Donald Trump anunció hace pocas semanas que J.D. Vance iba a ser su candidato a vicepresidente. Este senador por Ohio y autor de un libro de memorias de cierto éxito, Hillbilly, una elegía rural, no era particularmente conocido para el gran público, y los medios de comunicación oficialistas se han limitado a presentarle como un paleto machista y racista.

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Vince es más bien un republicano católico que sirvió en el ejército estadounidense, y que políticamente se adscribe al conservadurismo nacional, que delinearemos a grandes rasgos como una corriente interna del conservadurismo opuesta al neoconservadurismo. El primero defiende un patriotismo aislacionista y un capitalismo vigilado para que no choque con los intereses nacionales. Los neocon, por el contrario, son partidarios del libre mercado como un fin en sí mismo y aspiran a una globalización tutelada por los Estados Unidos, manu militari si fuera preciso.

Sin recuperar concepciones sólidas en antropología y teología, Occidente nunca podrá competir con China o el Islam, que sí tienen claros sus presupuestos

El oficialismo también ha considerado importante resaltar que Vince no es más que un títere al servicio de un malvado empresario llamado Peter Thiel, que supuestamente le ha financiado la carrera política. Esto es algo que en un primer momento parece contradictorio, ya que la wikipedia nos informa de que el tal Thiel es un nerd gay y libertario del Valle de Silicio, y que fue uno de los creadores de PayPal e inversor inicial de Facebook. También leemos que estudió filosofía en la elitista Stanford, donde fue discípulo del antropólogo francés René Girard, y que se doctoró en derecho. Nada parece indicarnos entonces que su cosmovisión case con la de un paradigma de la América profunda como es Vince. Y sin embargo es cierto que Thiel es el principal valedor de Vince. Es incluso probable que él le sugiriera a Trump su nombre.

A Peter Thiel le acusan en las redes sociales de ser de extrema derecha. No sabemos cómo se tomarán él y su marido esta maledicencia, pero después de leer gran parte de lo que ha escrito y haber escuchado varias de sus conferencias, comprendemos que ese improperio es tan carente de sentido que sólo sirve para señalar la ignorancia del que lo esgrime. Él se identifica como libertario, y todo lo que dice y hace dan fe de que lo es.

Además de ser el autor de textos intelectualmente nutritivos, Thiel es un paradigma de exitoso emprendedor tecnológico, como Elon Musk o Mark Zuckerberg. De ahí que la colaboración entre Thiel y Vince, tan aparentemente contra natura, es diciente de algo más profundo que está sucediendo en el envés del decorado político estadounidense, y que como todo lo que sucede allí, nos acabará afectando a todos. Y lo que sucede es que las grandes empresas tecnológicas se están pasando en masa a apoyar a la derecha.  A diferencia del año 2016 y el 2020, esta vez Trump se presenta con una parte de las élites de su lado.

Veamos un poco de contexto.

La Derecha Tecnológica

Hay varios artículos en lengua inglesa que desarrollan el tema. Vamos a empezar citando el de Richard Hanania, Undertanding the Tech Right, que además es el que le ha puesto nombre al fenómeno: “Tech Right”, la Derecha Tecnológica. El subtítulo del artículo es muy certero “La próxima década estará marcada por la entrada de Silicon Valley en nuestra política”.

Hanania empieza con el aviso de que cada vez más empresarios tecnológicos están expresando su apoyo más o menos explícito al Partido Republicano. Da una lista de nombres igual no muy conocidos, pero que al venir laureados por lo de CEO de tal o cual empresa, impresionan igualmente.  Luego cita otros casos más famosos, como Musk con su compra políticamente motivada de Twitter o Jeff Bezos criticando a Biden. Y habría que añadir ahora, después de la publicación del artículo, a Mark Zuckenberg afirmando campanudo que no va a apoyar a ningún candidato, pero que ver a Trump ensangrentado llamando a la lucha después del atentado ha sido uno de los momentos más “badass” que recuerda. O sea, que no pero sí.

