Solía argumentar cierto expresidente español que “no hay que meterse en líos ni en historias”; es decir, que la política es gestión y no debates ideológicos, y que, por lo tanto, la derecha debe dedicarse a administrar la cosa pública y dejar todo lo demás, incluida la cultura, en manos de la izquierda.
Esta doctrina acabó abruptamente en una moción de censura que mandó a su casa a tan sabio presidente y puso en su lugar a otro para el que todo, absolutamente todo, debía ser politizado, aunque esta politización fuera una coartada para usufructuar el poder de forma opaca e indefinida.
Fue una lección dura, amarga, de la que cualquier persona que estuviera en política para algo más que asegurarse los garbanzos habría tomado muy buena nota. Sin embargo, a lo que parece, los garbanzos son lo único que importa, también en la derecha.
A pesar de todas las advertencias, de los signos inequívocos de que los adversarios están determinados a imponer su visión del mundo por todos los medios posibles y abrir todos los frentes que sean necesarios, en buena parte de la derecha prevalece la consigna de que es mejor no meterse en líos… ni historias.
La vandalización de la estatua de Winston Churchill no fue un error producto de la ignorancia sino una revelación
Así, cuando se ha abierto la veda del derribo de las estatuas de personajes históricos, en base a su supuesto racismo, la actitud es mirar para otro lado, pues todo este alboroto no sería más que una pataleta de una tropa de universitarios infantilizados. Bastará con cerrar los ojos para que estas conductas no se sustancien en iniciativas más peligrosas que vandalizar monumentos. Pero el peligro no desaparece por cerrar los ojos, al contrario, suele hacerse más acuciante.
Los monumentos a Colón, que llevan siendo retirados y vandalizados desde hace más de dos décadas, son ya caza menor. Ahora se apunta a los padres fundadores de la democracia norteamericana, John Adams, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson, James Madison y George Washington. Incluso Abraham Lincoln, un presidente que hizo la guerra para erradicar el esclavismo, es declarado objetivo legítimo. En cuanto a la vandalización de la estatua de Winston Churchill, no fue un error producto de la ignorancia, sino una revelación.
Las políticas de la identidad tienen estos efectos. Al igual que degradan la compleja identidad de la persona a una única característica, como su sexualidad o al color de su piel, la denuncia del pasado esclavista tiene como fin ocultar todos los avances que ha traído consigo la idea de progreso occidental.
La universalidad del esclavismo
El esclavismo nunca fue una práctica exclusiva de occidente ni de su cultura, sino una actividad, con una evidente connotación económica, universalmente extendida. Los propios pueblos africanos se esclavizaban mutuamente y consideraban el comercio de esclavos una actividad lícita y provechosa. Los Aztecas y Toltecas, cuyos descendientes son agrupados hoy bajo el paraguas victimista de “pueblos indígenas”, también practicaban el esclavismo, y lo hacían con la misma devoción pero mayores excesos que los occidentales.
Los Aztecas, por ejemplo, desarrollaron sofisticados sacrificios rituales donde el esclavo tenía que perder primero su estatus de esclavo. Para ello se le sumergía en agua bendita, convirtiéndose en un esclavo «bañado». Luego se le adiestraba en el baile, la oratoria y el protocolo. Antes del gran día, los supuestos exesclavos tenían que bailar y cantar, cubiertos de flores y plumas, en una serie de celebraciones rituales que servían para mostrar la riqueza y el poderío de su amo. Al fin y al cabo, resultaba demasiado caro comprar y entrenar un esclavo solo para matarlo después, había que amortizar la inversión mediante la ostentación.
El día del sacrificio pasaban lujosamente ataviados por delante de las residencias de las amistades de su propietario. A lo largo de este trayecto eran insultados y golpeados por otros cautivos, que eran animados por sus amos. Para cuando alcanzaban el altar de piedra donde eran sacrificados, estaban totalmente aturdidos por los golpes y los efectos de las drogas.
Con más de 2.000 años de tradición esclavista, China tiene además la particularidad de que en la década de 1940 los Nuosu la seguían practicando
Otro ejemplo de la difusión universal del esclavismo lo encontramos en la cultura china. Con más de 2.000 años de tradición esclavista, China tiene además la particularidad de que en la década de 1940 los Nuosu la seguían practicando: tenían aterrorizada a la provincia de Sichuan y a los Han. En la actualidad, un insulto común en determinadas regiones de China consiste en llamar a alguien Han porque implica que desciende de esclavos. Esto significa que el aludido, lejos de exigir resarcimiento, se avergüenza de sus antepasados porque se dejaron esclavizar.
Mientras se ignora la historia esclavista China, España, que sufrió durante siglos la opresión y el esclavismo musulmán, ha de disculparse por su pasado… por el simple hecho de ser una nación occidental. Lo denuncia Stanley G. Payne en su libro “En defensa de España” (2017): “se ha creado el gran mito de que al-Ándalus en la época medieval era un paraíso de tolerancia y multiculturalismo, una visión que resulta anacrónica y falsa. A lo largo de su historia, cada vez hubo menos tolerancia en al-Ándalus, hasta que, a finales del siglo XII, la población cristiana o había huido, o había sido deportada a África [esclavizada], o había sido masacrada.”
El objetivo: la democracia liberal
Aquí la Historia es lo de menos. La clave es el mensaje. Lo importante es que la pintura de John Trumbull, que representa el Comité de los Cinco presentando su borrador de la Declaración de la Independencia norteamericana el 28 de junio de 1776, se difunda en las redes sociales con un círculo rojo sobre la cara de los personajes que tuvieron esclavos. Lo importante es difundir que es duro tener que cuestionar a los padres de la democracia moderna, pero debemos hacerlo por el bien de nuestras almas. Lo importante es, en definitiva, deslegitimar la democracia liberal, porque ¿cómo puede ser bueno el legado de una civilización esclavista?
Argumentan los promotores de las demoliciones que la historia no desaparece porque se eliminen de los espacios públicos determinadas estatuas; de hecho, afirman que esas estatuas no están para recordar el pasado sino para venerar el mal. Sin embargo, la experiencia nos enseña que se empieza eliminando símbolos y nombres, y se termina por erradicar los libros, textos y publicaciones que contengan cualquier referencia a la historia burguesa y capitalista. Lo que viene después es la purificación de las almas mediante la depuración de los cuerpos.
Dicen que esto forma parte de una guerra cultural que hay que librar. Pero no existe tal guerra en tanto que no hay dos culturas contrapuestas. Este activismo es heredero del activismo feroz y destructivo de los años 60 del pasado siglo. No ofrece alternativa, mucho menos proyecta un círculo virtuoso de la cultura. Su fin es el auge irresistible del poder. Una amenaza que precisamente pretendía conjurar ese puñado de ilustrados convenientemente degradado a una banda de esclavistas y proxenetas.
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