La suposición de que la mayoría de las personas se preocupan por conocer la verdad debe poder ser considerada como suficientemente plausible. Sin embargo, no pocas veces pueden surgir dudas. Cuando hay intereses o ideología de por medio, la gente puede dar menos prioridad a conocer la verdad. Por otro lado, una afirmación resulta más creíble para muchas personas si los expertos en la materia parecen estar de acuerdo. Este fenómeno es particularmente digno de un examen más detallado si de cuestiones complejas que luego se convierten en objeto de la ciencia se trata. Es importante analizarlo, porque un “no especialista” rara vez confía en su propio juicio y el supuesto consenso se convierte entonces en verdad indiscutible.

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En particular, el llamado consenso climático se utiliza a menudo como argumento principal para tomar decisiones políticas de gran alcance. Lo preocupante es que cada vez se trata menos del argumento técnico, en el que la gente ya no quiere -no puede- entrar, sino que se pone en el pedestal una verdad sustitutiva. Al mismo tiempo, no deberíamos perder de vista el hecho – ampliamente aceptado- de que no existe una verdad absoluta.

El llamado consenso climático quiere convencernos de que la gran cantidad de estudios científicos que sostienen una misma afirmación ofrece exactamente esa certeza científica que buscamos

Permítanme unas líneas en las que, por un lado, recordar algunos fundamentos lingüísticos y científicos y, por otro, comentar (brevemente) el actual estudio Greater than 99% consensus on human caused climate change in the peer-reviewed scientific literature, de Mark Lynas, Benjamin Z Houlton y Simon Perry – Publicado el 19 de octubre de 2021.

Fundamentos

El concepto de verdad se difumina en la discusión contemporánea. A menudo se habla de muchas verdades subjetivas e incluso se relativiza su significado. En la mayoría de los casos, este término es vagamente sinónimo de opinión, convicción o conocimiento sin hacer una distinción clara entre los tres conceptos. Por supuesto, todas las personas tenemos diferentes percepciones y convicciones que nos hacen más o menos propensos a equivocarnos. Pero ¿cómo distinguir entre el error, la mentira y la verdad «subjetiva»? Si renunciamos a esa distinción, ya no se está obligado a la «verdad» y se puede afirmar sin reparos cualquier cosa que sea útil y oportuna, que corresponda a puntos de vista equivocados o que sea simplemente el resultado de ideologías manipuladoras. Sin una norma de lo que es correcto y lo que es incorrecto, toda justificación se desmorona, incluso si un punto de vista resultara ser correcto según todos los criterios.

Las posturas que parten de una visión subjetiva del mundo no pueden proporcionar esta norma, porque la opinión contraria podría reclamar con la misma razón su derecho a la «verdad». Sin embargo, implícitamente, la mayoría de los defensores de las verdades «subjetivas» están de acuerdo en que existe una realidad generalmente vinculante que no puede moldearse libremente para adaptarla a la propia voluntad. Esta realidad es vinculante, independientemente de que se reconozca o no, de que existan mentiras y errores sobre ella. Sí: los conceptos de mentira y error sólo tienen sentido si se acepta la realidad absoluta como tal.

Incluso cuando la percepción cognitiva representa la realidad de forma diferente desde diferentes perspectivas, la verdadera cognición de esta realidad debe estar, en última instancia, libre de contradicciones; de lo contrario, se trata de un error o una mentira. La ciencia se esfuerza por reconocer los hechos de la forma más clara posible con opiniones subjetivas. Los métodos de la ciencia se basan, pues, en investigaciones que ponen a prueba las tesis. Según Popper, la verificación sin error no puede tener lugar normalmente, ya que éstos están ligados a precondiciones que en sí mismas no están completamente libres de duda. Sin embargo, es importante que una afirmación científica sea falsable: debe haber una forma de demostrar específicamente el posible error -es decir, la falsedad- de una afirmación. No basta con afirmar una posibilidad general de error, sino que debe haber un criterio de prueba para hacer esa afirmación.

Un ejemplo: «Mañana brillará el sol» no es una hipótesis científica, sino que es una opinión coloquial sobre que habrá un mañana y que no estará determinado por una nubosidad impenetrable; además, falta en el enunciado el lugar al que se refiere la aseveración. Una tesis científicamente admisible sería: «Mañana no habrá una capa de nubes completamente cerrada en el lugar X». Una vez más, aún no se sabe si esta afirmación es cierta -no sabemos si habrá mañana-, pero al menos se puede verificar mañana por la tarde.

