Henry Hazlitt, en su libro The conquest of poverty, da dos ideas muy importantes sobre la pobreza. La primera se corresponde con las palabras de apertura: “La historia de la pobreza es casi la historia de la humanidad. Los escritores antiguos nos han dado pocos relatos de ella. La daban por sentado. La pobreza era el estado normal”. Y la otra es que querer tratar la pobreza con seriedad “nos impulsa a tratar de encontrar una definición absoluta, u objetiva, de la pobreza”. Es imposible definir la pobreza en términos objetivos, porque los bienes tienen un valor subjetivo, nunca objetivo. Sí se puede definir en términos absolutos, pero siempre van a ser arbitrarios. ¿Es pobreza no tener acceso a internet? ¿Lo es tener una dieta con más calorías de las recomendadas?
Pero es cierto que toda definición absoluta, o al menos material, tiene más significación que una medida relativa. Definir al último quinto de la población, ordenada por ingresos, como pobre, arrojará el dato de que uno de cada cinco ciudadanos son pobres, independientemente de cómo vivan.
¿Cuándo sufre una persona privación severa? Cuando tiene al menos 7 carencias de una lista de 13 (seis referidas a la situación personal y siete a la del hogar)
La Unión Europea tiene una definición de pobreza que es una combinación de tres conceptos. Habla de población en riesgo de pobreza o de exclusión social (AROPE). Luego ya no es sólo pobreza. Y ni siquiera es la pobreza, sino el riesgo de caer en ella. Para poder aterrizar un concepto tan vaporoso como este, Eurostat define la AROPE cuando alguien se encuentra en una de estas tres situaciones, o en más de una: riesgo de pobreza, privación material severa, y hogar con una baja intensidad de empleo.
El “riesgo de pobreza” se corresponde con la definición relativa de pobreza: es el porcentaje de la población que esté por debajo del 60% de los ingresos medianos. Tal como recuerda la propia Eurostat, “este indicador no mide la riqueza ni la pobreza, sino los bajos ingresos en comparación con otros residentes en ese país, lo que no implica necesariamente un bajo nivel de vida”. Se llama “pobreza”, pero no lo es.
Un hogar tiene una baja intensidad de empleo cuando las personas en edad de trabajar dedican a la actividad productiva personal menos del 20 por ciento del tiempo que potencialmente podrían dedicar. Si viven un padre y una madre, y pueden dedicar 80 horas semanales al trabajo, pero sólo destinan 16 o menos.
Y privación material severa es un intento de hacer una medición absoluta, o material, de la pobreza. Y se acerca más a lo que todos pensamos que es la realidad detrás de esa palabra. En realidad, el nombre completo es “privación material o social severa”, y es por motivos que se hunden muy profundamente en la historia del pensamiento económico. La teoría de los salarios de David Ricardo decía que los trabajadores recibían lo justo para sobrevivir. Pero, por un lado, esto era falso incluso en 1817, cuando se publicaron sus Principios. Y, por otro, el propio Ricardo se vio obligado a incluir en ese ingreso de subsistencia bienes que eran considerados necesarios desde un punto de vista social, y no sólo biológico.
¿Cuándo sufre una persona privación severa? Cuando tiene al menos 7 carencias de una lista de 13 (seis referidas a la situación personal y siete a la del hogar).
Desde este último punto de vista, el de la situación del hogar, las carencias son: capacidad para hacer frente a gastos imprevistos; capacidad para permitirse pagar una semana de vacaciones anuales fuera de casa; capacidad para hacer frente a retrasos en los pagos (de hipotecas o alquileres, facturas de servicios públicos, cuotas de compras a plazos u otros pagos de préstamos); capacidad para permitirse una comida con carne, pollo, pescado o equivalente vegetariano cada dos días; capacidad para mantener la casa adecuadamente caliente; tener acceso a un coche o furgoneta para uso personal; sustitución de muebles desgastados.
Y desde el punto de vista personal, las carencias son estas seis: disponer de conexión a Internet; sustituir la ropa gastada por otra nueva; tener dos pares de zapatos que le queden bien (incluyendo un par de zapatos para todo tipo de clima); gastar una pequeña cantidad de dinero cada semana en sí mismo/a; realizar actividades de ocio con regularidad; reunirse con amigos o familiares para tomar algo o comer al menos una vez al mes”.
En fin, una persona podría ir a conciertos con regularidad, reunirse con los amigos una vez al mes, hacer frente a gastos imprevistos, irse de vacaciones fuera de casa una semana, tener un coche y visitar Ikea y tener una privación material severa. Y, sin embargo, es el mejor modo de acercarse a la pobreza; atender las carencias reales. Se podría hacer mejor, y en los Estados Unidos se está apreciando mejor la incidencia de la pobreza, pero es lo que tenemos.
Y de esto hablamos. Porque el Instituto Nacional de Estadística acaba de actualizar la Encuesta de Condiciones de Vida, que es la que sigue la metodología europea y nos informa de la evolución de la pobreza en España. El informe de cada año se hace a partir de los ingresos del año anterior, de modo que este último informe recoge los ingresos de 2022.
El indicador AROPE, en el que están cualquiera de las personas que entran en al menos uno de los tres criterios de pobreza que he mencionado, apenas cambia respecto del año anterior: se pasa del 26,0% al 26,5%. Está notablemente por debajo de los niveles de 2014, por ejemplo, año para el que la crisis de 2008 había insuflado todo su helador aliento sobre la economía española. Entonces fue de, 30,2% (ingresos del 2013).
Si miramos los dos primeros indicadores, la situación no ha empeorado. Al contrario. La pobreza relativa es mejor que en los años anteriores (20,2%, mejor dato de la última década), y la baja intensidad del empleo es hoy más baja que nunca. En 2014 rozaba el 17%, en 2021 era del 11,6%, y hasta 2022 no había bajado del 10%. Ahora está en el 8,4%.
No podemos alegrarnos mucho por estos datos. Porque el primero no tiene relevancia. Y porque el segundo, dadas las circunstancias, tampoco. Las circunstancias tienen un nombre, y es inflación. La inflación hace que el trabajo sea más barato, y facilita la contratación. No hace falta ser Keynes, o haberlo leído, para saberlo. El trabajo está tirado, en términos reales. Y como está tan barato, se contrata más. Pero estando tan barato, las horas trabajadas rinden menos en casa.
Y ya nos acercamos a la pobreza de verdad, a la privación material severa. Y esta sí que ha aumentado. Y mucho. Tras la Gran Recesión, había ido reduciéndose: del 10,7% de la población en 2014, al 7,7% en 2019. Llegó la pandemia, con sus pandemias sociales de control de nuestra libertad de movimientos y estrangulamiento económico, y volvió a subir: el 85% en 2020 y el 8,3 en 2021. Al año siguiente, cuando el Estado volvió a abrir la mano, volvimos al 7,7%. Pero el año pasado ha vuelto a subir. Y mucho. Al 9,0 por ciento. Tenemos que irnos a los peores años de la Gran Recesión para encontrar un dato así o peor.
¿Por qué ocurre esto, si los ingresos suben? Por la inflación. Se llama a la inflación el impuesto de los pobres, porque deprime todos los ingresos, pero más a quienes no tienen propiedad ni tienen instrumentos para sortearla. Ya Juan de Mariana, en su Tratado y discurso sobre la moneda de vellón, describió cómo la inflación se cebaba en los pobres, que entonces eran la inmensa mayoría del país.
Foto: Imelda.
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