Cuanto más se aparta una sociedad de su verdadera esencia – hombres libres deciden cooperar libremente para prosperar, cada uno asume sus responsabilidades – más difícil se hace la toma de decisiones desde la racionalidad. Si los hombres pierden su libertad será el capricho del dueño el que dicte las decisiones. Si abandonan su responsabilidad, nadie sentirá la necesidad de tomar medida alguna. No se trata de un cuadro en blanco y negro: la gama de grises es infinita y no siempre es sencillo discernir entre lo racional y lo irracional. En cualquier caso, cuanto menores son el grado de libertad y de responsabilidad de cada individuo, menor es la calidad racional de las respuestas a cualquier problema.

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En las sociedades estatalizadas, donde la coacción es el único medio de cohesión, las personas no tienen más remedio que vivir con los erróneos resultados de las acciones irracionales: les obligan incluso a cooperar en ellas. En la España moderna la cohesión nace de la imposición (mediante amenaza de represión violenta) de una Constitución obsoleta, de una legislación fiscal demencial penalizadora de cualquier crecimiento y progreso y de un sistema político fundamentado no en la pluralidad y la separación de poderes sino en el monolitismo partidocrático y la doma del poder judicial.

Lo único que no debe decir nunca en público, jamás de los jamases, es que pertenece al grupo de personas que usa el sentido común

En este proceso de adaptación a la voluntad del patronato o aliado en el poder, cobra un valor importantísimo la capacidad de no ser molesto. Esta capacidad de pasar desapercibido y no ser una molestia es tanto más importante cuanto menos significativa sea nuestra cualificación profesional: nuestro sueldo no depende de nuestro trabajo, sino de la opinión que otros tienen sobre nosotros. Lo mejor es ser “normal”. De ahí que cada vez sea más sencillo para quien ostenta el poder imponer absurdas tesis consensuadas como justificación de acciones costosísimas e infructuosas. La mayoría decide no molestar, y los que “molestan” son automáticamente tachados de asociales, ¡como mínimo! Quien crea que su opinión difiere de la “oficial” se cuidará mucho de proclamarla. Si se forma un grupo pequeño de “disidentes”, quienes puedan compartir esa opinión preferirán mantenerse en el anonimato. Es la “espiral del silencio” que describía Nölle-Naumann. Y los nacional-socialistas alemanes de esto entendían mucho.

Si le dan un vistazo a la prensa de hoy y a los noticiarios televisivos y radiofónicos, les será fácil ver cómo los medios españoles ya son presa de la espiral del silencio. La existencia de grandes medios públicos facilita la homogeneización informativa y el establecimiento de los parámetros que definen la “normalidad”. La aparente discrepancia entre lo comunicado por los diferentes medios autonómicos se diluye en cuanto eliminamos los acentos clientelistas particulares. La financiación de estos medios a través de dinero público hace que la cualificación profesional a la hora de acceder a un puesto de trabajo o redactar una “noticia” sea secundaria a la cualidad del candidato y sus relaciones personales en el entramado político-social encargado de dirimir entre lo normal y lo inaceptable. La infiltración del activismo político en los medios es tal, que solo al hipócrita se le ocurre llamar a lo que nos sirve información. Distracción y formación de las masas son los objetivos para mantener en buen estado de salud el sistema que les da de comer.

Los profetas de la nueva unanimidad ya nos dicen lo que es bueno y lo que es malo, y estas son las categorías del mundo en que vivimos. Ya no existe lo “apropiado”, mucho menos lo “meditado” … olvídense de lo “justo”. Nos lo han puesto fácil: existen lo bueno y lo malo, punto.

Lo bueno es: protección del medio ambiente, protección del clima, protección de la infancia y protección de la salud, que conforman los cuatro mandamientos principales. Luego también es bueno: ir a todas partes en bicicleta, poner nombre a los árboles del barrio, denostar a los católicos (o los judíos), comprar siempre productos bio y/o de mercado justo, celebrar fiestas veggie y la homeopatía. ¡Ah! Y prohibir. Prohibir es muy bueno. Prohibir es fundamental, ya que las libertades individuales son indiscutiblemente obra del demonio. ¡A dónde íbamos a llegar si cada uno pudiese pensar, incluso decidir, qué es lo bueno para él! ¡Pero si todos somos unos enfermos mentales incapaces de protegernos de nosotros mismos! No, el demonio se oculta – siempre lo hizo – tras esa cosa terrible llamada libertad individual. Nosotros los humanos somos parte de un colectivo en comunión con la madre Gaia y hemos de estar eternamente agradecidos a aquellos entre nosotros que han sabido identificar el diablo que todos llevamos dentro, enseñándonos a desconfiar de nuestros bajos deseos, mostrándonos aquello que es realmente deseable para todos.

La devaluación del amor por la verdad en favor del seguidismo de los conformes tiene consecuencias sorprendentes. Como es más importante saber quién defiende una opinión que saber si esa opinión es correcta, perdemos la capacidad de comprobar los argumentos. Cada vez son menos las personas capaces de distinguir entre una conclusión lógica y la mera verosimilitud. Aceptamos las ideas más absurdas por el simple hecho de que nos parecen verosímiles, sin necesidad de que alguien venga y nos las explique pormenorizadamente.

Antes, bajo la influencia del demonio, las personas aprendían equivocándose, y actuaban en consecuencia. Hoy, gracias a los profetas de la nueva unanimidad, las personas ya no necesitan aprender, les basta con hacer exactamente lo que las normas y prohibiciones les permiten. Ni el sentido común, ni el libre albedrío, esas dos patologías de la humanidad, son ya necesarios.

Vivimos en un mundo lleno de prohibicionistas en busca de lo unánime, locos en su carrera por controlarlo todo, por ver quién inventa y aplica más leyes, más prohibiciones, más reglamentaciones y, lo que es peor, cargados cada mañana de una gran porción de miradas acusadoras y gestos de desdén para los que osan abandonar el terreno de lo normado. Denunciantes vocacionales cuya meta no es el “bien común”, sino excluir al diferente, marcarlo, señalarlo, para satisfacer lo que ellos creen su ego y su sensación de pertenecer a algo. Es decir, ellos no son como esa gentuza que conduce coches, fuma, habla castellano en la Ramblas, bebe dos vasos de vino, come bocatas de tortilla, va a misa los domingos, lanza piropos espontáneos o defiende la necesidad de las centrales nucleares. No, ellos pertenecen a una de las miles, millones de minorías incomprendidas que deben ser salvadas de la desaparición para así poder salvarnos a todos los demás.

Yo les recomiendo que busquen una minoría a la que adherirse: ¿es usted zurdo? ¿tal vez gordo? ¿pelirrojo? … casi no me atrevo a escribirlo… ¿es usted incluso… liberal? Algo encontrará, no se preocupe. Lo único que no debe decir nunca en público, jamás de los jamases, es que pertenece al grupo de personas que usa el sentido común, que se informa y recapacita antes de hacer nada o decidir nada.

Foto: Usman Yousaf.


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