Apenas unos días atrás se conoció que el prestigioso diario The New York Times había sufrido el mayor número de cancelaciones de suscriptores de su historia. No se trataba de la conclusión de un proceso extenso ni de una tendencia. De hecho, la situación venía siendo exactamente la contraria. Es que si bien, como sucede en todas partes del mundo, la caída en las ventas de los diarios en papel es dramática, paulatinamente, los diarios más relevantes, han mutado hacia el modelo de suscripciones online y vienen obteniendo un crecimiento exponencial.
Para continuar con el ejemplo de The New York Times, en el primer trimestre del año 2020, sumó 587000 suscriptores, para llegar a 5,84 millones totales de los cuales 5 millones son abonados digitales. Para tener algunos números más con los que comparar recuérdese que este diario, que explícitamente apoyó la candidatura de Hillary Clinton y que tiene un enfrentamiento abierto con Donald Trump, había ganado 132.000 suscriptores en los veinte días posteriores al triunfo de éste en las elecciones de 2016. Oponerse a Trump parecía y parece ser, además, un negocio rentable.
Sin embargo, de repente, como les decía, varios suscriptores cancelaron su suscripción. ¿Qué había ocurrido? El pasado 3 de junio, en el espacio de opinión, se publicó una nota del senador republicano por Arkansas, Tom Cotton, cuyo título era tan descriptivo como polémico: “Send In the Troops” (“Envíen las tropas”); la bajada, a su vez, indicaba “La Nación debe restaurar el orden. El ejército está listo”.
Pocas veces aparece en un solo ejemplo con tanta claridad la situación actual del periodismo: un medio que ha abandonado abiertamente la neutralidad y solo informa aquello que dañe a su adversario político
En resumidas cuentas, el senador afirmaba que los reclamos por la muerte de Floyd eran legítimos pero que habían sido cooptados por grupos radicales que se aprovechaban de una manifestación pacífica para generar destrozos, saqueos y acciones violentas. Cotton agregaba que varios gobernadores demócratas habían expuesto a las policías de sus distritos frente a estas hordas violentas y listaba los casos de policías heridos. En este panorama y amparándose en una interpretación constitucional, promovía la intervención del ejército para garantizar la seguridad interior.
Evidentemente se trataba de una posición que no es la que sostiene la línea editorial del diario ni la que aprueban la mayoría de los suscriptores. Sin embargo, lo repito, se trató de una columna de opinión firmada, es decir, se trató de una opinión de la cual se hace responsable quien la emite y que no compromete la línea editorial del medio. Pero no alcanzó. Con el correr de las horas, suscriptores indignados no aceptaron que el medio al cual se habían suscrito diera lugar a una opinión distinta a la propia. “Si pago es para leer lo que pienso yo” podría rezar el nuevo apotegma.
Pero es más, incluso en la propia redacción se generaron conflictos y muchos periodistas negros exigieron respuestas al editor responsable. Si a usted le sorprende lo que está leyendo tómese un tiempo más porque esto no termina aquí: la presión fue tal que el 5 de junio el editor responsable tuvo que añadir un comentario previo a la nota de Cotton cuyo resumen es el siguiente:
“Después de su publicación, esta nota fue objeto de fuertes críticas por parte de muchos lectores (y muchos colegas del Times), lo que llevó a los editores a revisar el artículo y el proceso de edición. Basándonos en esa revisión, hemos concluido que la nota no cumplió con nuestros estándares y no debería haber sido publicada. Los argumentos básicos presentados por el Senador Cotton -por más objetables que sean para la gente- representan una parte del debate actual. Pero dada la importancia de vida o muerte del tema, la posición influyente del senador y la gravedad de las medidas que defiende, la nota debería haber sido sometida al más alto nivel de escrutinio. En cambio, el proceso de edición fue apresurado y defectuoso, y los editores principales no se involucraron lo suficiente. Aunque el Senador Cotton y su personal cooperaron plenamente en nuestro proceso de edición, el artículo de opinión debería haber sido objeto de nuevas revisiones sustanciales – como suele ser en el caso de estas notas – o haber sido rechazado”. [La traducción es mía]
Insisto: lo que les acabo de citar ha sido incluido por el editor responsable al comienzo de la nota en cuestión y allí queda expuesto obscenamente que consideran un error no haber censurado el artículo por el simple hecho de que lo que allí se decía no concordaba con la línea editorial; también explícitamente expone que los artículos de opinión son revisados por editores que eventualmente llegan a rechazar los artículos si los recortes que realizan no resultan suficientes o no son aceptados por el firmante.
Por razones de espacio no reproduciré toda la carta aclaratoria pero como si esto fuera poco, hacia el final, el editor reconoce que el título de la nota no fue elegido por Cotton sino por el diario y que fue “incendiario” de lo cual concluyen que no debió haberse usado. En síntesis: se ejerce la censura abiertamente pero, a su vez, no sea cosa que se pierda dinero, se utiliza un título provocador para generar una polémica sobre la cual luego se debe recular ya que la pérdida de suscriptores genera un perjuicio peor.