Las afirmaciones son dudosas si la ubicación X se refiere a un lugar que no puede verificarse, por ejemplo, el polo sur de un planeta recién descubierto. O a un punto en el tiempo que está más allá de las posibilidades prácticas de verificación. Por lo tanto, la hipótesis por la que se fija el objetivo de limitar a 2 grados el aumento de la temperatura media mundial entre 1850 y 2100 es científicamente cuestionable. Aparte de que la determinación de esa temperatura media global es problemática, una verificación práctica de la inmensa mayoría de quienes viven hoy en día probablemente no podrá realizarse.

Consenso

Efectivamente, un consenso sobre hechos verificables es la deseable consecuencia casi última de nuestros avances en el conocimiento de la verdad. Así, se asume la validez universal de las leyes de la naturaleza. La forma esférica de la Tierra está suficientemente probada. Más concretamente, es un geoide, porque presenta desviaciones de la esfera ideal. Solemos usar “terraplanista” para caracterizar a todos los que supuestamente niegan «verdades» evidentes. Sin embargo, hay muchas hipótesis en la ciencia que no gozan de una evidencia tan clara. Aquí, la esencia de la ciencia debería ser poner a prueba estas hipótesis hasta que las dudas se disipen lo suficiente o exponer claramente el grado de incertidumbre de estas. Clasificar una hipótesis débilmente probada del mismo modo que una fuertemente probada -es decir, de forma inespecífica, como si de un estado de la ciencia digno de confianza se tratase- contradice el método científico y adquiere el carácter de propaganda e ideología cuestionables. Ni siquiera la opinión mayoritaria de los expertos cambia esto.

Es históricamente conocido que el consenso científico suele ser completamente erróneo durante mucho tiempo. Por ejemplo, el efecto de la gravedad, la existencia de un «éter» en el espacio, la visión geocéntrica del mundo, que se apoyaba en la solución matemáticamente fascinante de los epiciclos. Del siglo pasado destacan sobre todo los consensos regionales para las falsas creencias como las teorías de Lysenko o las teorías raciales y eugenésicas, que se extendieron no sólo en la Alemania nazi.

El llamado consenso climático quiere convencernos de que la gran cantidad de estudios científicos que sostienen una misma afirmación ofrece exactamente esa certeza científica que buscamos. Aquí la clave no es tanto “qué hipótesis pretendemos demostrar”, si no “quiénes y cuántos expertos apoyan una hipótesis”.  Este esfuerzo es perfectamente comprensible, sobre todo porque la cuestión de cómo se desarrolla el clima y qué influencias lo afectan es tan compleja que incluso los mejores expertos actuales pueden suponer con certeza que no tienen un conocimiento suficientemente confiable al respecto. Las pruebas sólidas y convincentes que proporcionan una descripción suficiente de los sistemas climáticos simplemente no existen. Por lo tanto, desde el punto de vista científico, también es un método legítimo para desarrollar modelos que tengan en cuenta los presuntos factores de influencia.

Ocurre que, aparte de los problemas fundamentales del argumento del consenso climático, lo que más llama la atención es que en el argumento del consenso suele quedar en la niebla en qué consiste realmente ese consenso. A continuación, mostraré que sí hay consenso sobre afirmaciones triviales, en particular que el ser humano influye en el clima. Sin embargo, es evidente que no hay consenso sobre la magnitud de esta influencia y su perjuicio. Sin embargo, en la mayoría de los casos, el supuesto consenso sobre la influencia antropogénica fundamental se traslada propagandísticamente a un supuesto hecho cuantitativo y peligroso.

El ideal de la ciencia es la imparcialidad. El científico serio no quiere, naturalmente, que se le comprometa, que se le «compre» para obtener determinados resultados. Sin embargo, los científicos también son seres humanos que viven en condiciones socioeconómicas, que dependen de los ingresos y la financiación, que luchan por la fama y el reconocimiento. Los condicionamientos ideológicos también pueden modificar fuertemente las actitudes hacia los resultados de la investigación y su interpretación. En los últimos tiempos, en el contexto de una cultura de la cancelación, se ha exacerbado enormemente la problemática Por regla general, el científico que ofrece un resultado indeseable es acusado casi por reflejo de estar comprado. Esta acusación puede ser cierta, pero entonces hay que asumir el correspondiente escepticismo ante todos los científicos, especialmente ante aquellos que nadan en la corriente dominante. Enzarzados en las disputas sobre la sospecha de una supuesta o real parcialidad, no se suele examinar el argumento presentado, como si esta sospecha ya descalificara por completo el argumento.

Los métodos clásicos de las ciencias naturales, la simple medición y la experimentación, no nos llevan muy lejos en la ciencia del clima. Aunque las propiedades radiativas del CO2 se han medido con precisión, incluso el cálculo de la sensibilidad climática del CO2 puro da lugar a pequeñas fluctuaciones: entre 0,95 y 1,1 grados. Esto se explica por el enfoque de los modelos de medición. Sin embargo, todos los científicos asumen, con razón, que esto no describe en absoluto la sensibilidad climática completa, porque en un sistema complejo como la atmósfera terrestre, los cambios en un parámetro conducen a otros efectos consecuentes, los llamados feedbacks. Estos pueden ser positivos, es decir, amplificadores, o negativos, es decir, amortiguadores. La gran mayoría de los científicos -incluso los que creen que el alarmismo climático es erróneo- asumen que la retroalimentación es positiva. Sin embargo, la opinión de si tenemos una verdadera sensibilidad climática de 1,2 grados o de 6 grados -o cualquier cosa entre medias- sigue siendo controvertida. Aquí no hay consenso.

Modelos climáticos

Desarrollar un modelo climático global con todos los datos posibles no es suficiente para representar adecuadamente la realidad climática. La física a pequeña escala ya es increíblemente compleja. Imagínese la tasa de evaporación de una brizna de hierba. Lo importante no es sólo la presencia real de agua, la radiación solar y el ángulo de irradiación, la humedad local y la temperatura, sino también el viento, el estado de la superficie, las características de los estomas, etc. La evaporación de una superficie forestal de sólo una hectárea difícilmente puede determinarse con suficiente precisión. En su lugar, se utilizan aproximaciones de suma global que ya no se corresponden con las cadenas causales exactas. Los modelos climáticos, sin embargo, calculan con cuadrículas de unos 100 km de lado – es obvio que aquí los factores físicos sólo se pueden adaptar de forma muy aproximada a los respectivos usos del suelo o incluso a los efectos locales. Por el contrario, se sabe que el clima y el tiempo se comportan de forma caótica multivariable tanto a gran escala y a nivel global como en el microclima. En consecuencia, se utiliza un enfoque global y una relevancia estadística para tratar de lograr una aproximación.

Los modelos pueden proporcionar una aproximación suficiente, ser inadecuados o estar completamente equivocados. Esto puede deberse tanto al enfoque del modelo como a la calibración. Generalmente se pospone la verificación del modelo mediante “Forecasts”, es decir, la predicción de la evolución futura. Por supuesto, esto sólo es posible en el futuro. Sin embargo, los modelos más antiguos pueden ser revisados hoy en día. La evaluación de los resultados de aquellos modelos “antiguos” es problemática. No se puede esperar que estos modelos produzcan predicciones exactas, sobre todo porque existe una variabilidad climática natural.

La pregunta sigue siendo si una posible correspondencia de lo modelado con lo observado se basa en la coincidencia, o una posible desviación entre la predicción y la realidad ocurrida está dentro del alcance (rango) de una buena cobertura del modelo, o si el modelo ha demostrado no tener valor. El problema es la relación señal/ruido. La afirmación del modelo, es decir, la tendencia prevista, sería la señal buscada, la variabilidad natural del clima es el llamado ruido. Se sabe que las temperaturas, incluidas las temperaturas medias mundiales, fluctúan mucho. Un supuesto aumento de la temperatura global de 1,5 grados en 150 años es una señal muy débil en relación con el ruido, sobre todo porque se discute la eficacia de otros factores: además del CO2 y otros componentes IR activos, los factores más importantes son la radiación solar, es decir, la fuerza y el espectro de las fluctuaciones en su intensidad radiativa, la nubosidad y la permeabilidad de las nubes, los ciclos oceánicos (a menudo a lo largo de varias décadas AMO, PDO, etc.), los cambios en el uso del suelo (superficies selladas, uso agrícola, drenaje de turberas, parques solares y eólicos, etc.), el vulcanismo (hollín, aerosoles) y mucho más. Por ello, las publicaciones, incluidos los informes de evaluación del IPCC, intentan estimar los factores, pero éstos siguen sin estar prácticamente fundamentados y sólo reflejan las opiniones subjetivas de quienes tienen poder editorial.

