El coordinador general del Partido Popular, Elías Bendodo, ha aprovechado que hay elecciones en Andalucía el próximo 19 de junio para aclarar ante sus votantes cuál es la visión de España que tiene el nuevo líder del partido, Alberto Núñez Feijóo.
Según el portavoz del gobierno popular en la Junta de Andalucía, “Cataluña no es una nación dentro de España. No es lo mismo nación que nacionalidad. Esto que quede claro: Cataluña sí es una nacionalidad del Estado español, como cualquier otra comunidad autónoma. El PP tiene que conseguir volver a conectar con la sociedad catalana”.
La política es el juego del poder de transferir renta y riqueza de una parte de la sociedad a otra y a sí mismo, por medio de su órgano de coacción, que es el Estado. Por eso es hipócrita llevarse las manos a la cabeza ante el espectáculo de la “corrupción”
Agradecemos a Bendodo que haya ofrecido una explicación que supera la extensión del tuit, porque hasta ese momento nos habíamos tenido que conformar con las misteriosas declaraciones del nuevo presidente del PP, conocido como el Urkullu galaico. Según él, Cataluña es una “nacionalidad”.
Esta afirmación podrá ser verdadera o falsa. De lo que no cabe duda es de su incuestionable constitucionalidad. Después de unas palabras que, quizás, estén escritas en arameo y, por tanto, de difícil interpretación, nuestra Carta Manga, por lo de la manga ancha, dice que hay un sujeto de derecho político que “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones”.
Las palabras arameas que se refieren al sujeto son estas: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española”, que es la que hace esas monadas de reconocer el derecho a la autonomía administrativa y de gestión de bienes públicos.
Bien, quizás la literalidad del artículo segundo de la Constitución no sea tan arcana. Incluso un profesor de Derecho Constitucional, como José Luis Rodríguez Zapatero, podría llegar a entenderlas plenamente: Que hay una “indisoluble unidad de la Nación española”. Que esa unidad de la nación “fundamenta” la Constitución”. Que la misma nación, española, “reconoce y garantiza” el derecho a la autonomía, base jurídica de las Comunidades Autónomas. Y que prescribe la “solidaridad” entre todas ellas.
Pero, claro, ¿qué es una nacionalidad? “La cualidad y carácter peculiar de los pueblos y habitantes de una nación”, dice la RAE. Y la nación, la única nación según reconoce la Constitución, es la española.
Es, dice la segunda acepción del diccionario, el vínculo que tiene una persona con el Estado. El DNI de Urkullu, pongamos por caso. Y es, dice la tercera, la “comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural”.
De modo que Feijóo no se sale una sola letra de lo que dice la Constitución: Cataluña es una región de España a la que su estatuto le concede poseer una identidad histórica y cultural especial. Si nos ponemos orteguianos, ese carácter especial puede ser supremacista si el punto de vista es el de Pere Aragonès, o el de otros catalanes con características también especiales, como son Oriol Junqueras o Miquel Iceta. O podría interpretarse de otro modo: El hecho de que en Cataluña aprendiesen a tomar pan con tomate de los andaluces no empece que debamos asumir acercarnos al ideal de ser libres, y ante la ley iguales.
Elías Bendodo dice que nación sólo hay una, la española, y que a Cataluña le ha tocado la pedrea de la nacionalidad, que es el expediente político del privilegio. Pues de eso se trata: Aquí manda el gobierno español, es un decir, y reparte los dineros de todos con arreglo al juego político y a los privilegios de unas regiones sobre otras. Sólo nos toca llamar a todo ello “solidaridad”, confiar en que la pague el gobierno de Ayuso, y seguir robando a los españoles, con el objetivo de que su indignación les permita olvidar que son ellos, todos, los que fundamentan la Constitución y el Estado.
Porque lo real no son los saltitos acompasados y yermos ante el palacio de Ajuria Enea, tocado con una Union Jack descolorida. Ni las gaitas en formación provocando una desbandada de gaviotas aterrorizadas en la Plaza del Obradoiro. Ni el día en que se celebra la figura del luchador “per la patria i per la llibertat de tota Espanya”. Lo real es la política; esto es, el latrocinio. Y lo real es España.
La política es el juego del poder de transferir renta y riqueza de una parte de la sociedad a otra y a sí mismo, por medio de su órgano de coacción, que es el Estado. Por eso es hipócrita llevarse las manos a la cabeza ante el espectáculo de la “corrupción”. Lo que vemos con el latrocinio no es la corrupción de un comportamiento prístino e inmaculado en su intención, sino la misma esencia de la política.
Por eso tiene importancia la lotería de las “nacionalidades” y las “regiones”. ¿Extremadura? Región ¿Cataluña? Nacionalidad. ¿La Rioja? Región. ¿País Vasco? Nacionalidad. ¿Murcia? Región. ¿Galicia? ¡Que se lo pregunten a Urkulleiro! Y así vamos repartiéndonos la carga fiscal y los ingresos públicos. Concediendo a los pollitos que más pían una pieza mayor que a los otros. O vendiendo al Estado a jirones por unos cuantos votos en el Congreso de los Diputados.
Y luego están los particularismos, que es la plasmación de cada particular en este juego de reparto de lo ajeno. Entienda el lector dónde se queda en este juego de particulares.