Hay historias que unen el pasado con el presente a través de los ojos de una misma familia, pero raras veces se cumple un mismo propósito saltando generaciones; “Álbum de familia” es una de esas historias. La película es un documental que sigue a la fotógrafa Samara Pearce en su viaje a Ucrania en 2023, a la ciudad de Kharkiv, en donde su bisabuelo Alexander Wienerberger fue testigo del Holodomor.
Wienerberger fue un ingeniero químico austriaco que trabajó 19 años en la Unión Soviética y vivió en Kharkiv, capital de la República Socialista Soviética de Ucrania, a principios de la década de los años treinta. Horrorizado por lo que estaba sucediendo ante sus ojos, Wienerberger empezó a fotografiar en secreto las colas del hambre delante de las tiendas de alimentos, los niños hambrientos, los cadáveres tirados en las calles y las fosas comunes, capturando en un centenar de fotografías el inmenso crimen que la Unión Soviética estaba intentando ocultar. Con ayuda de la embajada austríaca, Wienerberger envió los negativos por correo diplomático y regresó a Viena en 1934, donde entregó las fotografías al cardenal Theodor Innitzer, que las presentó con el secretario general del Congreso Europeo de Naciones, Ewald Ammende, a la Sociedad de Naciones. En 1942, Wienerberger escribió un diario en el que contó todo lo que vio durante el Holodomor y algunas de sus anotaciones son empleadas como un hilo conductor en el documental.
La nefasta colectivización soviética causó hambrunas en otros lugares de la Unión Soviética, pero en Ucrania el hambre se convirtió en un arma para acabar con el campesinado ucraniano
En su viaje, Samara no sólo encuentra el relato del pasado, sino que se enfrenta a la terrible realidad del presente: Kharkiv ya no sufre los estragos del hambre, pero sí la destrucción y la muerte causados por la invasión. “Los rusos bombardean los edificios residenciales, los hospitales e incluso los colegios. Mas de 5.000 edificios de viviendas han sido dañados”, señala Yevhen Zakharov, director del Grupo de Derechos Humanos de Kharkiv, que no duda en afirmar que la historia se repite: “Nunca ha habido tanta afluencia de crímenes contra la humanidad en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial: torturas, desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, la deportación de niños ucranianos a Rusia… En los años 30, en el Holodomor, y ahora, Rusia tiene el mismo objetivo: eliminar al pueblo ucraniano”.
Tras dejar Kharkiv y los edificios destrozados de su barrio más septentrional, Samara se encuentra con una testigo directa del Holodomor, Mariia Hudzenko, una anciana centenaria que vivió la hambruna cuando sólo era una niña: “Éramos una simple familia de campesinos, las familias más ricas fueron deportadas a Siberia… Mi padre entregó su caballo y todo lo que teníamos al Estado, pero tuvo la gran idea de mezclar el grano entre la paja para que no lo confiscaran. Sobrevivimos gracias a eso. No había reserva de alimentos y lo que había se lo llevaron todo”. Mariia falleció un día después de acabado el documental, según contaron la directora Maryna Tkachuk y la productora ejecutiva Zlatan Yefimenko.
El viaje continúa mostrando las imágenes de los pueblos vacíos y destruidos por los ocupantes rusos, mientras la narración del diario de Wienerberger describe escenas muy similares del siglo pasado. “Nos trataban como animales. Ellos se sentían como si fueran los dueños y hacían lo que les daba la gana. Son inhumanos”, recuerda uno de los vecinos. Esa crueldad tiene muchos nombres propios en Ucrania y uno de ellos es Izium, donde tras expulsar a los rusos se descubrieron 28 cámaras de tortura y fosas comunes con más de 400 cadáveres. “El centro de detención temporal en la época soviética estuvo cerrado durante muchos años”, comenta Dmytro Hrynchak, jefe del departamento de policía de Izium, “pero los rusos lo abrieron y metieron a cientos de vecinos del pueblo por ser proucranianos”. Un vecino de Izium, que tuvo la terrible tarea de enterrar a las víctimas bajo las amenazas de los ocupantes, camina entre las tumbas y recuerda lo que presenció: “Aquí enterramos a 17 soldados ucranianos que habían sido ejecutados. Tenían las manos rotas atadas a la espalda con cables y también los pies rotos”.
