La idea de que pueda existir un patriotismo de partido, expresión que de suyo no es sino un oxímoron, se remonta seguramente a la idea leninista y estalinista de que debiera promoverse una devoción hacia la patria socialista, como forma de apropiación por parte de los movimientos revolucionarios del compromiso natural con la patria común para hacer más fácil la transformación revolucionaria de la sociedad. Entre nosotros esa expresión ha sido usada por el PSOE para hacer llevadera la contradicción que supone beneficiar a unos pocos en detrimento de las mayorías al tiempo que se predica el ideal de la igualdad. El patriota de partido piensa siempre que la igualdad está bien pero que sus beneficios deben ser administrados empezando primero por nosotros mismos.
El patriotismo de partido es una especie de sectarismo encubierto por la ideología, es la creencia de que puesto que lo que el partido propone es la felicidad universal en una sociedad sin clases ni tensiones no está mal aprovechar las posibilidades que brinda el poder para compensar el innegable y generosos sacrificio de los nuestros por la causa. La idea es perversa en su origen, pero es peor aún en sus aplicaciones.
Sánchez parece muy convencido de que los españoles van a seguir creyendo lo que él dice sin prestar la menor atención a lo que ven
Desde hace ya muchos años el PSOE viene actuando de manera que se haga posible una España en la que no quepa otra que el poder caiga en manos de los socialistas, pero esa estrategia ha llegado al paroxismo cuando el partido ha comprobado que el poder no estaba al alcance de su mano sino mediante una serie de alianzas que habrían considerado extravagantes en épocas de mayores éxitos ante las urnas. El patriotismo de partido se ha convertido así en una nueva teoría sobre lo que es España y lo que a España le conviene, una doctrina cuyas aplicaciones prácticas estamos experimentando no sin estupor.
La amnistía, por ejemplo, ¿que ha sido sino una pirueta imprevisible e inverosímil para satisfacer el deseo de Sánchez de mantenerse en el poder? Cuando proclamó “somos más” estaba mintiendo, porque los socialistas llevan ya tiempo siendo menos que su rival directo, pero también estaba anunciando su decisión de obtener el voto del resto de partidos con presencia en el Congreso a cambio de lo que fuera necesario.
Es probablemente injusto atribuir sólo a Sánchez esa voluntad de hacer lo que fuere con tal de seguir mandando. Sánchez aplicaba el patriotismo de partido y la totalidad de los diputados y la mayoría de los socialistas con algún cargo, aplaudía la audacia de su líder para arrebatar el botín del poder a cualquiera que tuviese la osadía de intentarlo.
La temeridad de Sánchez le ha llevado a meterse en un berenjenal porque ha tenido que contar con fuerzas políticas que nada le aportan sino es a cambio de un coste que cualquiera podría considerar inasumible, el coste de la excepcionalidad, de la desigualdad. Para quienes confunden la legitimidad de la política y de las normas legales con el mero tener más votos en el Congreso y, por ello, creen poder olvidarse del marco en que todo tiene un sentido, el trago que han tenido que pasar amenaza con ser cada vez más amargo.
Así lo está poniendo de manifiesto el proceso de aplicación de una amnistía absolutamente caprichosa y, desde luego, contraria a la igualdad entre los españoles. Su lectura brusca podría ser del siguiente modo: nadie cometerá nunca ningún delito si pareciendo hacerlo lo hiciese por el bien de Sánchez y su partido, por el patriotismo de partido.
La amnistía aplica de manera tosca un principio posmoderno, digamos, que se enuncia del siguiente modo: nada es como es si no es por el parecer de quien convenga. Así se ha procedido desde hace ya tiempo con un sinfín de reclamaciones identitarias, un asunto sobre el que recomiendo la lectura del extraordinario artículo de José Luis Pardo en El Mundo.
La ley de amnistía establece que quien cometió cualquiera de los delitos que se llevaron a cabo bajo la intención de obtener la independencia de Cataluña debe ser amnistiado, es decir, que no se cometió delito alguno, pero eso atenta contra un pilar básico de la Constitución que es el de la igualdad porque cualquiera que cometiese esos o parecidos delitos, pero sin la salvífica intención de dar un golpe a la democracia española si estaría cometiendo un delito. Como dice Blanco Valdés, citado en el auto del Supremo “tratar de forma penalmente desigual a dos personas, sobre la base del presunto motivo que las llevó a la comisión del delito, constituye una completa arbitrariedad” que viola frontalmente el principio de igualdad.
Los que promuevan un golpe de Estado, esto es los que traten de modificar la Constitución por procedimientos distintos a lo establecido, sí cometerán un delito, pero los independentistas catalanes no lo han cometido porque según la amnistía les libra de cometerlo el objetivo que perseguían. Con este argumento cualquier ladrón podría reclamar su completa inocencia si decidiera acogerse a tan magna exculpación y den por hecho que se verán casos.
Pero no se confundan mis amables lectores, no es que Sánchez y sus abundantes secuaces tengan dudas de cualquier tipo ante esta clase de razonamientos, no han sido guiados por ninguna confusión, lo que han hecho es calcular hasta qué punto podrían sortear las cautelas que el ordenamiento constitucional establece y si esta vez se han ciscado en la igualdad es porque saben, o creen saber, que el Tribunal Constitucional corregirá el criterio del Supremo sin el menor empacho. Pero, dado que creen estar en el poder de predeterminar las sentencias del Constitucional se habrían ciscado en cualquier otro principio.
Al patriotismo de partido le da todo igual porque vive de explotar el lema de que todo vale para el convento. Lo que ocurrió en Cataluña en el otoño de 2017 fue un «golpe de Estado», pero los socialistas podrían convertir ese golpe en un acto de afirmación de la unidad de España si eso fuese lo que necesitasen. No menos chusco que esa malhadada ley resulta oírles que gracias a sus políticas ha desaparecido el problema separatista en Cataluña o que pretenden regenerar la política española apartándola de los que buscan la división y de los que proclaman mentiras insidiosas.
Ahí tenemos el ejemplo de la maledicencia sobre que Begoña Gómez es aficionada a enredarse con buscadores de subvenciones y a presentar proyectos a rectores, como el señor Goyache, siempre atentos a las menores demandas de cualquier ciudadano para llevar a cabo unos nebulosos proyectos universitarios, incluso si el atrevido emprendedor no sabe hacer la O con un canuto.
Sánchez parece muy convencido de que los españoles van a seguir creyendo lo que él dice sin prestar la menor atención a lo que ven. Tal vez sea así, pero no creo que haya muchos ciudadanos dispuestos a creer que Puigdemont no quería otra cosa que el engrandecimiento de la patria común y que si apoya a Sánchez es porque cree honestamente que eso es lo que más conviene a cualquier español. En fin, ya lo veremos.
Foto:Photon-v.
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