Además de los empresarios, por supuesto, están los intelectuales que crean el ambiente necesario para abrirle el paso a nuevos poderes. En la intellectual dark web hay algún que otro pensador de gran nivel que desarrolla argumentos para la Derecha Tecnológica. No necesariamente lo hacen desde la universidad. Ésta, dice Hanania, “se ha convertido en una especie de centro de reinserción para los miembros más neuróticos y conformistas de la clase culta”. La universidad ha quedado reducida a una burocracia adoradora de lo políticamente correcto donde ya no surgen voces heterodoxas. Tampoco lo hacen en el mundo financiero, por cierto. Ahí encontraremos gente muy lista que puede ganar un millón antes del desayuno, pero no hay grandes visionarios con un proyecto de futuro; en Wall Street no surgen nuevas ideas.

Sólo el mundo tecnológico está generando hoy ese paisaje donde emprendedores y soñadores se amalgaman, y regularmente nos presentan propuestas concretas y atractivas de avances civilizatorios para los próximos cincuenta años. Aunque también parece que están hartos de que les hagan esperar y se están politizando.

Hanania lo resume muy claramente: “La historia aquí es básicamente que una industria atrajo una parte desproporcionada de hombres inteligentes e inconformistas. En su mayoría se mantuvieron al margen de la política, hasta que el establishment progresista se volvió demasiado irracional y autoritario para ignorarlo. Y a diferencia de la mayoría de las otras personas que han llegado a desarrollar un odio justificado hacia el izquierdismo a lo largo de los años, ellos sí tenían los recursos y la influencia para hacer algo al respecto”.

La irritante matraca woke está aglutinando enemigos dispares y creando un frente que antes no existía. El abrazo entre Thiel y Vince es un síntoma. Ross Douthat, en su artículo JD Vance and the Tech-Trad Alliance, habla extensamente sobre la entrada de los empresarios tecnológicos, congénitamente cientificistas, libertarios y ateos, a un Partido Republicano cristiano y conservador. Dice que lo que tienen en común los que privilegian a la ciencia como medio para entender el cosmos, y los que hacen lo propio con la Revelación divina, es que, primero, ambos creen que el cosmos puede comprenderse objetivamente, al menos en gran parte, y segundo, que éste tiene unas leyes, ya sean físicas o divinas, y que éstas no se pueden cambiar con actos de voluntad o mediante la modificación gramsciana del relato.

Las políticas identitarias, buenistas y antieconómicas de la izquierda, que han conquistado la hegemonía al ir de la mano del capitalismo financiero, han hecho mella particularmente en sitios como California, donde vivían la mayoría de los tekkies. Fiscalidades cleptómanas, regulaciones verdes, y una política de la vivienda desquiciada, les han empujado a emigrar hacia estados más sensatos, o sea conservadores, como Texas o Florida. Porque para construir naves espaciales, o computadores cuánticos, necesitas un mínimo de cultura de la excelencia, orden cívico, seguridad jurídica y hasta limpieza en las calles. BlackRock empero lo tiene más fácil con los territorios en descomposición; puede especular con la mugre y sacar tajada de ella.

Los hechos concretos

Las cuestiones ideológicas son interesantes y no dudamos de que han sido una fuerza movilizadora. Pero no nos engañemos, no hace falta ser Marx para saber que lo que prima son las cuestiones materiales. O sea, el bolsillo de los empresarios tecnológicos; las ideas vienen luego como justificantes del beneficio económico.

Otro de los artículos imprescindibles sobre este tema es el de Mary Harrington, Why the Tech Right loves Trump.  Aquí la autora se centra en el estorbo de las regulaciones. Los demócratas se han dedicado a entrometerse y restringir a las tecnologías de vanguardia en asuntos como las criptomonedas y la Inteligencia Artificial.  Las primeras han sufrido un acoso feroz por parte del gobierno de Biden, en parte lógicamente porque son una amenaza para quienes no creen en órdenes económicos fuera del control de los estados. Por otro lado, la IA, tan prometedora, se ve lastrada por la imposición de sesgos políticos. “Para que funcione de manera útil”, nos dice la autora, “sus capacidades de reconocimiento de patrones deben reflejar con precisión la realidad”.  O sea, que la IA tiene que estar enraizada en lo real, no en la ideología, y en su empeño por convertirla en una hacedora de mundos woke, los demócratas la hacen descarrilar. Un ejemplo burdo fue el creador de imágenes de Google dibujando nazis negros para ser inclusivo; este chascarrillo risible nos dejó claro que mientras haya intromisiones políticas, la IA no es confiable para cuestiones de envergadura. No es un tema menor éste de que los big data necesitan del realismo metafísico para ser productivos.

