Espero sinceramente que alguna vez llegará ese día en el que la mayoría de nosotros se dé cuenta que nuestra pertenencia a un determinado “pueblo” o “nación” –tanto desde el punto de vista territorial como del cultural, pero sobre todo desde el punto de vista legal– fundamentalmente es producto de la arbitrariedad administrativa. La mayor parte de los rasgos identificativos que percibimos como “nuestros” y que usamos para describir “lo nuestro” no han sido elegidos por ninguno de “nosotros”, sino consecuentemente inculcados mediante el aparato educativo del que se sirven los “administradores de nuestra identidad”, en un perfecto proceso de adiestramiento y doma.

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Si tal proceso fuese el resultado de la interacción natural entre miembros de un grupo social determinado, con el fin de obtener mayor y mejor protección para cada uno de sus miembros frente a las amenazas foráneas o fruto de una historia común reconocible y aceptada por todos, estaríamos hablando de lo esperable desde un punto de vista evolutivo a poco que sepamos cómo funciona nuestra especie. Nada que objetar. Pero cuando el adiestramiento identitario tiene lugar desde la firme voluntad de quienes ostentan el poder por perpetuar sus estructuras de privilegio o desde el diseño arbitrario de una supuesta sociedad perfecta o una historia inexistente, nos encontramos ante el ejercicio perfecto de domesticación de las masas, siervas de una sociabilidad abstracta y en absoluto “natural”.

El individuo queda situado entonces en una especie de comunidad fantasma, agrupado bajo un concepto administrativo vacío de verdadero significado en el que pasa a ser denominado “ciudadano” y del que no se espera nada más que el cumplimiento de sus funciones como “Contribuyente”, “Votante” … o “Recluta” si fuera necesario.

Cuanto mayor sea la presión legal ejercida para limitar los procesos naturales de maduración personal mayor será el número de aquellos que se sientan agredidos en su propia capacidad de discernimiento

Si la productividad de tal “ciudadano” llegase a sobrepasar la media establecida arbitrariamente por los administradores, lejos de recibir reconocimiento y agradecimiento por parte de sus “conciudadanos” o administradores, se expone a la envidia y la reprobación …. y a un aumento de la presión fiscal sobre su productividad. Mayor presión fiscal cuyos resultados se utilizan para financiar un gigantesco aparato estatal de control y regulación diseñado para controlar y regular su existencia, su forma de vida y … su productividad.

El autoritarismo políticamente correcto de nuestros días se basa en una imagen errónea del ser humano. Nos considera a todos como seres altamente vulnerables, necesitados de continua protección, al tiempo que nos considera lábiles en nuestro criterio, presa fácil de cualquier manipulación y peligrosos, por lo que necesitamos de constante e implacable tutorado. Control. Se necesita control. Cada espacio no regulado y sin control se considera como punto de partida de posibles agresiones personales o tentaciones sociales perjudiciales. Envueltos en este paradigma la misma exigencia de libertad es sospechosa: quien reclama una “desenfrenada” libertad de expresión -por ejemplo-, sólo puede tener en mente la intención de causar algún daño.

Esta desconfianza agresiva, tanto frente a la capacidad de desarrollo (de madurar), como frente a la solidez de las personas, representa el verdadero y por desgracia no reconocido núcleo autoritario de la cultura de la corrección política.

Creo, sin embargo, que esta imagen actual del hombre, dominante, aunque errónea, es muy frágil: ha elegido como “enemigo” la sana autoestima humana. Cuanto mayor sea la presión legal ejercida para limitar los procesos naturales de maduración personal mayor será el número de aquellos que se sientan agredidos en su propia capacidad de discernimiento, pensamiento, creatividad y aprendizaje. El único antídoto frente a la dictadura de la corrección política, en mi opinión, es el desarrollo de puntos de vista propios y defender éstos de manera contundente, no permitiendo que nadie nos tape la boca o borre el mensaje. No hay arma más efectiva contra la cultura de lo políticamente correcto que el cuidado consciente de la propia, radiante y contagiosa confianza en la capacidad de todos de aprender.

En realidad, no estamos hablando de procesos de socialización, hablamos de procesos de socialismo. Procesos en los que mediante la progresiva eliminación de derechos individuales en favor de privilegios para los clientes de los “administradores” y la persecución de la excelencia mediante la gravación fiscal del éxito productivo conducen inexorablemente al empobrecimiento moral de todos. Los mendigos son mal vistos, porque ya reciben suficiente “ayuda social”. Los emprendedores son sospechosos de abuso de sus empleados, siempre. Los ricos son la causa de la desigualdad y la pobreza. Los grupos “disidentes” son difamados. Quien pretende ayudar fuera de las estructuras estatales será considerado delincuente.

La universidad ya no es el vivero de ideas nuevas que fue en su día, sino el “safe space” desde el que se postulan y defienden las doctrinas de las élites unicorniales

Bajo la máscara de la “protección” del clima, los animales, los consumidores, los trabajadores, los homosexuales o cualquier otra minoría que haya logrado el sello de “víctima” y con el folletín de unos supuestos “derechos humanos” en la mano, los diseñadores unicorniales, esa élite criptofascista que nos gobierna, han logrado cuotas insospechadas de poder. Especialmente en las escuelas.

Como en todos los sistemas basados en la indoctrinación de sus “ciudadanos”, estamos asistiendo a la pérdida de rendimiento y creatividad. El esfuerzo y la excelencia ya no son requisitos para el éxito escolar. La universidad ya no es el vivero de ideas nuevas que fue en su día, sino el “safe space” desde el que se postulan y defienden las doctrinas de las élites unicorniales, censurando sin decoro todo lo que suene a disidencia.

Cada vez nos parecemos más a los elefantes del circo: adiestrados para gustar y buscar el aplauso haciendo aquello que no nos es natural.

Foto: Edwin Andrade


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