Gracias al espíritu progresista, censor, de nuestro Gobierno, la profesión periodística vuelve a estar en el centro de un debate. El debate lo agita el Gobierno; el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por ser más preciso.

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Estuvo cinco días de asueto, ya lo saben, manipulando a propios y extraños para que pensaran que concibió alguna vez la idea de abandonar el poder. ¡Ja! Yo he sugerido que habrá que ponerle un nombre a esa representación teatral. Propongo llamarlo la pentahémera. Bien, pues tras la pentahémera Pedro Sánchez le concedió una entrevista a Pepa Bueno en el diario El País. Y ya en la primera respuesta, y sin venir a cuento, le coló la expresión “máquina del fango”. Por si no fuera suficiente, Sánchez volvió a repetir el sintagma otras cuatro veces. Máquina de fango. Máquina de fango…

La libertad de prensa en España, corramos a decirlo, está amenazada. Pero nuestro nivel de censura está aún lejos, muy lejos, de los deseos de Pedro Sánchez

Es una vieja técnica. Si quieres destruir algo, comienzas por desnaturalizarlo. Le cambias el nombre. Lo deshumanizas. Y cuando le has quitado sus cualidades humanas, actuar contra esa realidad es más fácil. ¡Qué sería del siglo XX sin ese mecanismo! No son personas, son judíos; no son judíos, son ratas. O esta otra variante: no son campesinos, son kulaks; no son kulaks son ratas. (Las ratas son una figura especialmente querida para estos humanos deshumanizadores).

De modo que están los medios de comunicación, que son los que apoyan al Gobierno, y las máquinas de fango, que son quienes no les apoyan. Jorge Fernández Díaz es periodista y argentino, no político y español; no se confundan. Su capacidad de tragar con la obra política del Kirchnerismo llegó a un fin, y se empezó a enfrentarse al gobierno. Le entrevista Jesús García Calero, del diario ABC. Dice Jesús que Jorge Fernández sufrió la ira del kirchnerismo, y que ahora ve cómo Javier Milei le insulta y le ataca personalmente tras sus críticas a la marcha del país.

La entrevista es muy interesante, y recomiendo que se lea entera. Yo voy a destacar ahora este extracto: “Para mí el que ataca la credibilidad de las instituciones es un populista, diga lo que diga. Alguien que se enfrenta, que decide que los periodistas son el problema, es alguien que es populista o va camino a serlo”.

Fernández Díaz no aparece en la entrevista como un hombre esencialmente crítico con la izquierda o con la derecha, aunque se muestren sus simpatías. Pero sí lo es con el populismo, que él identifica con el socavamiento de las instituciones, la degradación del debate público y su sustitución por un enfrentamiento existencial entre buenos y malos. Es imposible no ver al gobierno de Pedro Sánchez y sus socios retratado en este populismo del que habla el periodista argentino.

Al comienzo de la entrevista señala que la ONG Reporteros sin Fronteras recoge “un fuerte retroceso en la libertad de prensa en Argentina”. Y añade lo siguiente, que es lo mejor de toda la entrevista: “Los gobiernos son ahora máquinas literarias de ficción, que día y noche intentan escribir su relato de los hechos, y el periodismo independiente –los investigadores y los articulistas de opinión– tienen la imperdonable costumbre de revelar sus bulos y rebatir sus argumentos y falacias. Son, por tanto, el enemigo”.

El populismo, tal como lo define Fernández Díaz, plantea que hay una fractura insalvable dentro de la sociedad, una división fundamental que separa a los buenos de los malos. Son existencialmente malos. Todo lo que hagan es ilegítimo. No todavía ilegal, pero desde luego ilegítimo. A sensu contrario, todo lo que hagamos contra ellos no puede ser sino defender la democracia y las libertades, pues, ¿qué otra cosa podríamos defender los buenos? “Son el enemigo”, nos dice el periodista. Su actividad nos amenaza, y no tenemos por qué tolerarla. Y ello afecta a todo lo que digan.

Jorge Fernández Díaz lo ha visto en Argentina y nosotros lo estamos viendo en España. No son medios de comunicación, son máquinas de fango. No son noticias, son bulos. No son periodistas, son… Pero no vayamos a ello todavía. Este debate ha azuzado la vieja cuestión del intrusismo. Aquí tiene que llegar el poder y decidir quién puede informar y quién no. Es más, a quien le concedamos el privilegio de informar (hoy todavía es un derecho, mañana ya veremos), tendrá que responder por su buen comportamiento. Si se desliza por el camino de los bulos (informaciones críticas con el Gobierno), ya sabe lo que le espera.

No creo que el Gobierno de Sánchez llegue tan lejos ni mucho menos. Pero Pedro Sánchez es un hombre audaz y carente de escrúpulos. Es capaz de cualquier cosa, cualquiera, con tal de mantenerse en el poder. Es pronto para saber hasta dónde va a llegar en su lucha contra la libertad de prensa y la independencia de los jueces.

Tiene el respaldo de los suyos. Una encuesta publicada por el diario El Mundo preguntaba: “¿Estaría de acuerdo con que se implanta un mecanismo que controle las noticias que publican los medios de comunicación?”. El 50,7 por ciento de los votantes del PSOE y el 51,0 por ciento de los de Sumar responden afirmativamente. Tantos esfuerzos por revivir a Franco han tenido efecto, finalmente.

El núcleo de la estrategia contra la prensa de Pedro Sánchez no es la opinión, sino la información. No quiere que los medios independientes desvelen más corrupción de los Sánchez  Gómez que la que ya conocemos. Y si un periódico vuelve a informar, con pruebas, sobre esa corrupción familiar, existe el riesgo de que una asociación le lleve a los tribunales. Esto es lo que quiere evitar a toda costa. Quizás no haya más corrupción y lo sepamos todo de la familia, de España, de Portugal, y de Marruecos. Pero se mantiene el empeño porque no prenda una mecha que puede llegar hasta el Tribunal Supremo.

La libertad de prensa en España, corramos a decirlo, está amenazada. Pero nuestro nivel de censura está aún lejos, muy lejos, de los deseos de Pedro Sánchez de hacer del nuestro un país verdaderamente progresista, como la Argentina de los Kirchner o, mejor aún, la Nicaragua actual.

Un camino, ya lo he dicho, es el de la “profesionalización” del periodismo. Es una vieja idea; tan vieja como la que se operó a finales del XIX en los Estados Unidos en diversas profesiones (economistas, médicos, abogados), de la mano del movimiento progresista. Pero hete aquí que publica el diario El País un artículo disolvente con esa pretensión.

Lo ha escrito Idafe Martín Pérez. Y es extraño, porque es el máximo ejemplo del humano deshumanizador. A Idafe le gusta llamar a los periodistas que no piensan como él… ratas. Nada nuevo bajo el sol.

El arranque de su artículo es impecable. Sí, esto es un oficio. Sí, nos beneficiamos mucho de que haya escritores como Federico Jiménez Losantos, médicos como Carlos Herrera o bailarinas, como Alma Guillermoprieto, que se dediquen al periodismo. Y sí, hay que echarse a temblar cuando empiece a hablarse de dar, y quitar, carnets de periodista. En el resto del artículo asume el populismo del que habla Fernández Díaz. Los buenos y los malos. Pero se detiene a la hora de llevar su posición a las últimas consecuencias.

Un periodista es alguien que ejerce el periodismo. Quien quiera profesionalizarlo por medio de licencias o licenciaturas, lo que busca es quitarle al ciudadano su derecho a expresarse o a informar libremente.

Foto: Freddy Kearney.

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