Sánchez ha aprovechado una buena compañía para confesar con cierta desenvoltura lo que todo el mundo sospechaba y Puigdemont sabía. Se está negociando una amnistía, pero será por nuestro bien, ha venido a decir. Sin embargo, como no es un prodigio en lógica, se ha apartado un poco de cualquier razonamiento que tratase de explicar el modo en que nos llegará, a todos y a todas y sin que nadie se quede atrás, esa buena ventura. Ha dicho que esa amnistía “no deja de ser una forma de tratar de superar las consecuencias judiciales de la situación que se vivió en España con una de las peores crisis territoriales que hemos vivido”. En esta parte del discurso se nota muy bien el gran deseo de Sánchez de extender los beneficios de esa medida a todos los españoles, porque lo que se cura es “las consecuencias judiciales de lo que hemos vivido”, como suena, dado que es algo que, según, Sánchez nos ha pasado a todos. Nadie ha hecho nada mal, pero todos hemos pasado un mal rato y eso hay que arreglarlo.
Sánchez es un artista y su política está dotada de esa magia, captada sobre todo por los niños, que tienen los números de circo, el espectáculo en el que los artistas no solo lo son, sino que se visten de ello, para que nadie se equivoque. Sánchez tiene más mérito porque todavía no se ha puesto esa bola roja en la nariz que suelen exhibir los payasos encargados de explicar al amable público el truco y la gracia del número, por si alguien no lo ha pillado.
Estamos en un circo, gocemos del espectáculo, no nos hagamos mala sangre pensando que el número tiene truco
Con la ayuda de tropecientos asesores Sánchez está logrando verdaderos prodigios. Por ejemplo, se refiere a lo que pasó en 2017, la proclamación de una República catalana, por breve que fuera, como un acontecimiento, como uno de esos “eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” que diría Juan de Mairena, nada demasiado distinto de lo que cualquiera de nosotros puede hacer una buena mañana mientras se toma una birra. Es claro que judicializar a alguien que se toma una cerveza ha de tomarse como un exceso, salvo que hubiere denigrado a una mujer al tiempo que trasegaba, claro está, de forma que queda patente que hay que superar las consecuencias de una judicialización tan extemporánea y excesiva.
Así, a lomos de la noción de acontecimiento, se comprende que Sánchez proceda a realizar el generoso e inteligente gesto de amnistiar a quien sea, y ahí tiene un pequeño problema porque no sé si le van a ser suficientes los tropecientos asesores para distinguir los acontecimientos amnistiables de otros que tal vez no lo sean del todo. Lo que es seguro es que logrará entretenernos con los detalles, es lo que tiene el circo.
Hablar de “consecuencias judiciales” supone otro importante hallazgo porque, ¿qué duda cabe de que el mundo sería mucho mejor si los acontecimientos no tuviesen consecuencias judiciales? Sánchez trata de aliviar la pesada carga que obliga a los jueces a entretenerse con fruslerías sin ningún sentido y de ahí que sus corifeos hayan hablado de alivio penal, es decir de que los jueces no trabajen en vano.
Los números circenses y la magia potagia tienen muchos forofos y, por lo general, no gustan de que se les explique el truco, de que nadie les arruine el asombro ni la ilusión. Por eso quienes intenten explicar que el mago Sánchez está engañando al público tropiezan con dificultades. Sánchez es un mago con un gran número de seguidores y estos no quieren que se les hable de que Sánchez se equivoca ni cuando afirmó en televisión que era un mentiroso, hasta tal punto llega el entusiasmo de sus admiradores.
La gente que trabaja para él se dispone a demostrar el teorema del punto gordo, a hacer evidente que la amnistía de un acontecimiento cualquiera, y más si es político, es algo que la Constitución olvidó mencionar por considerarlo obvio. Mentes tan preclaras a las órdenes de Sánchez y sus visires seguro que logran el propósito y conseguirán, de paso, que los magistrados progresistas del Tribunal Constitucional no tengan que sufrir el menor desaire.
Y después vendrá lo mejor, cuatro años de presidencia para el gran Sánchez, como es lógico que consiga quien ha sido capaz de deshacer como un azucarillo los temores infundados de que los acontecimientos catalanes por excelencia puedan conducir a otra cosa que un gobierno pletórico de Sánchez. Nuestro previsible presidente ya ha anunciado que suprimirá ministerios, pero dotará a Igualdad de mayores medios para que se vea hasta qué punto ha sido meritorio el trabajo de la exministra Montero que no repetirá en el cargo, aunque habrá dejado un ministerio más dotado y ambicioso para las mujeres que hayan de sucederla en tamaña tarea.
Estamos en un circo, gocemos del espectáculo, no nos hagamos mala sangre pensando que el número tiene truco. En lugar de pensar que Sánchez ofrece la amnistía como tributo para seguir en Moncloa, pensemos a lo grande y reconozcamos que la amnistía de los acontecimientos es un gran avance y que es del todo lógico, por tanto, lo que a una mirada apresurada podría parecer demencial o desvergonzado: que Sánchez no ha abusado de su poder para favorecerse, sino que su gran inteligencia y su extrema sensibilidad para intuir la verdadera gracia de cualquier acontecimiento le hace acreedor de una investidura por todo lo alto.
Sánchez quiere hacer creer a quienes piensan que está desnudo, que su generosidad es egoísta, que su política es inmoral, que es capaz de arrodillarse ante quienes odian todo lo español, que están equivocados. Si se sigue su discurso se ve con claridad que él no es ningún político sin principios que no piensa en otra cosa que en perpetuar su poder al precio que sea, es decir lo que piensa Feijóo… pero ya ven lo mal que le ha ido.
Foto: Pool Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa.