Es el primer libro de un político contemporáneo que compro. Pero es que ella no es un político. Su estilo y personalidad evoca una curiosa pero atractiva mezcla de Joseph Roth, en el sentido heroico de enfrentarse a quien sea, y Oriana Fallaci, con su lucidez, desparpajo y atrevimiento. Por eso Cayetana es indeseable. Tiene todo para incomodar e incluso enfurecer a bárbaros y hechiceros. Y aunque este no es seguramente su tiempo, todo apunta a que no renuncia a él. No le dejarán protagonizarlo, el sistema está lorquianamente putrefacto, pero al menos nos lo podrá explicar. Esto es lo que ha hecho en su última publicación.

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Cuando le lees comprendes rápidamente que estás ante alguien poco convencional, una auténtica rara avis. Persona claramente cultivada, que huye del formato profesoral, no da consejos morales ni personales, y tampoco se manifiesta como un médico o un sacerdote. No rehúye el debate ni las cuestiones más espinosas que, como defiende, se hablan en privado, pero no en público. Sabe deambular desde lo general a lo particular y al final se expresa de manera estratégicamente optimista, lo cual es de agradecer porque ella sabe que el mundo es un lodazal.

Uno tiene la sensación de estar ante alguien que perfectamente podría haber escrito aquello de Stefan Zweig: «¿Aún no lo ve usted? La palabra ha muerto, los hombres ladran como perros»

Como Condorcet, cree en la verdad y en la transparencia. Porque sabe que la noble mentira, ese derecho de los gobernantes, mandatarios o dirigentes a mentirnos por nuestro propio bien, es un recurso despótico que no es útil para los hombres. Y en esto se puede resumir toda su acción contra el nacionalismo. Sabe perfectamente de la falsedad de las bases, fundamentos y presupuestos de todo ese planteamiento, así como del descomunal daño que ha causado a la convivencia en la región que antaño era la más pujante, abierta y prometedora de España.

Cayetana conoce consecuentemente de la importancia de la libertad, pero esto no es lo importante, pues son legión quienes lo saben. Lo importante en ella es que la ejerce. Es consciente de que hay quienes se comportan como el escudero de Guadalajara, quien de lo que promete a la noche no hay nada a la mañana, o lo que es lo mismo, que una cosa es predicar y otra dar trigo. Es absurdo defender o proclamar la libertad, presentarse ante la opinión pública como su valedor, y luego comportarse como un caudillo cualquiera.

Vas leyendo su libro, y al margen de los problemas que le puedan provocar las cuitas y banderías que ha vivido, las relata con pasmosa naturalidad y aplomo. Pasas páginas y te acomodas porque la lectura parece una conferencia o incluso una entrevista. Te cuenta sus preocupaciones e inquietudes, también comparte sus propuestas, y se expresa igual con el lector que con quien sabe que la va a destripar, por eso también se defiende con solvencia ante una hostil periodista de TV3, a quien no tiene empacho en desnudar en directo dedicándole a ella y sus contertulios continuas sonrisas.

No quiero exagerar, pero como sucedía con Cánovas del Castillo, que provocaba que todos se trataran de usted sin tener que imponerlo, su sola presencia eleva el nivel. Algo tan necesario hoy día. En la opinión pública, pero también dentro y fuera del Parlamento.

Su libro es, en fin, un relato abierto, directo, valiente y sincero, sobre muchas de las cuestiones de actualidad. Uno tiene la sensación de estar ante alguien que perfectamente podría haber escrito aquello de Stefan Zweig: «¿Aún no lo ve usted? La palabra ha muerto, los hombres ladran como perros». Y sin embargo, ella se empeña en que prevalezca la palabra, el debate y la racionalidad.

Foto: Johnny Howl Club.


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