Un joven pidió un taxi el 29 de julio por la mañana, que le llevaría a Hart Space, un espacio para madres primerizas, donde hay clases de yoga, de pintura, y donde ese día se había convocado a niños de 6 a 12 años a una clase de baile, con Taylor Swift como inspiración.

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Cuando ese joven llegó al sitio, había cubierto su faz con una máscara, y la testa con una capucha verde. Llegó al lugar, se dirigió al aula en que se celebraba la clase, y utilizó un arma blanca con la que mató a tres niñas, e hirió a otras diez personas. Bebe King, de seis años, Elise Dot Stancombe, de siete, y Alice DaSilva Aguiar, de nueve, son las víctimas mortales.

Como el discurso es complejo, pero la mentalidad progresista, o censora, es estrecha, hay un conflicto inevitable entre la libertad de expresión y el socialismo de todos los partidos

Las crónicas hablan de una comunidad sacudida por el horrendo crimen de hace dos semanas. Fraser Myers, editor adjunto de Sp¡ke ha estado allí y ha recogido varios testimonios, como el de una empleada del hospital donde se trató a los heridos, que le dice: “Aquí, ni siquiera hay robos”. En Southport, una localidad de poco más de noventa mil habitantes, “en cierto modo, todo el mundo conoce a todo el mundo”, le dice a Myers una trabajadora social.

La policía ha detenido a un sospechoso. No hay otro. Sólo Axel Muganwa Rudakubana, un chico de 17 años de una villa de Lancashire llamada Banks, centra las sospechas de la Policía. Axel nació en Cardiff, Gales. Sus padres son ruandeses. Durante el primer cara a cara con la juez, Axel cubrió la mitad de su rostro, de la nariz abajo, con la camiseta. No respondió a ninguna pregunta. A la salida, cubrió su cara con las manos. Hay una primera vista con fecha del 25 de octubre, y está previsto que el juicio comience el día 20 del próximo año.

De modo que Axel por el momento es inocente. Sospechoso, pero inocente. No todos lo entienden así. No es el caso, por ejemplo, de Stephen Yaxley-Lennon, quien se hace llamar Tommy Robinson. Robinson fue arrestado e interrogado por la Policía bajo el amparo de la Ley Antiterrorista. El interrogatorio duró seis horas; lo máximo que permite la ley. Le preguntaron por sus ideas políticas. ¿Crees en la teoría del gran remplazo? ¿Cuál es tu posición en Gaza?… Le preguntaron por el PIN de su teléfono, pero se negó a dárselo a los policías. Se le aplicó el protocolo antiterrorista por contribuir al llamamiento a los británicos a que se manifestasen en las calles contra la presencia de musulmanes en los pueblos y ciudades del país. Robinson y otros influencers del movimiento crítico con la presencia musulmán en el país han esparcido la especie de que este es un atentado islamista.

El mismo día del asesinato, por la tarde, una turba animada por la Liga de Defensa Inglesa (EDL por sus siglas en inglés) se reunió frente a la mezquita de Southport, y le lanzó adoquines y botellas. Who the fuck is Allah?, cantaban frente al templo. La EDL es una organización anti islam fundada en 2013 por Robinson, entre otros activistas. ¿Es la EDL una organización terrorista? El terrorismo es el uso de la violencia con objetivos políticos. Lanzar objetos o hacer que arda un coche de la policía es violencia, y el objetivo de la protesta es político. Es verdad que siempre hemos tolerado cierto grado de violencia en las protestas,

El primer ministro, Keir Starmer, en un mensaje a la nación pronunciado el primer día de agosto, dijo: “Porque seamos muy claros sobre esto. No es una protesta. No es legítimo. Es un crimen… Desorden violento. Un asalto al Estado de derecho y a la ejecución de la justicia. Y así, en nombre del pueblo británico… Que espera que sus valores y su seguridad sean defendidos. Pondremos fin a esto. Pero también a todos los desórdenes violentos que estallen. Cualquiera que sea la causa o motivación aparente; no hacemos distinción. El crimen es el crimen”. Es decir, que en el caso de que haya una protesta violenta organizada por un grupo de izquierdas, veremos por parte del gobierno la misma contundencia. ¡Eso sí que es noticia!

A estas alturas, y han pasado más de dos semanas, no sabemos si Axel Muganwa Rudakubana es el autor del horrendo crimen. Pero es que tampoco sabemos si es musulmán. Y si no se sabe en general, en particular los organizadores de las manifestaciones violentas que se repiten a diario en Gran Bretaña tampoco lo saben.

