Coloco en el buscador “atrapados y pantallas” y obtengo como resultado más de doce millones de entradas, si me voy al inglés con “trapped screens” la búsqueda es más fructífera pues me proporciona más de 353 millones de entradas. Si aceptamos estos resultados, el movimiento y tráfico indican un inquietante consumo multipantallas.
Con el confinamiento sufrido y también impuesto en la pandemia estas cifras han crecido, como creció el tiempo dedicado a los dispositivos móviles de una y otra condición.
Estas cifras conduce a un obligado recuerdo de aquellos “nativos e inmigrantes digitales” traído por Prensky, que dotaba casi con superpoderes a estos menores y jóvenes que nacieron y crecieron entre pantallas, según el autor con habilidades innatas para la tecnología. A diferencia de los inmigrantes, adultos, padres y progenitores que intentan adaptarse y desenvolverse torpemente entre pantallas. Bien por optimismo tecnológico, ingenuidad o ignorancia se olvida que las competencias digitales no están sujetas a una edad, ni tan siquiera la edad es un factor determinante, y que trastear por las redes sociales o desenvolverse con rapidez entre los dispositivos electrónicos no significa hacer un uso crítico y responsable, ni conocer el lenguaje de la comunicación digital.
Desde la segunda mitad de los noventa y progresivamente hasta la fecha, el entorno digital comprende todos los sectores y aspectos que conforman nuestra vida
No es una pregunta ociosa plantearse qué significa ser nativo o inmigrante. Como tampoco lo es entender que nada decide “el haber nacido” en un entorno tecnológico para disponer de las destrezas expresivas, axiológicas, estéticas, sociales, cognitivas, informacionales precisas para definir al usuario competente y preparado como argumenta con solidez el estudio “La competencia mediática: propuesta articulada de dimensiones e indicadores”. Una investigación que recoge una larga década de análisis sobre el grado de alfabetización audiovisual y digital de los ciudadanos en España.
Algunos han denominado a esta generación de “nativos” como la Generación Einstein, lo cual no sé si produce más ironía o sarcasmo, la misma que varios autores entre los que destaca Nicholas Carr, revelan como generación “estúpida googleana”, y que otros, en mi opinión con bastante más acierto, llaman náufragos digitales.
Es muy probable que el análisis tenga más sentido si en vez de centrarnos en la tecnología, lo hacemos en el entorno. Desde la segunda mitad de los noventa y progresivamente hasta la fecha, el entorno digital comprende todos los sectores y aspectos que conforman nuestra vida, desde los escenarios de simulación, ubicuidad, interacción, información/desinformación hasta el internet de las cosas constituyen un paisaje sociocultural en el que la inteligencia artificial es una realidad que abarca nuestro diario doméstico. También llegó la envolvente realidad paralela o metaverso, vendida como novedad, pero que ya estaba y en abundancia en la copiosa literatura de ficción científica de la década de los noventa del siglo pasado.
La pandemia ha traído un destacado y significativo crecimiento del consumo audiovisual entre la población en términos generales, y en particular entre los menores y jóvenes , aumentando la permisividad de los progenitores tal y como constata el informe anual sobre hábitos digitales de los menores, “Connected More Than Ever”, realizado entre 60.000 familias en España, Reino Unido y EE.UU en 2020, con hijos entre 4 y 15 años. Entre los niños españoles ha aumentado el consumo de redes sociales que pasa de los 37 minutos al día en enero de 2019, hasta los 83 minutos, según recogen las cifras, en febrero 2020.
Este mismo año (2020) aparece otro estudio “Sobre el impacto de la tecnología en la adolescencia”, con una relevante muestra en la que participan 41.500 adolescentes de toda España. Sus resultados exponen un retrato bastante preciso sobre cómo utilizan los adolescentes las tecnologías de la comunicación, con especial interés cuando describe qué ocurre mientras se producen estos consumos e interacciones. En esta investigación participó un total de 265 centros educativos de toda España, con adolescentes entre los 11 y 18 años de Enseñanza Secundaria Obligatoria. Se contó con la colaboración de los equipos directivos de los centros, los gabinetes de orientación psicopedagógica, las asociaciones de madres y padres y, por supuesto, de los profesionales de los comités autonómicos de UNICEF [1].
