Uno de los efectos de la democratización política ha sido el que, de modo genérico, mucha gente vea al Estado como una bendición, como una institución bienhechora, y haya tendido a olvidar que los poderes públicos están en manos de personas y partidos que no necesitan ser particularmente altruistas. Lo curioso es que al tiempo que la percepción social de los políticos suele ser negativa (“van a lo suyo”, “son todos iguales”), muchos ciudadanos mantienen una fe sobrenatural en los poderes públicos y esperan que hagan lo necesario para que ellos puedan ser felices. Se olvidan, por tanto, de su responsabilidad, y se abandonan a la eficacia de nuevas leyes, nuevas políticas públicas, nuevas intervenciones milagrosas.

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El mayor peligro de las políticas globalistas consiste en que los ciudadanos lleguen a convencerse no ya de que los Estados son bienhechores y filantrópicos, sino de que ahora empieza a existir una suerte de conciencia cósmica que se dice preside la actuación de las organizaciones mundialistas y cuyas grandes líneas de desarrollo están en manos de poderes sin especial legitimidad y que a nadie tienen que rendir cuentas.

Se consuma una coalición peligrosa en extremo para la libertad personal, el ir a pachas entre los que poseen los sistemas tecnológicos y los que pretenden definir la ética universal para que se persigan, con moral de rebaño, los fines indiscutibles que ellos formulan

Una de las necesidades más urgentes de ahora mismo es que aparezcan formas efectivas de controlar las agendas de esos poderes, la ONU, la OMS, el G7 y muchos más, porque pretenden convertirse en Vaticanos de la nueva religión universal, en la cátedra de ética indiscutible, lo que, para empezar, supone que nadie se atreva a poner en cuestión nada de lo que se ofrezca como artículo esencial de los nuevos dogmas y juicios que propagan. Incluso el diario El País se ha visto en la necesidad de informar de la heroica y ejemplar actuación de Drastic un grupo de ciudadanos de diversos lugares que han logrado mostrar la inconsistencia y las fallas de algunas explicaciones sobre el origen de la Covid19 que la OMS ha tenido interés en admitir sin la suficiente carga de prueba y, por descontado, sin la menor transparencia. El trabajo de Drastic ha conseguido poner patas arriba la validez de muchas investigaciones manipuladas e interesadas que se nos han querido colocar. Como dice Asís de Ribera, el único español en ese meritísimo grupo, han hecho investigaciones que debieran haber hecho los espías… pero cabe suponer no las han hecho porque nadie pone en duda la ética y la probidad de esta clase de nuevos superpoderes amparados en la suma credulidad del público hacia quienes proclaman las más estupendas y consoladoras nuevas.

Una nueva alianza de superpoderes se ha logrado establecer cuando las grandes empresas tecnológicas que controlan los sistemas de transmisión de datos y las comunicaciones han optado por adherirse a esas nuevas formas de fe y reforzarse con ellas. Se consuma así una coalición peligrosa en extremo para la libertad personal, el ir a pachas entre los que poseen los sistemas tecnológicos y los que pretenden definir la ética universal para que se persigan, con moral de rebaño, los fines indiscutibles que ellos formulan. A esa alianza se han unido unas cuantas grandes empresas espabiladas que viven de presentarse como desinteresados misioneros y adalides de la nueva moralidad mundialista, claro es que sin dejar de llenarse los bolsillos.

En una reciente entrevista en El Mundo, Douglas Rushkoff ha dicho a propósito del dueño de Facebook que “Zuckerberg modela su vida como si fuera un césar […] hasta visitó Roma en su luna de miel para seguir los pasos de su admirado Augusto…”, y es que estos líderes globalistas tienen la decidida determinación de gobernar el mundo, sin que nadie les moleste, por supuesto que para nuestro bien, si se les pregunta a ellos.

El principal problema que han tenido los poderosos a lo largo de los siglos ha sido la dificultad de controlar la conciencia y el deseo de libertad de sus sometidos. Al instaurarse las democracias modernas pudo parecer que los poderes representativos jamás volverían a atentar contra los derechos y los intereses de los ciudadanos, y esa confianza ha ido minando la sospecha hacia los poderes públicos y, con ello, la efectividad de los controles. El problema se agudiza cuando el poder se convierte en global, se alía con poderes tecnológicos y encuentra un género de ideologías y doctrinas que el público tiende a aceptar con entusiasmo porque se presentan como el bien sin mezcla alguna de maldad. Cuando eso se produce, el poder globalista se siente libre de cualquier control y empieza a considerar las críticas que pueda recibir como paparruchas, que es lo que les decía el Lenin triunfante a los camaradas ingenuos que le reprochaban que se estuviese fusilando a mucha gente cuando los bolcheviques siempre habían sido contrarios a la pena de muerte.

El poder siempre ha pretendido no solo la legitimidad sino la ausencia de contrarios, la sumisión, el abandono de cualquier actitud crítica por parte de los ciudadanos. Para eso se ha valido siempre de la opacidad, la mentira y la manipulación que se han hecho tolerables y admisibles en función de la credulidad ciudadana. Ahora, ese fenómeno se está produciendo a escala universal, unos pocos pretenden tomar las decisiones al margen del barullo en que se mueve la grey ignorante y malvada de los librepensadores. Por eso se proponen cerrar con siete cerrojos las ventanas de oportunidad que todavía podrían permitir la sospecha, la duda o la herejía.

En China ya se ha hecho y muchos dicen creer que aquello funciona bastante bien, pero ningún homosexual puede asomarse a las televisiones, más o menos como aquí, y no hay esquina de ese mundo en la que no haya al menos cuatro cámaras. Allí la verdad es comunista, una verdad que siempre ha sido reacia a cualquier disputa sobre su validez, pero en el resto del mundo empiezan a aparecer signos inquietantes de que se desea el control total de las conductas. Pero no son solo signos, hay algo más como, sin duda, lo es la pretensión de suprimir el dinero de mano, y está muy avanzada la nueva dogmática que aparecerá bendecida por su origen izquierdista, igualador e hiperinclusivo, por su amor y veneración a la Naturaleza, y adornada con todas las joyas previsibles. Ya lo dijo el Gran Inquisidor de Dostoyevski, os haré mis esclavos, pero seréis felices. En eso están, y van ganando, pero todavía no han triunfado de manera irreversible.

Foto: Anthony Quintano.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web