugar, en la lucha permanente del hombre contra las fuerzas elementales de la naturaleza para sobrevivir, y, ya en el plano social, en la lucha de clases, como expresión, también, de ese antagonismo entre fuerzas cósmicas opuestas, que combaten entre sí, como lo hacen los sexos o las razas.

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Así, mientras el desarrollo de esas fuerzas materiales productivas (la economía), necesarias para dominar la naturaleza -y poder subsistir y perdurar-, es la raíz del proceso histórico y el fundamento de la vida social, la explotación y la opresión existen, también, desde los mismos orígenes de la historia, y son los principios sobre los que se edificó la organización social, el derecho y el Estado. De ello se deduce, para Marx y sus secuaces, que las diferentes formas de explotación de unas clases sobre otras, además de ser progresivas, están justificadas: La conciencia o sentimiento moral, por tanto, no juega ningún papel en el desarrollo humano, en su crecimiento o en el triunfo definitivo del socialismo, que aparecerá como el resultado de esa lucha social de clases. Y desde el momento en el que la ideología, la religión, la conciencia o el arte no son sino manifestaciones de la organización económica, el socialismo marxista reemplaza al cristianismo, y a cualquier otra religión, ya que pretende ser una concepción que responden a todas las cuestiones primordiales y da un sentido a la vida: es a la vez una política, una moral, una ciencia y una filosofía; una nueva religión en la que los verdaderos marxistas no son ni escépticos ni críticos, sino fervientes dogmáticos materialistas.

El drama es que las revoluciones socialistas se produjeron sólo en algunos países, por más que se extendiese por medio mundo, con lo que existían siempre elementos de comparación y de freno; este nuevo marxismo, por el contrario, pretende ser global desde el inicio

El problema es que el marxismo toma manifestaciones aisladas y puntuales del mundo del siglo XX, para hipostasiarlas y para confundirlas con el todo, olvidándose de la realidad y del valor y del sentido de la existencia. Y sus seguidores, al llevarlo a la práctica, tras revoluciones provocadas dirigidas por una minoría -con poco de proletaria-, no han podido sino sustituir el sistema capitalista liberal por el capitalismo de Estado, un sistema no sólo materialmente mucho más ineficiente, sino también más infame e inhumano, en el que el abuso -que en el sistema capitalista liberal, como en toda relación humana, puede darse- es la regla, ya que el trabajador se convierte en auténtico esclavo, sin defensa contra el único patrón, el Estado.

Si analizamos los principios y objetivos de la Agenda 2030, vemos que las categorías ideológicas con las que analizan la realidad, sus promotores son marxistas, como marxistas son, también, las soluciones que ofrecen: es marxista la concepción de que los problemas surgen de las estructuras económicas y del enfrentamiento entre clases, razas o sexos (y no del uso, bueno o malo, que el hombre, sujeto individual, haga de su libertad); la entronización de la materia -a través, en este caso, de la figura de la Madre Tierra- como el nuevo dios; la revolución -esta vez aparentemente pacífica  y supuestamente de los oprimidos, pero ideada y dirigida, como siempre, por miembros de las “élites”-, como el único camino para preparar la solución del conflicto; y un capitalismo de Estado -en el que el individuo no poseerá nada, pero será feliz-, como remedio.

El drama es que las revoluciones socialistas se produjeron sólo en algunos países, por más que se extendiese por medio mundo, con lo que existían siempre elementos de comparación y de freno; este nuevo marxismo, por el contrario, pretende ser global desde el inicio; el marketing y la propaganda están ahora mucho más depurados; los medios técnicos y de control social de que disponen son más poderosos; la sociedad está ahora más abotargadas y cuentan, además, como aliados, con líderes religiosos y espirituales a los que antes se tenían que enfrentar (basta para comprobarlo darse una vuelta por la página web de la iniciativa, impulsada por el Papa, la “Economía de Francisco”, en la que ni siquiera se menciona al Dios cristiano, para verlo).

Los marxistas del XIX y del XX, como fervientes dogmáticos, no trataban de rebatir las críticas, sino de sofocarlas… hasta en eso se está repitiendo la historia.

*** Jaime Juárez Rodríguez, licenciado en Derecho y Empresariales por ICADE y abogado en ejercecicio.

Publicado originalmente en la web del Instituto Juan de Mariana.

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