Por supuesto, Trump ha prometido defender la innovación en el ámbito de las criptomonedas y anular las regulaciones sobre el desarrollo de la IA. Y por si hubiera alguna duda, su vicepresidente está puesto ahí para garantizar que cumple su palabra.

Peter Thiel

Pero lo mejor es que revisemos los textos de Peter Thiel, sin duda el más capacitado intelectualmente de los emprendedores del Valle de Silicio, y cuyo protagonismo político, por lo que hemos visto, puede convertirse en primordial en los próximos meses.  Pocos pensadores además tienen una obra tan programática como la suya, y pocos filósofos han cartografiado mejor que él el estancamiento civilizatorio al que nos ha sometido el capitalismo financiero desde los años setenta.

Nadie ejemplifica mejor que él, por obra y acción, la Derecha Tecnológica.

De Peter Thiel hay, que se puedan encontrar en la red, un libro, De cero a uno, y varios artículos. De cero a uno viene con el subtítulo “Consejos para startups o cómo inventar el futuro”, y tal vez quien esté interesado en cuestiones más intelectuales se lo ha podido perder, o lo ha minusvalorado, por considerarlo un manual destinado a creadores de este tipo de empresas. Sería un error. Tiene algún consejo para jóvenes emprendedores, en efecto, y mucho lucimiento de logros empresariales, pero entre medias mete ideas filosóficas de gran profundidad. Los artículos son de distinta extensión y calidad, pero en todos hay dos o tres ideas que se repiten, y básicamente con leer “Un experimento mental optimista” y “El momento straussiano”, podemos hacernos una idea clara de lo que propone su autor.

De cualquier manera, la lectura que recomendamos para iniciarse en Thiel es la de una compilación de citas suyas sacadas de sus textos, pero también de sus incontables entrevistas y conferencias. El documento se llama Thiel on Progress and Stagnation y lo han editado Richard Ngo y Jeremy Nixon. Se puede descargar gratis en PDF. Tiene cinco apartados: “¿Qué pasa?”, “¿Qué ha fallado?”, “¿Qué hay de malo en nuestra cultura?”, “¿Qué debemos hacer?” y “¿Qué está pasando en las diferentes áreas de la tecnología?”. En ellos se encuadran temáticamente las ciento veinte páginas de reflexiones sobre nuestro presente y nuestro futuro.

Aquí Thiel tiene palabras elogiosas para la América de los años cincuenta y sesenta, en los que la gente soñaba con viajes espaciales y ciudades submarinas; entonces había un optimismo definido. Y sin embargo algo se echó a perder: “Los hombres llegaron a la Luna en julio de 1969, y Woodstock comenzó tres semanas después. Con el beneficio de la retrospectiva, podemos ver que entonces los hippies se apoderaron del país y se perdió la verdadera guerra cultural sobre el Progreso”.  Con la crisis del petróleo de 1973 cunde el miedo, se acaba la creencia en la posibilidad de un avance civilizatorio, y la innovación tecnológica se estanca. Desde entonces sólo el ámbito de la tecnología de la comunicación ha prosperado, convirtiéndose en sinónimo de la propia tecnología. El resto de los sectores tecnológicos, como el transporte o la construcción, mucho más regulados que todo lo relacionado con internet, están parados desde hace décadas: “Todos estos artilugios y dispositivos nos deslumbran, pero también nos distraen de las formas en que nuestro entorno más amplio es extrañamente antiguo. Así que usamos teléfonos móviles mientras viajamos en un sistema de metro del siglo XIX en Nueva York. En San Francisco, el parque de viviendas parece de los años 50 y 60, en su mayoría es bastante decrépito y difícil de renovar. Así que tienes bits que progresan, mientras que los átomos están extrañamente atascados”. El Boing 747 se diseñó en 1969 y una tercera parte de las patentes de medicinas están expirando porque son de hace más de sesenta años. Nos hemos quedado muy por debajo de las expectativas de nuestros abuelos.