Es destacable en esta investigación que se incorpore el término TRIC[2] (Tecnologías de la Relación, Información y Comunicación), que cambia el foco de atención tradicionalmente centrado en la tecnología entendida como valor instrumental, para centrarse en el conjunto de interacciones que se producen entre los propios adolescentes, usuarios de este entorno, y las consecuencias sociales, cognitivas y emocionales que se producen.
El interminable debate sobre los buenos y malos usos, aporta una cierta miopía al asunto que nos ocupa. El móvil que podemos palparnos en nuestro bolsillo allá donde vamos, además de tener muchas funciones y utilidades forma parte de un ecosistema que nos permite estar conectados para bien y para mal, lo que significa que el entorno en el que estamos, convivimos, pensamos y nos relacionamos ha cambiado. Podríamos admitir que así como el oxígeno forma parte del aire que respiramos, el conjunto de relaciones cognitivas, emocionales y sociales, también nutren el ecosistema tecnológico en el que estamos inmersos. Por lo cual, reducir la tecnología a su valor instrumental limita el análisis.
En los dos informes mencionados, aparecen algunos reseñables datos para entender que los menores están muy lejos de aquellos “nativos digitales”. Si cruzamos los dos informes se observa una preocupante tendencia marcada por el abuso, y en menor lugar, también por las diferentes dependencias con los dispositivos móviles.
El 94,8% de los adolescentes españoles dispone de teléfono móvil con conexión a Internet, dispositivo al que acceden a los 11 años por término medio. El 90,8% se conecta a Internet a diario. Un 31,6 % pasa más de 5 horas diarias en Internet cualquier día lectivo, cifra que asciende al 49,6 %durante el fin de semana. El 98,5% está registrado al menos en una red social; el 83,5%, en tres o más; y el 61,5% tiene varias cuentas o perfiles dentro de una misma red social. YouTube, Instagram y TikTok son las redes sociales más aceptadas. El 99% utiliza habitualmente al menos una app de mensajería instantánea y el 49,9% tres o más, siendo WhatsApp e Instagram las más populares.
Estos datos de consumo elevado nos conducen a otro, que sin ser alarmistas, son preocupantes. Uno de cada cuatro adolescentes de entre 11 y 17 años, podría hacer un uso problemático de la Red, que señala que un 15% de los adolescentes presenta síntomas graves o moderadamente graves de depresión, con una tasa de ideación suicida que se sitúa en el 10,8%. Sin establecer ningún tipo de correlaciones causa-efecto, se puede señalar que las tasas de estabilidad emocional, integración social y satisfacción vital son siempre inferiores entre los que presentan un uso problemático de internet y las redes sociales. Señalemos también que se encuentra una tasa de depresión que triplica la de los que no están afectados por la excesiva exposición a la tecnología móvil.
Desde el alarmismo se consigue distorsionar y agravar el problema, desde el realismo es posible afrontar la situación. Un correcto consumo digital por parte de nuestros menores necesita una correcta dieta, la decisión de lo que queremos consumir y el tiempo que dedicamos a ese consumo, es una opción bastante saludable, pero en esta aventura como en todas en las que participa la educación, padres y madres, educadores y menores o van en el mismo barco y con el mismo rumbo, o son parte del naufragio.
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[1] Tamaño de la muestra: 41.509 adolescentes. Error global de muestreo: ± 0,5% Nivel de significación: = 0,05 Instrumento de recogida de datos: Cuestionario ad hoc, que incluye preguntas de diferentes estudios a nivel nacional e internacional, junto con ítems de elaboración propia y escalas de screening específicas (EUPI-a, GASA, BAGS, ECIP-Q, EBIP-Q y PHQ-9). Procedimiento: Cuestionario online implementado en una plataforma propia de la Universidad de Santiago de Compostela, alojada en el Centro de Supercomputación de Galicia (CESGA), con la supervisión técnica y legal del Consejo General de Colegios Profesionales de Ingeniería en Informática.
[2] Para conocer con detalle lo que se entiende por TRIC, con el Factor Relacional como elemento nuclear se publicó “La comunicación digital: un modelo basado en el Factor Relacional” (2016) y “La era TRIC: Factor Relacional y Educomunicación” (2020).
Foto: Julien Tromeur.