A principios de mes la misión de la ONU en Irak hizo un descubrimiento macabro: más de 200 fosas comunes con restos de miles de cadáveres. Las fosas, repartidas por varias provincias iraquíes del norte del país, dan fe del extremo de barbarie que alcanzó el ISIS en su punto álgido. La más reciente de las fosas data del año pasado, de poco antes de que el Estado Islámico implosionase tras haber controlado durante varios años un área gigantesca que cubría un tercio de Irak y otro de Siria.

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Hoy el ISIS es un amargo recuerdo del pasado que, aunque podría reaparecer bajo otra forma, es poco probable que renazca tal y como lo conocíamos. El hecho es que esta peculiar banda yihadista que llevó el rigorismo islámico a límites desconocidos, que arrasó Oriente Medio y que atemorizó a Europa durante varios años fue liquidado en sólo unos meses y nadie quiere reconocer los méritos de quien lo hizo posible.

En aquel entonces el Estado Islámico parecía invencible. Era una suerte de maldición bíblica y así lo reflejaban los medios de comunicación

Hace sólo tres años, en noviembre de 2015, se produjo la matanza de Bataclan, la mayor que reivindicó el ISIS en territorio europeo. En aquel entonces el Estado Islámico parecía invencible. Podía reclutar efectivos en Europa y atentar donde y cuando quisiese. Era una suerte de maldición bíblica y así lo reflejaban los medios de comunicación.

Cuando se produjeron los ataques de París el ISIS llevaba ya dos años cabalgando por Oriente Medio al abrigo de la crisis en Irak y, especialmente, de la guerra de Siria. El califato como tal fue proclamado en junio de 2014 ante el estupor de Occidente y el pavor de sirios e iraquíes. Empezó entonces a extenderse como una mancha de aceite por toda Mesopotamia, desde las inmediaciones de Bagdad al norte hasta las de Damasco al oeste, y de la frontera turca a la jordana. En su apogeo los territorios controlados por esta secta islámica abarcaban unos 50.000 kilómetros cuadrados (el equivalente a Eslovaquia o a dos veces Galicia). Controlaban además algunas ciudades importantes como Raqqa en Siria y, sobre todo, Mosul, en el norte de Irak a orillas del Tigris.

En su mejor momento llegaron a contar con un ejército perfectamente armado de no menos de 40.000 efectivos que sembró el terror allá por donde pasaba. Implantaron la modalidad más intransigente de la sharia, bombardearon enclaves arqueológicos patrimonio de la Humanidad, masacraron a miles de cristianos, chiítas y yazidíes, reclutaron yihadistas en todo el mundo a través de Internet y pusieron en jaque a las potencias occidentales que, durante varios años, no supieron cómo enfrentar semejante amenaza.

La Operación Inherent Resolve se puso en marcha a instancias de Estados Unidos en el verano de 2014, poco antes de que fuese proclamado el califato, pero sus avances fueron extraordinariamente lentos durante sus dos primeros años de vida. Ese vacío invitó, por ejemplo, a que los rusos entrasen en el teatro de operaciones apoyando al gobierno de Bashar Al-Assad, lo que vino a complicar aún más el mapa del conflicto.

Fue la campaña de terror en las capitales europeas y el ascenso de Donald Trump a la presidencia los que sellaron el destino final del Estado Islámico

No fue hasta bien entrado 2016 cuando empezó a funcionar de verdad. EEUU puso sobre la mesa armas y dinero, es decir, potencia de fuego suficiente y repartida tanto desde el Mediterráneo como desde el golfo Pérsico. Hasta cuatro portaaviones con su grupo de combate intervinieron en la operación. El ISIS jamás llegó a contar con una fuerza aérea y ahí es donde se centró la estrategia en un primer momento: hostigar desde el aire las columnas yihadistas para detener sus ofensivas y cortarles la retirada.

Pero las guerras no se pueden librar sólo desde el aire, menos aún una guerra de esas características. En tierra la alianza apoyó decisivamente al ejército iraquí y a los rebeldes sirios. Una guerra se gana con dinero y pólvora. De ambas Washington va sobrado. Con algo tan elemental los caudillos del Califato no contaban.

A ello no fue ajeno el hecho de que el ISIS estaba recrudeciendo su ofensiva terrorista en Europa. A los atentados de Paris le sucedieron ataques en Niza, en Bruselas, en Berlín, en Londres y en Barcelona. Fue la campaña de terror en las capitales europeas y el ascenso de Donald Trump a la presidencia los que sellaron el destino final del Estado Islámico. Si bien el autoproclamado califa Abu Bakr Al-Bagdadi fue perdiendo territorio desde mediados de 2015, no fue hasta principios de 2017, ya con Trump en la Casa Blanca, cuando se empezó a hablar del fin próximo del Estado Islámico.

En marzo del año pasado fueron expulsados de Palmira, donde causaron un gran destrozo en unas ruinas romanas de altísimo valor, en julio de Mosul y en septiembre arrancó la ofensiva final contra la capital, Raqqa, que capituló el día 17 de octubre. ¿Por qué se solucionó en poco más de seis meses lo que llevaba cuatro años enquistado? Porque en EEUU se lo tomaron en serio. Simplemente eso.

Obama no alcanzó a ver la envergadura de la amenaza que suponía aquella banda de iluminados en el mismo corazón de Oriente Medio. Se negó, por ejemplo, a bombardear los campos petrolíferos con los que el ISIS se financiaba. Al parecer temía provocar víctimas civiles. Curioso habida cuenta de la matanza de civiles que estaba perpetrando el ISIS por todos los pueblos y ciudades por los que pasaba. Tampoco quiso que los asesores militares y las tropas especiales se acercasen demasiado al frente por temor a tener que repatriar cadáveres.

Los titubeos de Obama costaron miles de vidas y complicaron una situación que ya de por sí era complicadísima

Tan pronto como Trump levantó ciertas restricciones que el Pentágono se había autoimpuesto las operaciones se aceleraron y el ISIS pasó a un estado zombi. Hoy sus menguados efectivos apenas controlan unos 300 kilómetros cuadrados de desierto, son un problema menor y muy localizado. De todo este episodio se pueden extraer valiosas enseñanzas.

La primera de ellas es que no hay amenaza pequeña. El ISIS surgió de un pequeño grupúsculo radical en el Irak ocupado y se transformó en un ejército de dimensiones muy respetables. La segunda que con el terror no caben las medias tintas. O se le aniquila o te aniquila él a ti. Los titubeos de Obama costaron miles de vidas y complicaron una situación que ya de por sí era complicadísima. La tercera que el papel de EEUU en Oriente Medio sigue siendo fundamental. Hoy por hoy nadie está en condiciones de sustituirle, ningún otro país puede poner tanta madera en un solo escenario. Los recursos del gigante son virtualmente inagotables y tecnológicamente se halla muy por encima de cualquier otro ejército del mundo

Por último, el envés de esta historia nos cuenta otra bien distinta: la incapacidad de la Unión Europea para defender sus propias fronteras y para influir sobre sus vecinos. Sin la Inherent Resolve, patrocinada y financiada por el Pentágono, el ISIS aún estaría cometiendo atrocidades en Siria a Irak, enviando refugiados a Turquía y apadrinando terroristas suicidas en Europa. Quizá en lugar de censurar continuamente a la Casa Blanca, los líderes europeos no harían mal en reconocer sus propias debilidades y lo dependientes que son de Estados Unidos. Es un jarabe amargo pero que deberían recetarse a sí mismos.

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