Por supuesto, el hecho de que Axel fuera mahometano no le convierte a él en un terrorista islámico. Pero los manifestantes nativistas, en realidad, tampoco lo necesitan para protestar. Los musulmanes tienen una cultura muy distinta a la nuestra y, dicen, incompatible con una convivencia pacífica.

Sabemos que Tommy Robinson es un activista porque es un conspicuo mentiroso. Para él, todo mal tiene que ver con la presencia de musulmanes en su país. La prensa ha desvelado numerosas mentiras vertidas por este hombre.

Desde España hay incluso un medio de comunicación que se han aferrado a la mentira, lo es por el momento, de que es un atentado islamista, para acudir allí e informar sobre lo que no ha ocurrido. Con el mismo criterio periodístico, numerosos activistas y medios británicos corren la especie de que las tres niñas murieron en nombre de Alá.

El primer ministro, en la alocución que pronunció ante toda la nación, dejó claro que las famosas libertades inglesas iban a quedar atrás frente a la lucha que él iba a liderar contra la violencia, o al menos contra cierta violencia. Otra vez la seguridad interponiéndose frente a la libertad, como si una y otra fueran algo distinto. “Vamos a establecer una fuerza nacional, a través de las fuerzas policiales, para hacer frente a los desórdenes violentos”. Ha prometido “un mayor despliegue de la tecnología de reconocimiento facial, (…) la acción preventiva, También emitirá “órdenes de comportamiento criminal (…) para restringir sus movimientos, incluso antes de que puedan subir a un tren. De la misma manera que hacemos con los hooligans del fútbol”. Utilizarán a los precogs para hacer detenciones antes de que cometan crímenes, como en Minority report.

Y esto: “Permítanme decirles también a las grandes empresas de medios sociales y a quienes las dirigen. El desorden violento claramente azuzado en línea. Eso también es un delito”. Delito, en definitiva, es lo que le apetezca al gobierno de Keir Starmer. Y esta es la perfecta definición de un gobierno tiránico. Por un lado, mentir no es delito. Si fuera así, los políticos, Stramer el primero, estarían todos, o casi todos, en la cárcel. ¡Ellos son los primeros interesados en no criminalizar la mentira! Ellos y los activistas, claro.

Por otro lado, no hay una relación directa entre ciertos discursos y la violencia. Ni siquiera en los discursos que llaman expresamente a actuar violentamente contra grupos específicos, como es el caso de las proclamas revolucionarias comunistas. En consecuencia, no se debe criminalizar el discurso, sino la propia violencia. Por ejemplo, la violencia revolucionaria comunista, o la nacionalista y nativista.

Como el discurso es complejo, pero la mentalidad progresista, o censora, es estrecha, hay un conflicto inevitable entre la libertad de expresión y el socialismo de todos los partidos. El Partido Laborista ha prometido someter a la prensa a una regulación nacional. Primero con los llamados “delitos de odio”. Pero la cuestión no se queda aquí.

El citado Myers, en un artículo diferente, explica: “Aunque no figura en el manifiesto laborista, los partidarios de Starmer se han comprometido sistemáticamente a restablecer el artículo 40 de la Ley de Delitos y Tribunales de 2013. El objetivo de esta ley es engatusar a los medios de comunicación disidentes para que se adhieran a un regulador respaldado por el Estado, utilizando la amenaza del chantaje legal. Los editores que se nieguen a firmar se verán obligados a pagar las costas de cualquiera que decida demandarlos, ¡incluso si el editor gana el caso!”.

La lucha del gobierno laborista contra la libertad de expresión precede a la oportunidad que le ha brindado este triple asesinato y la reacción de los críticos con la presencia de musulmanes en el país.

Una de las pocas cosas buenas que hizo el gobierno Tory de Rishi Sunak fue la Higher Education Act del pasado año. La ley prevé imponer sanciones a las universidades y a las asociaciones estudiantiles, si realizaban actos contrarios al principio de libertad de expresión. La ley, es cierto, roza la superficie de un grave problema de falta de libertad de expresión en la educación superior. Pero los laboristas no quieren que la intolerancia encuentre ningún obstáculo en el camino. De modo que la secretaria de Educación, Bridget Philipson, ha evitado que la ley se aplique en este curso académico. Keir Starmer se da tiempo, así, para echar abajo la norma.

La pasión censora de la izquierda, en esta ocasión de la izquierda británica, ha encontrado su ocasión de desplegarse contra la sociedad. Y así como la derecha nacionalista y nativista ha encontrado una excusa en un crimen que seguramente tiene que ver más con un estado mental que con Alá para desplegar su violencia, la izquierda ha encontrado su excusa para censurar a modo. En un próximo artículo recogeré varios ejemplos de esta orgullosa censura por parte del gobierno británico.

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