El primer ministro sueco, Ulf Kristersson, ofreció una conferencia de prensa el pasado jueves, 29 de septiembre, en el que se refirió a la creciente incidencia de la violencia en las calles del país. Sólo en septiembre habían muerto 12 personas. Al intercambio de disparos, que ya forman parte del paisaje sonoro hanitual de algunas poblaciones suecas, se suman las bombas. Dos días antes de la conferencia de prensa, dos personas murieron abatidas en un tiroteo, y una mujer de 25 años murió como víctima fortuita de la explosión de una bomba.

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El gobierno sueco, ha anunciado Kristersson, estudia la posibilidad de recurrir al Ejército para tomar el control de las calles. Para hacerlo, tendrá que cambiar la ley. No se trata sólo de que la policía no actúe en determinadas zonas sobre las que no actúa el Estado sueco. El motivo es que las bandas criminales han alcanzado tal nivel de preparación, que tiene que contar con una fuerza que pueda asistir a la Policía en materias como la logística, el análisis de explosivos o la investigación forense relacionada con tecnologías de la información.

Estaba cansado de vivir en un país donde la violencia aumenta mes a mes, sin que nadie intente siquiera invertir la tendencia. Un país en el que los agentes de policía permanecen paralizados en sus coches mientras unos delincuentes enmascarados les lanzan grandes piedras

Es decir, que la situación del crimen se le ha ido de las manos al gobierno sueco. Por cada millón de habitantes en Suecia, cuatro personas mueren por armas de fuego. La media en Europa es de 1,6 personas. A juicio de Kristersson, no es que Suecia no haya vivido una situación como la actual, sino que ningún otro país europeo ha vivido nada similar.

Por otro lado, el Gobierno ha anunciado la instalación de 2.500 cámaras para vigilar las calles de las zonas conflictivas. Y ya ha anunciado que algunas de las cámaras utilizarán tecnología de reconocimiento facial. El ministro de Justicia, Günar Strommer, ha dicho: “En una situación en la que cada vez menos gente da el paso de hablar a la Policía, la necesidad de contar con pruebas de origen tecnológico es crucial. Y nosotros sabemos ya que contar con estas cámaras es extremadamente importante”.

“Crucial”. “Importante”. El lenguaje es muy relevante, pero no dejemos pasar lo más hondo de esas declaraciones: la gente no le habla a la policía. Una de las explicaciones posibles de esa situación es que los posibles denunciantes no sienten que la Policía sea una institución propia, o que teman represalias por la propia comunidad si recurre a ella.

El conteo de las muertes no se realiza de forma aleatoria sobre el territorio humano de Suecia, sino que se concentra en aquellos barrios que han sido tomados por la inmigración. En particular, en aquellas zonas en las que algunas comunidades foráneas han reproducido sobre suelo sueco las instituciones propias, desplazando a las instituciones del país. Eso incluye, por supuesto, al sistema legal y jurídico y a la Policía.

Kristersson es primer ministro desde octubre de 2022 tras los resultados de las últimas elecciones. Ha desplazado al sempiterno Partido Socialdemócrata gracias al apoyo del Partido Moderado, al que pertenece, del Partido de Centro, y del Partido Popular Liberal. No obstante, esas fuerzas no son suficientes para formar un bloque alternativo al de la izquierda, de modo que es primer ministro también gracias al apoyo de los Demócratas Suecos, una formación de derecha identitaria.

Los Demócratas Suecos son el segundo grupo parlamentario en apoyo, detrás del Partido Socialdemócrata. No es poco logro en un país en el que el PS ha ganado todas las elecciones suecas, todas, desde 1917.

Ulf Kristersson no comparte la posición dura anti inmigración de los Demócratas Suecos. Pero tampoco da por buena la gestión de la izquierda en este campo. En la conferencia de prensa, dijo el primer ministro que es “una política de inmigración irresponsable y una integración fallida la que nos ha traído aquí”.

No está tan claro que la integración haya sido fallida. Para que una empresa fracase, primero tiene que intentarse. Y la integración nunca fue un objetivo muy claro de la política migratoria sueca. El país ha optado por la multiculturalidad que es lo que se ve en el país: la reproducción en suelo nacional de las formas de vida de las comunidades de fuera que allí se asientan.

Esto ha ocurrido siempre. En la edad media muchas ciudades tenían su judería, o su comunidad cristiana en territorio árabe, o musulmana bajo dominación cristiana. Y mantenían, con diversos grados de libertad (en ocasiones muy escasa o nula), sus prácticas religiosas y el funcionamiento de sus propias instituciones, como por ejemplo la justicia. La gran diferencia de la situación actual es el Estado del Bienestar: el Estado sueco riega de ayudas a los ciudadanos que viven en su suelo. Unas ayudas que son especialmente generosas para las comunidades menos favorecidas.

Un 20 por ciento de la población residente en Suecia ha nacido fuera; unos dos millones de personas.

Bruce Bawer recoge el caso del periodista Anders Magnus, quien recuerda que en una ocasión, hace siete años, estaba en el barrio de Rinkeby, en Estocolmo. Iba a realizar una entrevista en un café. Pero se le acercó un grupo de jóvenes, que le dijeron que tenía que irse: “No tienes permiso para estar aquí. Este es nuestro territorio”. Bawer no precisa de que parte de jovenlandia procedían estos chicos. Pero añade que “hoy hay unos cincuenta ‘territorios nuestros’ en Suecia”. También recoge el testimonio de un sueco que se fue a vivir a la vecina Noruega porque no aguantaba más:

“Estaba cansado de vivir en un país donde la violencia aumenta mes a mes, sin que nadie intente siquiera invertir la tendencia. Un país en el que los agentes de policía permanecen paralizados en sus coches mientras unos delincuentes enmascarados les lanzan grandes piedras para intentar romperles las ventanillas».

El fracaso del modelo sueco no se debe a la entrada de extranjeros, sino a la dimisión de la sociedad sueca de favorecer la integración. Ese fracaso no se debe a la apertura de fronteras, sino al multiculturalismo. La integración exige la participación de la población inmigrante en el mercado, bien como trabajadores, bien como empresarios. El mercado permite que se traben relaciones voluntarias que favorecen la aceptación del otro. El Estado del Bienestar, que provee de rentas al margen del Estado, no sólo no favorece la integración, sino que la limita.

Por otro lado, son los inmigrantes los que tienen que tener el deseo de integrarse. Ese deseo tiene que estar ligado a la posibilidad de ganarse la vida formando parte de la sociedad. Y tiene que tener otro incentivo: la convicción de que cualquier comportamiento contrario a la ley le supondrá la expulsión del país y de todas las posibilidades de progreso que éste le ofrece. Es decir, el modelo contrario al de Suecia.

Foto: Filip Andrejevic.

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