La sobrerregulación y la primacía de élites burocráticas que defienden su status quo y no el progreso son posibles explicaciones. Pero sobre todo el responsable es el capitalismo financiero, que no tiene más proyecto que ganar dinero, y favorece la economía cortoplacista y especulativa. Hay miles de millones de dólares en cuentas bancarias de grandes corporaciones y nadie sabe qué hacer con ellos porque no hay visiones prospectivas. La tecnología necesita inversiones a largo plazo, porque se basa en la planificación y en la investigación; tiene una manera de ganar dinero gradual que cortocircuita la mentalidad de los fondos de inversión actuales.

Un cambio político que desregule el mundo tecnológico y -aunque esto Thiel no lo dice explícitamente-, también reforme el financiero, provocaría un progreso vertical, una eclosión de creatividad y liberación de talentos.

Otra de las cuestiones que Thiel trata es el de las políticas suicidas del decrecimiento económico. “Todo el orden político moderno se basa en un crecimiento fácil e implacable”. La idea de que no tendrás nada y serás feliz, o sea, que la mayoría tendremos que vivir pobremente mientras unos aristócratas globales viven sumidos en el lujo, hace inviable la democracia, que nunca puede funcionar con una economía de suma cero, en la que hay bienes finitos, y o son para ti o son para mí. “En un mundo sin crecimiento podemos esperar un perdedor por cada ganador”. A la larga significa violencia.

Para que haya democracia tiene que haber progreso económico, producción de bienes, y generalización de la propiedad. Es criminal desmantelar el sector primario y secundario en Occidente porque contaminan; lo que hay que hacer es transferir millones de dólares del capitalismo financiero a investigación y desarrollo para que estos sectores sean más ecológicos. Hay que innovar en tecnología para que se pueda hacer más y mejor por menos. Volvemos a la casilla de salida: para que podamos convivir y prosperar hay que salir del estancamiento tecnológico en el que retozamos desde los años setenta.

Lo que sucederá a partir de noviembre

Thiel no se limita a describir las fallas del sistema y a proponer soluciones técnicas. Es un filósofo que busca la raíz ontológica de los problemas. Cree que sin recuperar concepciones sólidas en antropología y teología, Occidente nunca podrá competir con China o el Islam, que sí tienen claros sus presupuestos. Entiende el mundo a través de las lentes de su maestro René Girard, muerto en el año 2015, y del que Paul Ricoeur predijo que sería tan importante en el siglo XXI como Marx y Freud lo fueron para el XX.  Quien esté familiarizado con la obra de este intelectual francés habrá notado que está presente en cada línea que ha escrito Thiel.  Está por hacer el estudio de esta influencia.

Si Trump gana y da poder a los que le habrían aupado, se avizora un cambio en los debates públicos y en las formas de hacer economía. Desde luego habrá una verdadera batalla cultural, una nada menos que por recuperar el futuro, y no las meras escaramuzas guerrilleras que llevamos padeciendo desde hace una década.

También puede suceder que Trump no sea leal a sus valedores, se venda a las élites financieras y fulmine a Vince e ignore a Thiel.  O que los burócratas de Washington sean demasiado poderosos, y nada se pueda cambiar ya.

En este Thiel on Progress and Stagnationen, un documento desconocido y oracular, encontramos las ideas principales de la Derecha Tecnológica. Tal vez sea un programa de gobierno si la pareja Trump-Vince gana las elecciones este otoño. O tal vez se quede sólo en una estimulante lectura de teoría-ficción. Ya veremos.

*** Juan Rodríguez es filósofo y crítico literario.

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