En física, se llama tensión de rotura a la máxima tensión que un material puede soportar antes de que su sección transversal se contraiga de manera significativa; es decir, se rompa. Trasladar este concepto a la política y más concretamente al colapso institucional sirve para explicar y también advertir que la sociedad española, aparentemente dúctil y por lo tanto con un punto de tensión de rotura aparentemente alto, tiene también un límite. Y el caso catalán está a punto de superarlo sin que al parecer algunos agentes políticos tengan conciencia de ello. Por el contrario, otros precisamente lo que persiguen es el deterioro institucional hasta provocar el colapso.

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La Constitución como decorado

En realidad, el desafío secesionista lo que ha puesto en evidencia es que una cosa es el ordenamiento constitucional, es decir, el formal, y otra muy distinta el funcionamiento real, es decir, el ordenamiento informal que de verdad rige la política española. El primero establece líneas rojas bastante claras que no admiten demasiadas interpretaciones, el segundo sin embargo tiene líneas difusas que pueden ser redibujadas mediante acuerdos no formales entre agentes y grupos de interés.

Parece evidente que una crisis como la desatada por el secesionismo catalán, crisis por otro lado largamente anunciada, no admite demasiadas interpretaciones: es a todas luces una vulneración flagrante del marco formal que delimita las atribuciones del gobierno catalán y la salvaguarda de los derechos fundamentales de todos los españoles, incluidos claro está los catalanes. Y en tanto que sus responsables, con sus actos y declaraciones, desbordan este marco, están infringiendo la ley, de palabra y de hecho. Esto es así de simple y no admite interpretación; mucho menos justificaciones falsamente democráticas.

¿Por qué ese empeño en restar gravedad a lo que sucede y promover un diálogo aun a costa de asumir de facto la ruptura del marco legal legítimo?

Sin embargo, por más evidente que sea este órdago, sorprende la tibieza del gobierno y su constante empeño en que, sea quien sea quien finalmente gobierne en Cataluña, promover un diálogo mediante el que llegar a acuerdos aún cuando las leyes estén siendo flagrantemente violentadas. Empeño que todavía se comprende menos cuando las autoridades catalanas, lejos de enmendarse, persisten en el desacato.

¿Por qué resulta tan difícil que el gobierno de la nación actúe en consecuencia? ¿Por qué ese empeño en restar gravedad a lo que sucede y promover un diálogo aun a costa de asumir de facto la ruptura del marco legal legítimo? ¿Es la Constitución realmente la ley de leyes o, por el contrario, no es más que un falso decorado?

La crisis en Cataluña: la punta del iceberg

Es opinión muy extendida que en realidad los límites a las atribuciones autonómicas no sólo nunca se cerraron, sino que han servido como moneda de cambio en los acuerdos de investidura de sucesivos gobiernos. Lo que ya de por sí demostraría que en realidad España no se ha regido por las leyes sino por acuerdos informales entre grupos de interés; en este caso, entre partidos y nacionalistas. Sin embargo, esta realidad tiene todavía un alcance mucho mayor. Lo cierto es que no sólo ha sido el reparto de competencias entre el gobierno central y los gobiernos autonómicos el que se ha desarrollado al margen de las leyes; también muchos acuerdos políticos, concesiones económicas y regulaciones de una forma u otra han surgido de este tipo de transacciones entre grupos de interés.

Desde este punto de vista, el problema catalán no sería más que el epitome de un modelo político que no es que sea disfuncional en sí mismo, sino que lo es en la medida en que no resulta real; es decir, en la medida en que sería un decorado de cartón piedra.