Muchos temen que lo ocurrido en Izium, Bucha o Mariupol, sea la antesala de lo que le espera a una Ucrania ocupada por Rusia y, por esa razón, no cabe la posibilidad de rendirse. Samara encuentra a varios oficiales de la unidad especial Kraken entrenando en un ring, para estos hombres, esta es una guerra por la supervivencia: “Mi motivación es que mi hijo no viva en un sótano y que yo no tenga miedo de que algo le pase a mi familia. Quiero ver el país libre por el que lucharon mis abuelos y por el que nosotros luchamos ahora” asegura ‘Mosca’, “Rusia no es sólo un país agresor, es una maquina terrorista que no va a parar hasta que lo elimine todo” señala ‘Insurgente’. Lo mismo opinan los soldados comunes, personas que dejaron sus trabajos en la vida civil para unirse a las fuerzas armadas de Ucrania: “Sin ayuda perderemos, y luego vendrá la hambruna y la esclavitud. No se puede dejar que gane Rusia para que no se vuelva a repetir el año 1933”.
El año 1933 está marcado a fuego en la conciencia ucraniana. Las cifras de muertos siguen sin estar claras, pero los números más conservadores hablan de cuatro millones de muertos. La nefasta colectivización soviética causó hambrunas en otros lugares de la Unión Soviética, pero en Ucrania el hambre se convirtió en un arma para acabar con el campesinado ucraniano. “En 1930 se produjeron 4.000 levantamientos de los campesinos ucranianos que involucraron a un millón de personas. Es entonces cuando Stalin pronuncia la famosa frase “Podemos perder a Ucrania” y para no perderla recurrieron al genocidio mediante la hambruna”, afirma Nataliia Romanets, del Museo del Holodomor. Rusia sigue negando el crimen y los monumentos a las víctimas del Holodomor han sido destruidos en los territorios ucranianos ocupados.
Alexander Wienerberger está enterrado en Salzburgo y desde que se encontró su tumba, hace unos años, la comunidad ucraniana en Austria la ha estado cuidando. La película nos muestra a un grupo de jóvenes scout ucranianos rindiéndole homenaje, mientras la narración relata uno de los pasajes más reveladores de su diario:
Un chofer se acercó y me preguntó si soy extranjero. “Sí”, le dije.
Él se inclinó hacía mi acercándose mucho: “Acaso usted no ve lo que está pasando en este país, ¿usted no entiende nada o su corazón es de piedra?”
“Por supuesto, camarada, lo veo”, fue mi respuesta un poco fría. “Pero ¿qué puedo hacer yo aunque quiera hacerlo?”.
“Querido camarada”, levantó las manos implorando. “Usted es extranjero, usted puede escaparse de esta guarida infernal cuando quiera. Cuente en su patria lo que están haciendo ellos aquí con nosotros. Europa tiene que ayudarnos. No se vaya de aquí sin prometerme que va a levantar su voz para acusar a esos asesinos ante el tribunal de la conciencia mundial”
“Sí”, le dije, “te lo prometo”. Nos despedimos y volví a mi casa por las calles oscuras. Yo cumplí mi promesa.
Alexander Wienerberger cumplió su promesa y dio a conocer al mundo la verdad sobre el horrible crimen del Holodomor. Su bisnieta Samara, gracias a Maryna Tkachuk y al equipo de esta película, ha hecho honor a esa promesa recordándonos el valor de su antepasado para contar todo lo que pasó entonces y, al mismo tiempo, recordarnos lo que está sucediendo ahora. “El espíritu ucraniano es el amor por su tierra, por su gente. Y no hay nada en este mundo que haga que los ucranianos dejen de ser ucranianos”, afirma Samara, segura de que, con esta guerra, Putin ha conseguido lo contrario de lo que se proponía y en vez de conseguir borrar a Ucrania del mapa, ha hecho que todo el mundo la conozca; Es cierto, pero queda la parte más difícil, que es que el mundo entienda que hace a Ucrania ser cómo es, porque para entender el presente debemos conocer el pasado. “Álbum de familia” cumple ese papel.
Foto: Archivo Diocesano de Viena (Diözesanarchiv Wien)/BA Innitzer.
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