Pocas veces aparece en un solo ejemplo con tanta claridad la situación actual del periodismo: un medio que ha abandonado abiertamente la neutralidad y solo informa aquello que dañe a su adversario político; censuras directas sobre las opiniones divergentes; periodistas que dentro de la redacción exigen a la jefatura, en nombre de causas presuntamente nobles, que se ejerza la censura; audiencias que premian con la suscripción la falta de pluralidad y castigan con la cancelación cualquier atisbo de apertura. Aquí, más que apotegma, hay un nuevo mandamiento: “No publicarás”.
Las razones para explicar este fenómeno son varias pero apuntaré dos: la primera la mencionamos aquí mismo tiempo atrás a propósito del escándalo Cambridge Analytica cuando hablábamos de las razones por las que los medios tradicionales y lo que se considera opinión pública dominante, se sorprende con el resultado de elecciones como las de Trump o la del Brexit. En aquella ocasión cité a Nate Silver y su artículo “There really was a media liberal Bubble”, donde se concluye que los medios estadounidenses fallan en lo que respecta a profesar la diversidad de opinión, han perdido toda independencia y están cada vez más centralizados geográficamente. Tales afirmaciones las apoya en que, al año 2013, solo el 7% de los periodistas estadounidenses asumía su condición de “republicano”; a que la producción periodística se ha centralizado en distritos cosmopolitas como New York, Washington o Los Angeles, afines a los demócratas; y a la composición de las redacciones en las que, a diferencia de lo que ocurría en los años 70, el número de egresados universitarios pasó del 50% al 92% y las universidades son el semillero del pensamiento progresista demócrata.
A partir de estos datos se comprende un hilo de Twitter realizado por la periodista estadounidense Bari Weiss el 4 de junio donde indica que esta suerte de “guerra civil” que se dio al interior de la redacción del Times es una guerra ideológica y generacional que enfrenta a un grupo de mayores de 40 años más influido por ideas tradicionales y libertarianas respecto al periodismo, contra toda una nueva generación universitaria que traslada al periodismo muchas de las prácticas neovictorianas que se aplican en los campus en nombre de las causas nobles y la corrección política. Desde el punto de vista de este último grupo, la libertad de expresión tiene como límite que una persona se sienta ofendida. La ofensa incluso puede ni siquiera ser “objetiva” ni debe ser “probada”. Alcanza con que al menos una persona entienda que se la está ofendiendo para que la libertad de expresión deba ceder lugar. En ese mismo hilo de Twitter, la periodista se pregunta si las ideas de Cotton han traspasado el límite de lo tolerable en materia de libertad de expresión pero advierte que si la respuesta es afirmativa tendremos un problema: la opinión de Cotton representa probablemente a la mitad de los estadounidenses.
La segunda razón es menos interesante y más técnica pero no por eso menos relevante. Me refiero a que los avances que brinda hoy la tecnología a los portales los hace estar cada vez más presos de las audiencias. Es que la prensa tradicional, en el formato papel, podría eventualmente inferir después de un lapso de tiempo el sentir de su audiencia a través de las cartas de lectores pero se trataba de un sistema demasiado arcaico y poco representativo.
En cambio, hoy, miles y miles de usuarios de manera instantánea pueden celebrar o destrozar una noticia en cuestión de minutos y el dueño del portal sabe con precisión cuántas lecturas tiene cada nota, cuánto tiempo pasa cada lector en esa nota, etc., algo que, naturalmente, era imposible en los antiguos formatos. Asimismo, los periodistas, que antes apenas podían recibir de vez en cuando alguna carta por correo postal comentando su nota, hoy se encuentran accesibles en las redes sociales para recibir elogios pero también críticas, algo que, por cierto, en este último caso, golpea fuerte el narcisismo de quienes siempre creyeron ser paladines de la justicia. Se da así un elemento paradójico: nunca como antes el medio puede identificar exactamente lo que quiere su lector pero a su vez nunca como antes el lector tiene la capacidad de poder elevar una noticia a ser el tema del día o condenarla al olvido en menos de una hora.
Se podrá decir que nada de esto es nuevo. En parte es una advertencia correcta. Al fin de cuenta, desde hace tiempo, los medios bailan al ritmo del dinero de los gobiernos, de los auspiciantes privados y de las emociones de sus lectores. Pero la novedad está en que si a los condicionamientos de los gobiernos y las grandes compañías ahora le sumamos la tiranía de los clicks realizados por hordas de ofendidos y sectarios que se comportan como suscriptores caprichosos, se necesitarán editores con convicciones fuertes y empresarios dispuestos a sacrificar dinero a cambio de intentar brindar un periodismo plural y de calidad. Si el poderoso The New York Times no tiene la fortaleza suficiente en ese sentido no sé qué quedará para medios de menor envergadura.
Foto: Stéphan Valentin