La reciente destitución del presidente de RTVE es un caso ejemplar, pero no tanto por lo que a primera vista parece, un paradigma de desvergonzada hiperpolitización, sino porque esa maniobra descarada, debiera servir para desvelar de modo inequívoco el hecho fundamental, a saber, que con la disculpa de llevar a cabo un servicio público, se perpetra un fraude político descomunal. El timo de la estampita consiste en hacer creer a los españoles de buena fe que lo que allí se discute tiene importancia política y que el dinero es lo de menos.
Se trata de que no caigamos en la cuenta de que lo esencial no consiste en ser más de derechas o más de izquierdas, como en forma estúpida trata de hacernos creer alguno de los cabecillas del despojo, sino en poder seguir gastando de manera alegre, sin límites y de modo por completo impune, cientos de millones de euros en beneficio de unos despabilados (bastantes, sin duda), cifras que siempre son crecientes, opacas e injustificables y que pagamos con religiosa resignación los ciudadanos, casi sin enterarnos, distraídos con la contienda política que les sirve de tapadera.
Más allá de los casos escandalosos que saltan a la prensa (salarios elevados, contratos injustificables, favoritismo, nepotismo, etc.) y que son, con toda seguridad, un pálido reflejo de lo que ahí ocurre casi desde la fundación de TVE, basta con tener en cuenta unos datos agregados que nadie discute: TVE tuvo en 2021 una cuota de pantalla del 14,4%, casi la mitad de lo que obtuvieron tanto Mediaset (28%) como Atresmedia (27,3%). Su presupuesto anual es ahora mismo de casi 450 millones de euros y su deuda está cerca de ser de 600 millones. Tiene una plantilla de unos 6.500 trabajadores que importa más de 430 millones de euros. De ser ciertos estos datos, que la prensa atribuye a la contabilidad interna, basta con una simple división para entender que TVE paga con gran generosidad a sus empleados, pues su sueldo medio está por encima de los 60.000 euros al año. En todas las dimensiones relevantes, las cifras de TVE multiplican por dos las de la suma de las televisiones comerciales, un ejemplo a seguir, sin duda. Su audiencia en 2021, muy por el contrario, no ha alcanzado el 10% y, según estudios internacionales, su credibilidad está muy por debajo de la que nacionales de otros países otorgan a sus televisiones públicas.
La razón por la que un caso como el de TVE no consigue hacer que los españoles se indignen es, a mi modo de ver, triple: en primer lugar, una gran mayoría de los españoles cree que el dinero público no tiene dueño y no guarda ninguna relación con lo que pagamos en los impuestos, además de que muchos creen que ellos no pagan nada o casi nada porque se acostumbran a la cifra neta de ingresos (como si las retenciones y cuotas fuesen magia contable) y jamás caen en la cuenta del alto porcentaje de impuestos que existe en lo que pagan al comprar cualquier cosa.
TVE sirve de manera harto eficaz al beneficio desmesurado de muchos trabajadores y al trinque desorejado de muchos empresarios que constituyen la plana mayor del coro de pelotas que halaga, sin rubor y sin desmayo, a los políticos
La segunda razón tiene que ver con el efecto de desenfoque que siempre afecta a las grandes cifras. Muchos españoles que se escandalizaron porque Pilar Miró (directora del invento en su día) se pagase unas piezas de ropa a costa de TVE jamás se paran a pensar que en esa casa se tire su dinero de manera tan vergonzosa. La tercera razón, y la más repugnante, es que a los políticos de todas las tendencias les importa menos ese escandaloso ejemplo de lapidación de caudales públicos que la posibilidad de lucrarse con ellos cuando les toque, tanto desde el punto de vista electoral, como por la vía de los amiguetes y negocios que podrán montarse. Tal vez por eso mismo, TVE tiene buena prensa e incluso quienes no se cansan, por ejemplo, de criticar las subvenciones al cine (y no sin motivos) apenas reparan en las corruptelas brutales que son la última razón de ser y pervivir del Ente.
Según acaba de publicar El Debate, los sindicatos de TVE, sin duda inquietos por el escaso nivel salarial de la casa, han gastado cientos de miles de euros en dietas durante estos años, lo que es muy posible que les parezca poco ante su oscura e ingrata labor. TVE sabe ser generosa y son muchas las ocasiones en que no repara en gastos: en 2014, para cubrir la final de la Champions en Lisboa, cuya señal de TV corría a cargo de una empresa portuguesa designada por la UEFA, TVE destacó a más de 100 personas y se gastó cerca de 300.000 euros, una cifra que para sí quisieran muchos de los proyectos de investigación españoles para todo un año, pero ahí hay muy poco a repartir.
Ahora estaremos de nuevo distraídos con si Podemos consigue meter otra vez a Cintora en la pomada o si los de la prensa canallesca de la derecha siguen pudiendo acudir a los debates de una TVE que casi nadie ve, pero no se discutirá ni medianamente en serio si tiene algún sentido seguir financiando ese tinglado. Es obvio que carece de interés público algo que ni siquiera ven un 10% de españoles, es decir, que se ha quedado sin público y no porque no haya intentado competir con toda clase de medios con la basura que emiten las teles privadas.
El caso de la TVE es un paradigma perfecto de lo que dice Alejandro Nieto, que el Estado es “un tinglado al servicio de una cuadrilla organizada de aventureros”, de cómo una institución que se supone debería servir para promocionar bienes públicos se ha convertido en una plataforma para toda clase de negocios y sinecuras por completo privados. Claro es que el déficit de TVE es una de esas lágrimas que se pierde en el anchuroso mar de un déficit público que no tiene orillas, que crece y crece al impulso de toda clase de políticas estatistas, que son las únicas que saben ofrecer los partidos españoles.
Pero, con todo, es distinto saber que se cometen atropellos con las obras públicas o con la sanidad o con la educación, porque al fin y a la postre algo sacamos con ello, aunque sea mucho menos lo que sacamos que lo que nos quitan, pero el caso de la TVE es tremendo porque cada día hemos de gastar más de un millón de euros en una programación que no interesa casi a nadie.
Volvamos al principio del argumento, la razón principal para que se siga manteniendo una actividad tan sin sentido no está en lo que los políticos, sobre todo de la izquierda y muy en especial Pablo Iglesias, repiten a hora y a deshora, en que esa TV sea un instrumento de dominación política, que no lo es porque nadie le hace el menor caso, sino en que esa entidad sirve de manera harto eficaz al beneficio desmesurado de muchos trabajadores y al trinque desorejado de muchos empresarios que constituyen la plana mayor del coro de pelotas que halaga, sin rubor y sin desmayo, a los políticos. Claro es que estos también encuentran en esa mezcolanza la oportunidad de otorgar múltiples beneficios a parientes, amigos y allegados, pero lo esencial está en el engaño permanente de sostener que existe un beneficio público en la desdichada trayectoria de un Ente que ni informa, ni forma ni divierte a nadie. Es la vieja estrategia de los teros que, al decir del gaucho, en un lado pegan los gritos y en otro ponen los huevos.
Foto: La Moncloa – Gobierno de España.