Las gotas van cayendo poco a poco dentro del vaso, en forma de anuncios sobre leyes venideras, nuevos gastos, posibles impuestos y otras muchas páginas del Boletín Oficial del Estado. Pareciera que el mejor gobierno es el que más hace, no el que hace mejor. Nadie parece percatarse que anunciar nuevas medidas sociales, nuevas partidas presupuestarias para hacer frente a lo que tenemos en frente, no es más que la constatación de que lo que se viene haciendo no ha servido para nada, que el gobierno ha gobernado mal, en román paladino. Las gotas caen, decía, pero el vaso no se desborda.
Nuestras espaldas soportan cada losa que el gobierno nos echa encima, por si acaso la vida no nos da suficientes alegrías. Un poco de vaselina propagandística, vestida de información veraz y no tardamos en acostumbrarnos a cargar con lo que sea, porque a todo se acostumbra uno, y cuando uno coge la mala costumbre de acostumbrarse a lo malo, se acostumbra antes, si me permiten el trabalenguas. De otra forma no se entiende que hayamos pasado de pagar el diezmo a incrementar nuestra carga fiscal muy por encima de la mitad de lo que ganamos y no estemos emboscados tras los semáforos y esquinas prestos a asaltar cualquier coche oficial que pare frente al paso de cebra. Si en el siglo XX se ha incrementado la riqueza general y la clase media, la voracidad recaudadora del gobierno ha multiplicado sus excusas para apropiarse de ella. Aun así, el bendito capitalismo demuestra a diario su poder y pone en su sitio a los manirrotos de arriba, demostrando su inutilidad manifiesta.
Si este es el juego, habrá que jugarlo, parece que piensan muchos. Si este es el juego, el juego no me gusta y habrá que cambiarlo, gritamos otros, aunque parece que lo hagamos en medio de la nada. Luego, cuando llegan las elecciones, no pasa nada. Se mantiene el statu quo y no se deshace nada del mal que se hizo. Total, los ciudadanos ya viven con esas argollas al cuello sin protestar demasiado
A pesar de los avances de la Libertad o quizá precisamente por ellos, no caemos con frecuencia en la cuenta en la multitud de recortes liberticidas que nos azotan, en la abundante lluvia totalitaria que va llenando nuestro vaso, convirtiéndonos en esclavos del poder hoy, ya, la mitad de nuestra vida laboral. Es un chirimiri pertinaz, que como bien saben en el norte, acaba por calar. Nos deja encerrados en una celda sin barrotes que cada vez es más pequeña y asfixiante y que, aunque nos paramos a pensarlo, no seremos capaces de determinar a ciencia cierta como hemos quedado atrapados en ella. Los gobiernos disparan normas e impuestos que como gotas de lluvia cayendo en un vaso, caen sobre nosotros, y de la misma manera que es imposible determinar que gotas fueron las que cayeron dentro una vez estén dentro en el recipiente, tampoco sabemos ya hoy todas las piedras que llevamos a cuestas y cuál será la que nos dé el tiro de gracia.
Lo peor de todo es que nos hemos hecho a ello. Somos animales de costumbres y llevamos toda una vida soportando la sodomía gubernamental, hasta el punto de que ya muchos no pueden vivir sin ella. Quizá sea el más perverso síndrome de Estocolmo el del esclavo defendiendo al amo, porque jamás conoció otra cosa. Si lubrican el dildo suficientemente con información veraz, con miedo, con patriotismo o con cualquiera de esos cientos de lugares comunes que nos tocan la patata. Todo es por solidaridad, por el bien común y por salvar al soldado Ryan. Nosotros a tragar, como hacemos siempre. Lo curioso es que ya no importa si el ultraje es grande o pequeño. El chirimiri se ha tornado en aguacero de los que suelen caer por mi Valencia, que como ya decía Raimon, es un lugar donde la lluvia no sabe llover. Las atrocidades están en un punto tal que hacen falta echar mano de todas las cadenas de televisión generalista públicas y privadas y tantos medios de comunicación de cualquier otro tipo como sean posibles, para que pongan el azúcar a las píldoras que nos dan.
Lo peor es que parece que nos hemos hecho a ello. La sociedad se encoje de hombros y entra al trapo. Para esto nos han educado. Si este es el juego, habrá que jugarlo, parece que piensan muchos. Si este es el juego, el juego no me gusta y habrá que cambiarlo, gritamos otros, aunque parece que lo hagamos en medio de la nada. Luego, cuando llegan las elecciones, no pasa nada. Se mantiene el statu quo y no se deshace nada del mal que se hizo. Total, los ciudadanos ya viven con esas argollas al cuello sin protestar demasiado. Habrá que comprobar cuantas más podemos colgarles. Así funciona.
Todo este caos parece a punto de desbordarse y eso conlleva inundaciones y pantanadas. Casas anegadas, destrozos y pérdidas económicas y sentimentales. No se hasta qué punto llegaremos, pero en algún momento cederá la presa. Tampoco está claro hasta cuando acabarán de llover desgracias. No se fíen de la prensa que está por lo de la vaselina y por nada más. Y lo que es aún más incierto es si tomaremos las medidas oportunas para que las lluvias no nos afecten en un futuro, moviéndonos a hacia un modelo de sociedad donde el poder no tenga demasiada capacidad de poner palos en las ruedas de los ciudadanos libres o por el contrario seguiremos construyendo nuestras vidas en el lecho de los barrancos, como hemos venido haciendo hasta la fecha, para luego seguir lamentando que haya tantos soldados llamados Ryan que salvar, sin caer en la cuenta de que no habría ninguno si algunos gobiernos se hubieran metido en sus asuntos y no en la vida de sus contribuyentes o en la de los contribuyentes del vecino.