Para ser libre se requiere de muy poco, pero de ese poco se requiere mucho y muy de seguido. Y por lo que he indagado son tres cosas las cosas que caben en ese poco: valentía, lealtad, y entrega. Valentía para arriesgar la vida llegado el caso; lealtad para no traicionar la libertad por el camino; y entrega para combatir con firmeza a sus enemigos.

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La libertad debe de ceñirse a la presencia entremezclada de estos tres jinetes. Si eres cobarde pero leal, no eres libre. Si eres valiente, pero no eres leal, tampoco. Tienes que ser todas, y todas todo el tiempo y al mismo tiempo.

No soportamos muestras de valentía, de lealtad o de entrega a nuestro alrededor que las etiquetamos rápidamente de temerarias, trasnochadas, o fanáticas. Todo sea por desviar la mirada ante lo que nos deja en tan mal lugar: el empacho a lo que nos hace libres

Ahora párate y pon tu mente en una plaza de toros. De entre todas las cosas que podrás sacar de allí hay tres que se repiten. Valentía en el torero al poner su vida en las manos del destino. Lealtad por partida doble: con el toro, al adherirse a las normas de la plaza, y a sí mismo, al vivir ceñido a su vocación: muere con las botas puestas; no se traiciona, no da bandazos. La entrega queda probadísima al tener de frente a un bicho de media tonelada.

Por tanto, la tauromaquia está ligada a la libertad, y lo está en la valentía, en la lealtad y en la entrega. No digo que en un mundo sin toros uno no pueda ser todas esas cosas, pero una vez que le son conocidos no se puede seguir siendo libre y estar contra ellos. Muchos creen justificado el desprecio a la tauromaquia por el trato dispensado al animal en las corridas, pero, a este punto, yo les exhorto: ¿por qué no les incita un agravio igual o parecido cuando se trata de los mataderos? Quizá sea porque en estas dependencias no se pone en boga la valentía, la lealtad, ni tampoco la entrega que vemos explayarse entre las plazas.

Por tanto, y tiro de lógica, si lo que hace despreciable a la tauromaquia no lo hace a los mataderos, el desprecio a los toros deberá resultar de algún recelo escondido hacia la libertad; y así es que ocurre de veras. La sociedad española ha alcanzado cotas delirantes en la mediocridad, en la cobardía y en el buenrollismo. A tal punto que escucho decir y sacando pecho: ¡no te metas en líos!, ¡hazte funcionario!, ¡vive el momento!, ¡la vida es un rato!, o ¡guárdate tras la medicina preventiva!, ¡todo sea por sobrevivir a toda costa! A tenor de estas expresiones confieso que rivalizamos en vulgaridad con lo más obsceno. Sería bueno que te pararas a reflexionar sobre ello por un momento.

No soportamos muestras de valentía, de lealtad o de entrega a nuestro alrededor que las etiquetamos rápidamente de temerarias, trasnochadas, o fanáticas. Todo sea por desviar la mirada ante lo que nos deja en tan mal lugar: el empacho a lo que nos hace libres. En definitiva, lo que despreciamos de los toreros, es que con su hacer nos hacen caer en la cuenta de lo lejos que andamos de nuestra mejor versión. Somos antitaurinos porque somos liberofóbicos. No odiamos a los toreros por lo que son, sino por lo que nos hacen sentir.

Foto: Giovanni Calia.

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