Mientras se aprueba la Ley de Eutanasia en el Congreso de los Diputados, el constante revuelo mediático trata de enfocar nuestros pensamientos en lo que conviene a la clase política. No voy a entrar a juzgar precisamente esa forma de llegar a la muerte puesto que ya lo escribió magistralmente en este mismo espacio Luis I. Gómez y yo poco más tengo que añadir. Si acaso, como apuntaba otro Luis, Espinosa Goded para más señas, en redes sociales, no creo que haya nadie que esté a favor de la eutanasia, si no de la despenalización de la misma.

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Tampoco quiero caer en comparaciones odiosas o grandilocuentes. Al fin y al cabo, aún estamos aquí, todavía podemos darnos alguna que otra alegría. Sin embargo, cuando todo el ruido a nuestro alrededor grita “virus, muerte, control”, cuando todo está marcado con carteles avisando del peligro, cuando tu madre, tu abuelo o el vecino del quinto no paran de repetir “ojo, cuidado” perdemos la perspectiva, orillamos la realidad y quedamos atrapados en el relato. Aún estamos aquí y aún tenemos muchas cosas que decir.

El cierre de fronteras del Reino Unido es un buen ejemplo en estos días de lo peligrosa que es la autocracia, lo nocivo que es mezclar aislamiento con gestión política de una enfermedad pandémica

Sumergirnos en este mensaje monopolístico tiene mucho en común con el caminar de las reses al matadero, aunque en nuestro caso la muerte se vista de muy variadas formas. Es evidente que este año y en este país hay 70.000 ciudadanos menos, que han perdido ya la vida por una infame enfermedad traída de una dictadura comunista en cuya gestión aún quedan muchas responsabilidades que depurar, que serían penales, si nuestra democracia no fuera pelín bananera y nuestra justicia no estuviera parasitada por un poder político francamente invasivo. Aun así, la dicotomía que se presenta política y socialmente es falsa. La enfermedad es consustancial a la vida, nunca exenta de riesgo, y los riesgos solo pueden minimizarse valiéndonos de la ciencia y no de la política, como venimos haciendo desde marzo.

Tratar de evitar el virus a toda costa, siguiendo los dictados de un burócrata, tiene fatales consecuencias. Los efectos secundarios pueden llegar a ser tan peligrosos a largo plazo como los de cualquier enfermedad. Llevando las cosas al extremo, es fácil concluir que si evitamos todo contacto humano acabaremos por morir de hambre. No somos autosuficientes y necesitamos la colaboración, que se nos niega por decreto ley, para poder abastecernos. El cierre de fronteras del Reino Unido es un buen ejemplo en estos días de lo peligrosa que es la autocracia, lo nocivo que es mezclar aislamiento con gestión política de una enfermedad pandémica.

Morir hoy o pasar una vida de calamidades mañana, con la empresa quebrada, el trabajo perdido o los ahorros desaparecidos, es una elección que nadie debería tomar en nuestro nombre. Menos aún si cabe, cuando mantenernos vivos supone quedar atados a la discrecionalidad estatal, que nos dará un subsidio, si le place, legislando de tapadillo la forma que nos impida salir de la pobreza. Como ya he dicho, no se trata de comparar, sino de poner de manifiesto cuales son las alternativas que nos dejan nuestros gobernantes.

Con las Navidades encima, sufrimos de nuevo la imposición de una elección que omite caprichosamente opciones perfectamente viables. Las familias tienen un número muy variable de personas, pero limitamos los movimientos y las reuniones —de forma inconstitucional, todo hay que decirlo— arbitrariamente, sin conceder la posibilidad de buscar otras vías que la ciencia avala y que permitirían a muchas personas, sobre todo las más mayores, disfrutar con seguridad de la compañía de sus seres queridos. Aun a riesgo de parecer melodramático, no puedo dejar de pensar en que para muchos esta será su última Navidad. Todos tenemos a alguien en mente.

No me vale esta vez eso de que hay que visitar a los seres queridos durante todo el año y que las fiestas navideñas son solo una excusa. Todos tenemos una vida ajetreada y es por ello por lo que nos marcamos fechas en el calendario para celebrar con quien nos place el mero hecho de conocernos. Cumpleaños, vacaciones o Navidad, están marcadas en rojo para hacernos salir de la rutina y actuar como seres sociales, algo tan saludable como imprescindible. Privarnos de esta parte esencial de nuestras vidas tiene consecuencias desastrosas en nuestra psique, que son mucho más dramáticas en la de nuestros mayores. Oiremos y leeremos montones de mensajes quitando importancia al asunto, deberemos mostrar alivio por no tener que aguantar a nuestro cuñado mientras a todos nos da una punzada el estómago cuando pensamos en esas memeces. Quizá también se pueda morir de pena.

Foto: S&B Vonlanthen


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José Luis Montesinos
Soy Ingeniero Industrial, me parieron autónomo. Me peleo con la Administración desde dentro y desde fuera. Soy Vicepresidente del Partido Libertario y autor de dos novelas, Johnny B. Bad y Nunca nos dijimos te quiero. Escribí también un ensayo llamado Manual Libertario. Canto siempre que puedo, en cada lugar y con cada banda que me deja, como Evanora y The Gambiters.