La libertad de expresión se pone de actualidad de vez en cuando, y nunca, o casi nunca, es por un buen motivo. La actualidad vuelve a mandar que reflexionemos sobre nuestra facultad de expresar lo que queramos, y sus límites.

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Alex Jones ha hecho de la indignación un lucrativo negocio. Nuestros indignados oficiales se han enriquecido con puestos políticos. Jones lo ha hecho convenciendo a millones de estadounidenses de que hay un conjunto de verdades ocultas, pero a la vista de todos. Ganar dinero con una propuesta tan… arriesgada, tiene mérito.

La idea de que hay una realidad por debajo de la que vemos, y que sólo unos iniciados, como el propio Jones, pueden acceder a ella, es de un gnosticismo de libro. Me imaginaba que Jones sería el típico conservador, crítico con el gnosticismo, habituado a seguir, sin saberlo, por los caminos de Santo Tomás. Estaba dispuesto a criticar su falta de coherencia. Pero resulta que no estaba tan desencaminado. Por supuesto, uno puede ser conspiranoico y crítico con el gnosticismo, pero hay una autopista que conecta ambos mundos.

Podemos ser objeto de un ataque injustificado contra nuestra reputación si, por ejemplo, se nos acusa falsamente de un delito o de un comportamiento inmoral. Ese daño es real, y puede tener efectos muy amplios sobre nuestra vida

Ser un santón conspiranoico le pone a uno en una posición de privilegio, pero de enorme responsabilidad. Y de responsabilidad hablamos. Jones dijo que la matanza de Sandy Hook era una teatralización por parte del Gobierno para crear en la gente un clima de indignación contra el derecho de portar armas. Lo que veíamos en los medios de comunicación era el trabajo de multitud de actores bajo la dirección de no-se-sabe-quién.

Es una idea extraña. ¿Por qué iba el gobierno de Obama a inventarse algo así? Si tuviera esas intenciones, y por desgracia, sólo tendría que esperar a que se produjera un nuevo tiroteo. O haber aprovechado la matanza que se produjo ese mismo año en Aurora. Si todo era un montaje, ¿cuánto tardaría la prensa en descubrirlo? A no ser que toda la prensa del país, toda, estuviera “en el ajo”. ¿Centenares de medios de comunicación, con posiciones contrapuestas, de acuerdo en apoyar a Obama en una teatralización de una matanza? La cabeza de Alex Jones debe ser un lugar muy extraño.

En cualquier caso, su capacidad crítica ha quedado expuesta en este caso. Seguramente también en muchos otros, pero reconozco que no le presto al personaje atención alguna. Le pasa a Jones lo que le pasa a muchos, que creen que por criticar muy alto y muy fuerte una parte de la realidad (el gobierno, el capitalismo, la izquierda o la derecha, el sursuncorda), tienen una capacidad crítica.

El caso es que lo dijo, y lo dijo durante meses. No ha reconocido que pudiera ser falso hasta muy recientemente, y quizás por consejo de su abogado, con la cuestión sub iudice. De modo que no fue un error. O careció de la diligencia suficiente como para darse cuenta de su error, o mintió desde el primer minuto. Y seguramente fue eso lo que ocurrió. Conspiró él contra el gobierno de Obama, contra el pueblo americano, y contra las familias destrozadas por la matanza de Sandy Hook.

Un editorial de The Wall Street Journal arranca con estas palabras: “Construyó un negocio a base de despotricar, lo que está protegido por la Primera Enmienda, pero está pagando por difamación, lo que no lo está”. Pagando casi 50 millones de dólares, que no es poco pagar, según la primera sentencia sobre el caso.

¿Tiene sentido tipificar la difamación como delito? Difamar es “la acción de dañar el buen nombre o la reputación de una persona”, según Harper Collins. La RAE lo define así: “Desacreditar a alguien, de palabra o por escrito, publicando algo contra su buena opinión y fama”.

Los individuos somos personas; es decir, jugamos un papel en la sociedad. Y nos construimos una reputación, que es la común opinión de quienes nos conocen sobre nosotros. Esa opinión nos afecta directamente como persona, pero en realidad no nos pertenece; es la opinión de otros, y sobre ella no tenemos ningún derecho.

Es verdad que podemos ser objeto de un ataque injustificado contra nuestra reputación si, por ejemplo, se nos acusa falsamente de un delito o de un comportamiento inmoral. Ese daño es real, y puede tener efectos muy amplios sobre nuestra vida. No se trata de que obliguemos a quienes tienen una opinión peor de nosotros a que la cambien, sino de lograr que quien ha infringido ese daño lo reconozca y nos compense por ello. Y que, en el proceso, podamos restaurar nuestro buen nombre. Un juicio contradictorio parece ser un método adecuado tanto para descubrir la verdad del caso (y de paso restituir el buen nombre) como para valorar el daño y obligarle a quien ha faltado a la verdad a pagarlo. Como es el caso de Alex Jones. Un abogado de las familias utilizó estas palabras, con el juego de que “free” es libre y gratis a la vez: “La expresión es gratis; por las mentiras las tienes que pagar”.

Foto: Jaredlholt.


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