“Somos los Kennedy… Y ustedes son ya parte de nuestra familia”. La audiencia, un pequeño grupo de jóvenes militantes del Partido Demócrata, aplaude embelesada. Esa es, quizá, una de las frases más potentes que, con tono oportunamente paternal, pronuncia el senador por Massachussets Edward Moore Ted Kennedy (1932-2009) en “El escándalo Ted Kennedy” (Chappaquiddick, John Curran, 2017). Eficiente creador de ambientes dramáticos y biográficos, Curran se mete, en esta ocasión, con una de las vacas sagradas de la política estadounidense: La Familia Kennedy. A lo largo de 101 intensos minutos, el director neoyorquino describe con maestría lo que ocurrió tras bambalinas durante el escandaloso “incidente de Chappaquiddick”.

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Separada de la isla de Martha’s Vineyard por un pequeño estrecho, la fina península de Chappaquiddick fue, en 1969, el escenario de un drama con tintes shakesperianos. Asimilada a la cultura estadounidense, al igual que sucedió con lugares como Gettysburg, Watergate, Three Mile Island o Pearl Harbor, este pequeño rincón de Nueva Inglaterra es uno de los feudos históricos de la “izquierda chic” del Partido Demócrata representada, en su máxima expresión, por los Kennedy.

No hablamos de cualquier familia. Se trata de la auténtica Casa Real estadounidense. Las ramas del árbol genealógico de los Kennedy tocan todos los ámbitos del ‘american way of life’

No hablamos de cualquier familia. Se trata de la auténtica Casa Real estadounidense. Las ramas del árbol genealógico de los Kennedy tocan todos los ámbitos del american way of life. Tuvieron un presidente, un fiscal general, embajadores, senadores, miembros de la Casa de Representantes e incluso sentaron a su mesa familiar a actores como Peter Lawford (1923-1984, casado con Patricia Kennedy) y Arnold Schwarzenegger (casado con Maria Shriver, hija de Eunice Kennedy).

En el caso que nos ocupa, Ted Kennedy fue hijo del magnate y diplomático Joseph P. Kennedy, Sr. (1888-1969). No escapó al sino trágico de su familia. Dos décadas y media después de la muerte de su hermano -y héroe de guerra- Joseph Jr. (1915-1944), seis años después del magnicidio de su hermano -y presidente- John Jack (1917-1963) y trece meses después del asesinato de su hermano -y precandidato a presidente- Robert Bobby (1925-1968), la bucólica Chappaquiddick lo vio involucrarse en la muerte de la ex secretaria de este último, la joven maestra Mary Jo Kopechne (1940-1969).

La muerte de un ser humano pasa a ser, entonces, un mero contratiempo en el trayecto de Ted Kennedy hacia la presidencia

La historia es ya parte del tabú folklórico estadounidense. Luego de una celebración marcada por la música y el alcohol, el senador Kennedy decide dar un paseo en automóvil con la joven y atractiva Mary Jo. Displicente y embotado por la bebida, lanza el vehículo desde un puente. Estupefacto y temeroso, escapa del escenario de la tragedia y deja morir ahogada a la joven asistente. Es en este instante cuando entran en escena los demonios familiares. Ted es el único varón vivo y objetivo propicio del desprecio de su padre. Nunca estará a la altura de sus hermanos, quienes viven ya en la leyenda y el bronce. Aunque su familia no lo diga, ningún vivo puede superar a los muertos.

Todos respetan a los Señores en Chappaquiddick. La relación con los pobladores de Nueva Inglaterra es, básicamente, de vasallaje. Sin embargo, no puede dejarse nada librado al azar y los cabos sueltos preocupan al inválido patriarca Joseph, quien despliega todo su poder político para evitar la caída (y salvar la carrera política) del más joven de sus vástagos varones. Con este fin, un auténtico seleccionado de estrellas políticas formado por ex funcionarios del gobierno estadounidense pergeña toda una serie de tácticas y manipulaciones propias del Renacimiento. Encabezados por el ex secretario de Defensa y futuro presidente del Banco Mundial Robert S. McNamara (1916-2009), mienten, engañan, tuercen voluntades y falsifican evidencias con tal de conjurar el problema. La muerte de un ser humano pasa a ser, entonces, un mero contratiempo en el trayecto de Ted Kennedy hacia la presidencia. Una joven idealista puede ser perfectamente sacrificada en aras de la gloria kennedyniana. Las mujeres manipuladas hasta convertirse en juguetes rotos: el recuerdo de la malograda Marilyn Monroe (1926-1962), probable amante de John Fitzgerald Kennedy y también de su hermano Robert, es inevitable.

Ted Kennedy, durante la presidencia de Barack Obama, fue visto como un anciano sabio con un legado a honrar

El desenlace es el que inevitablemente debía ser en la tradición política estadounidense. Luego de un brevísimo período de arrepentimiento y propósito de enmienda, Ted Kennedy desecha el discurso de renuncia preparado por su amigo Joseph Gargan y, en una manifestación televisada casi en cadena nacional (porque lo que le pasa a los Kennedy le pasa a Estados Unidos), afirma que continuará en el camino, por su familia y por el país.

Mal no le fue: aunque no llegó a ser presidente, Ted se convirtió en el legislador con la cuarta carrera más prolongada en la Historia de la Cámara Alta, en la cual ocupó un escaño entre 1962 y 2009. Incluso durante la presidencia de Barack Obama fue visto como un anciano sabio con un legado a honrar. Y nadie recuerda ya a Mary Jo Kopechne.

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Eduardo Fort
Soy Porteño, es decir, de Buenos Aires. Escéptico, pero curioso. Defensor de la libertad -cuando hace falta- y de la vitalidad de las Ciencias Sociales. Amante del cine, la literatura, la música y el fútbol. Creo en Clint Eastwood, Johan Cruyff y Jorge Luis Borges. Soy licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y colaboré -e intento colaborar- en todo medio de comunicación donde la incorrección política sea la norma.