Solo desde el pesebre y la subvención puede explicarse la actividad del sindicalismo de izquierdas en este país. Se mantienen estabulados como ganado deglutiendo nuestro dinero, entre langostinos y güisqui del caro cuando deberían arder las calles. Han dejado tales menesteres para su imagen especular que, tímidamente, lleva a cabo sus pinitos en esto de prender la chispa adecuada. Estos otros sindicalistas, empero, no tienen tanta solera en el trinque y están institucionalmente todavía algo verdes, amén de señalados como fascistas, por lo que aún les faltan un par legislaturas para alcanzar el nivel de sus primos mayores. Eso sí, sus reivindicaciones son tan intervencionistas y proteccionistas como las de los primeros, solo que atienden a grupos de presión distintos y distintos, son pues, sus patrocinados.

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A estos estúpidos parásitos hay que sumar una inmunda caterva de corifeos, estómagos agradecidos. Todos ellos ejecutan, desde el miedo y la superioridad moral, las instrucciones de un gobierno cada vez más totalitario. Los mensajes intimidantes se refuerzan con el monopolio de la violencia que se ejerce desde el Ejecutivo para mantener a los ciudadanos enjaulados, privados del fruto de su esfuerzo y con un nudo en la garganta por su futuro y el de los suyos.

Si son los impuestos a los carburantes los que pagan supuestamente el mantenimiento de las carreteras, argumentar que su eliminación acarrearía problemas a otros servicios no es más que constatar el fracaso que supone esta democracia que ‘nos hemos dado’

La consigna en este complicado momento, como lo fue en muchos otros de la pandemia y como lo es en cada instante que una crisis amenaza nuestros bolsillos, es la imperiosa necesidad de blanqueamiento de unos servicios públicos deficientes, pretendidamente imprescindibles y que hemos visto tambalearse una y otra vez con cada ola del maldito virus. Los servicios públicos, tal y como los entendemos, son totalmente innecesarios y por lo tanto carísimos. Bastaría con implementar un sistema de impuestos finalista, donde cada euro que se detrae de la renta del ciudadano solo pudiera ir a una partida presupuestaria, para darnos cuenta de la absurda configuración del universo del Estado.

Sanidad o educación pueden prestarse de manera mucho más eficiente desde el sector privado, como ya se hace con servicios como la limpieza y los mantenimientos. De hecho, es la intervención estatal la que pervierte los mercados de la energía, con sus “monopolios naturales” y sus privatizaciones oligopólicas, o el de trabajo, por citar dos absolutamente infectados con infames regulaciones. Solo hay que contar las llamadas al centro de salud pública para poder concertar una cita para la PCR con la celeridad que podía hacerse una prueba en un centro privado, siempre, eso sí, que al burócrata de turno le diera la gana autorizarlo.

¿En qué cabeza cabe que sea más barato y eficiente e incluso más universal, un servicio público más la burocracia que lo mantiene que el propio servicio mondo? No tiene sentido. Deberíamos embutir a nuestros púberes con frases y libros de Thomas Sowell desde la más tierna infancia. No puede haber economías de escala en la burocracia porque la burocracia no es un sistema económico, es un sistema procedimental. Puesto que no busca la eficiencia sino el cumplimiento de hitos no cabe el ahorro por volumen, de hecho, es justo al revés.

Si resulta que vamos a perder unos servicios que en su mayoría no deseamos y que solo necesitamos en contadas ocasiones por eliminar impuestos, yo digo que adelante. El mundo está lleno de médicos y hospitales que seguro se organizarían mejor sin el Gran Hermano metiendo el cazo y de profesores hartos de un sistema de educación decimonónico, dispuestos a ganarse mejor la vida ayudando a nuestros hijos. Si la primera autopista de los cayos en Florida la construyó Henry M. Flagler y Domino’s Pizza se dedica a repavimentarlas para que su producto llegue en perfecto estado, supongo que no habrá mayor problema en dilucidar quién construirá las carreteras en ausencia de gobierno.

Si son los impuestos a los carburantes los que pagan supuestamente el mantenimiento de las carreteras, argumentar que su eliminación acarrearía problemas a otros servicios no es más que constatar el fracaso que supone esta democracia que nos hemos dado. Los impuestos hoy en día mayoritariamente pagan una burocracia obscena y esto no es una excepción. Es momento de eliminarlos. Todos.

Foto: Justin Luebke.


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