Pésimas costumbres

Podemos encontrar cientos, miles de ejemplos a lo largo de estos últimos 40 años donde al final las decisiones políticas en infinidad de materias parecían apartarse del sentido común, incluso del sentido de equidad, de manera misteriosa y más allá de toda lógica. Se han sancionado legislaciones a todas luces injustas, que han vulnerado el principio de prudencia y, sobre todo, de igualdad ante la ley; se han elaborado doctrinas a la carta; se han adjudicado concesiones administrativas más que sospechosas en beneficio de unos pocos; se ha regulado el mercado de tal manera que en vez de dinamizarlo se ha convertido en un laberinto inescrutable… salvo para las grandes compañías y empresarios cercanos a los partidos políticos. En definitiva, es como si las reglas informales se hubieran apoderado de la política, la economía y la propia sociedad. Un círculo vicioso que ha terminado por pervertirlo todo.

Llama poderosamente la atención el poder alcanzado por un puñado de “comunicadores”, que desde sus altares televisivos no sólo actúan como agitadores sino también como censores, incluso como auténticos proto-legisladores

Así, hoy nos encontramos con gravísimos problemas territoriales, polarización política, corrupción, nulo diálogo, un mercado disfuncional, empresas absurdamente pequeñas, empleo precario y, para colmo de males, unos medios de información que en vez de informar se dedican a manipular a la opinión pública, y a disuadir a cualquier iniciativa política de adoptar determinadas posturas so pena de agitar en su contra a las audiencias. En este último caso, llama poderosamente la atención el poder alcanzado por un puñado de nombres propios, “comunicadores” que desde sus altares televisivos no sólo actúan como agitadores sino también como censores, incluso como auténticos proto-legisladores. Verdaderas bestias negras de la libertad política que, a costa del desquiciamiento general, se hacen de oro.

La primera gran piedra de toque

Todas estas anomalías se constituyen en potentes vectores que poco a poco han ido añadiendo tensión al sistema. Y lo que es peor, han generado dos realidades distintas o si se prefiere, dos Españas diferentes e incomunicadas. De la que constantemente informan los medios es la que se ciñe a la lógica de los intereses de grupo, que incorpora además la corrosiva corrección política. Y de la que no se informa es la que desde fuera de los círculos del poder es vivida por las personas corrientes. Esto explicaría por qué la clase política y el establishment siguen apegados al corto plazo, incapaces de percibir lo peligrosamente cerca que estamos de la tensión de fractura.

Dentro de este estado de decaimiento general, el desafío secesionista está llamado a ser la primera piedra de toque en la resolución de una crisis más profunda, una crisis que va más allá de un problema territorial.

El Estado de derecho contra la Camorra catalana

Digámoslo claramente, aunque adopten la forma de fuerzas políticas, lo más parecido al sistema que han impuesto los partidos nacionalistas en Cataluña es la Camorra, un sistema donde la mafia se dota de legitimidad mediante la compra masiva de voluntades, el chantaje y la persecución social. Así pues, si pese a todo somos capaces de hacer que la ley prevalezca en la selva catalana, podremos albergar esperanzas de no superar la tensión de fractura, porque por fin habremos retomado la senda del orden y la legalidad, ese centro de gravedad sin el que la democracia es una impostura. Si, por el contrario, la crisis secesionista se cierra en falso mediante los habituales acuerdos informales, la confianza en las instituciones recibirá el golpe de gracia. Y el descreimiento alcanzará cotas insuperables.

aunque adopten la forma de fuerzas políticas, lo más parecido al sistema que han impuesto los partidos nacionalistas en Cataluña es la Camorra

Desgraciadamente, hasta la fecha, como diría Tocqueville, «todos sienten el mal, pero nadie tiene el coraje o la energía suficiente para aplicar la cura».

Para los fieles a la consigna del revolucionario Nikolái Gavrílovich Chernyshevski de cuanto peor, mejor, un escenario donde las instituciones estén socavadas hasta los cimientos es el escenario ideal. Todos sabemos quiénes son y cuáles son sus objetivos. Pero para el resto, la inmensa mayoría, lo cierto es que cuanto peor… peor será. Ya va siendo hora de que los intereses de partido se orillen y los políticos tomen conciencia de la gravedad de la situación. Sobre todo, cuando empiezan a soplar los primeros vientos del enfriamiento económico. Mejor no imaginar lo que podría suceder si a todo lo anterior se añade una nueva recesión.


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