No hay nada que pactar en la Moncloa. La hemeroteca arroja un saldo de errores de todo tipo y de ataques a los derechos civiles y a la Libertad tan apabullante que incapacita a cualquiera que los haya perpetrado a sentarse en una mesa a negociar acuerdo alguno. Estamos sufriendo sin duda una de las etapas más oscuras, con el permiso de los asesinatos políticos de los GAL, de la democracia española, y al frente hay un equipo de gobierno que es responsable.
En política es frecuente ensalzar el consenso, ocurre a diario. Por lo que parece, si son muchos y variados los diputados que se ponen de acuerdo en algo, mágicamente, se convertirá en el Bálsamo de Fierabrás que calmará todos los males que nos afligen. No puedo evitar acordarme de un par de lobos y una única oveja, votando para decidir qué o más bien quién sirve de comida ese día.
Son la diferencia y el pensamiento disruptivo, también en política, los que pueden poner sobre la mesa condiciones de contorno favorables para los ciudadanos. No olviden que rara vez – yo no recuerdo ninguna – desde la política se soluciona un problema que no haya creado la propia política, así que entiendo que es preferible que orientar los esfuerzos a molestar lo menos posible antes que a plantear soluciones de fantasía. Si tenemos en cuenta que estamos en España, donde el rodillo de la socialdemocracia, el buenismo, la adoración del Estado y distintas dosis de populismo trufan los partidos políticos, convendrán conmigo que urge plantear ideas distintas, diferentes y a ser posible con los pies bien pegaditos al suelo.
La Historia demuestra que los malos tiempos son prolijos en el alumbramiento de gente fuerte y buena, capaz de liderar cambios hacia un progreso real y positivo
El planteamiento al que nos enfrentamos se resume en un gobierno que ha cometido múltiples e importantes errores de gestión, negando una crisis –¿de qué me suena?– sanitaria, aplicando medidas económicamente contraproducentes, mintiendo y escurriendo el bulto, mientras culpa a ciudadanos, empresarios, prensa o a la Unión Europea de todo aquello que es su responsabilidad. Su crédito internacional está en números rojos. Periódicos de medio mundo ejemplifican el desastre, la imprevisión y la falta de criterio en el Gobierno de España. Demostrada su incapacidad, más pendientes de implantar una agenda comunista que de llorar a los más de 20.000 muertos que seguro sobrepasamos, es palmaria su ineptitud para presentar a los ciudadanos un documento de calado, que es lo que necesitamos, mínimamente asumible por el común de los españoles, pero ¿serán capaces de asumirlo el resto de fuerzas políticas?
No es necesario, por lo tanto, acordar nada. No cabe consensuar un documento que vendrá defectuoso de serie. Si hay que romper el corsé constitucional debe hacerse para dotar a los ciudadanos de más libertad y responsabilidad, para tratar a los españoles como adultos después de cuarenta años. La pretensión del gobierno socialista-comunista-populista es la contraria y, en el arco parlamentario español, no se vislumbra a nadie capaz de aglutinar alrededor suyo a un grupo tal que pueda dar si quiera un pequeño paso en la dirección correcta.
Con estos mimbres no queda más remedio que rendirse al aburrido juego parlamentario español. Hacer que caiga el gobierno, uniendo a la crisis económica el rechazo de los Presupuestos Generales del Estado. Si, además, con toda seguridad, necesitamos la ayuda de nuestros socios europeos, tendrán a bien enviarnos una estricta gobernanta centroeuropea, para fiscalizar nuestras políticas de gasto, tendremos el último clavo y el martillo para cerrar de una vez por todas la tapa del ataúd del gobierno Sánchez-Iglesias. Nos queda al menos el consuelo de los tontos.
En cualquier caso, sinceramente creo que saldremos algo más fuertes y quizá un poco más adultos de esta pandemia. No hace tanto, las tonterías desaparecían con un buen bofetón y el carácter se forjaba con un reglazo en las yemas de los dedos. Quizá estemos inmersos en su equivalente del siglo XXI. Como apuntaba Luis Ignacio Gómez la vida no cambiará tanto. Nuestra propia naturaleza de seres humanos nos obligará a seguir siendo lo que somos. Seguiremos creyendo en Dios o en el Estado, mientras un pequeño grupo de disidentes, en número creciente, airea las vergüenzas de la fe ciega: no existe más mesías que cada uno de nosotros. La discrepancia seguirá siendo necesaria y fundamental.
Si por un lado tenemos una clase política amamantada en el vasallaje hacia sus líderes, incapaz de la mínima réplica si esta no viene avalada por la certeza de que el replicado está amortizado, muerto y políticamente enterrado, en el contrario la Historia demuestra que los malos tiempos son prolijos en el alumbramiento de gente fuerte y buena, capaz de liderar cambios hacia un progreso real y positivo, en el plano social y cultural. Así ha venido pasando desde que alguien escribe aquello que pasa, y con este pensamiento quiero quedarme.
Quizá las cosas tengan que empeorar más aún, es probable, pero los líderes que han de abanderar los cambios que la sociedad precisa ya están entre nosotros. Ninguno de ellos frecuenta el Palacio de la Moncloa, ni siquiera el Congreso de los Diputados. Sin embargo, el análisis de la Historia me permite ser optimista, al menos a medio plazo.