Por lo tanto, es extremadamente difícil juzgar la calidad del modelo, incluso si fuera un buen modelo, porque las pruebas para ello también son fundamentalmente escasas. Por último, pero no por ello menos importante: un modelo que se pone a prueba mediante previsiones no es, obviamente, un modelo actualizado, porque mientras tanto hay modelos modificados que pretenden ser mejores. En consecuencia, sigue sin estar claro si el modelo antiguo o el nuevo es un modelo bueno, mejor o peor.

En principio, esto también se aplica al otro método de verificación, el llamado “Hindcast”. Esto significa comprobar si el modelo puede reproducir suficientemente bien el pasado. Esto habría que verlo con la condición de que el modelo se hubiese calibrado en el pasado, lo que sería el procedimiento correcto. No sería sorprendente que el modelo mostrara una congruencia con la evolución histórica… pero esto no demuestra que el modelo pueda representar también la evolución futura con suficiente fiabilidad. De hecho, todos los modelos tienen enormes problemas con el hindcast. Especialmente cuando los modelos se calculan hacia atrás durante varios siglos. Esto se ve agravado por el hecho de que existen diferentes resultados de estudios sobre el curso y la fuerza de la Pequeña Edad de Hielo y el Período Cálido Medieval: ¿Contra qué curso hipotético debe calibrarse y medirse la calidad del modelo?

Sin embargo, los modelos constituyen la columna vertebral del debate sobre el clima, por ejemplo, en los informes de evaluación del IPCC. Esto se desprende, entre otras cosas, de la amplia gama de la llamada sensibilidad climática «probable» al CO2 de 1,5 a 4,5 grados (ECS y TSR en el AR5). De las dificultades fundamentales y metodológicas se desprende hasta qué punto la evaluación de las hipótesis depende de la confianza subjetiva, ya que se carece en gran medida de pruebas sólidas. Así que aquí tenemos una calidad de conocimiento científico completamente diferente a la de los resultados experimentales reproducibles o las leyes de la naturaleza confirmadas repetidamente. Se trata simplemente de opiniones todavía poco fundamentadas. En principio, esto se refiere no sólo a un grupo de científicos que tienen una opinión más o menos homogénea, sino a todos los científicos del clima, independientemente de si tienen una opinión mayoritaria o minoritaria.

El trabajo de Lynas y colegas

Recientemente se ha publicado un nuevo estudio: Greater than 99% consensus on human caused climate change in the peer-reviewed scientific literature por Mark Lynas, Benjamin Z Houlton y Simon Perry – Publicado el 19 de octubre. ¿Proporcionará este estudio conocimientos mejores y más actualizados sobre el consenso que los numerosos estudios que lo precedieron? Por desgracia, no es así. El resumen no especifica cuál es el consenso que se supone.

“Identificamos cuatro artículos escépticos del subconjunto de 3.000, según los resúmenes calificados como implícita o explícitamente escépticos sobre el calentamiento global causado por el hombre. En nuestra muestra, que utiliza palabras clave previamente identificadas como escépticas, encontramos 28 artículos que eran implícita o explícitamente escépticos. Llegamos a la conclusión, con un alto grado de confianza estadística, de que el consenso científico sobre el cambio climático contemporáneo provocado por el hombre -expresado como proporción del total de publicaciones- supera el 99% en la literatura científica revisada por pares.” – Lynas et al.

Por supuesto, esto deja lugar a todo tipo de suposiciones: ¿Ese consenso del 99% afirma realmente una influencia fuerte, predominante o completa de los factores antropogénicos? ¿O se trata simplemente de que existe una influencia humana -cuantitativamente innominada- en el clima? Esto último es de suponer, ya que hay multitud de artículos que dudan de una influencia dominante de estos factores en el clima. Sin embargo, dado que los 3.000 artículos mencionados presumiblemente no tratan precisamente esta cuestión (sólo se buscaron palabras clave genéricas), no se puede suponer que se disponga de resultados de investigación válidos y cuantificables. El análisis del texto lo confirma:

“3.1 Resultados del muestreo aleatorio

Nuestra muestra aleatoria de 3.000 artículos reveló un total de 282 artículos clasificados como «no relacionados con el clima». Estos falsos positivos se produjeron porque, aunque las palabras clave sobre el clima figuraban en sus títulos/resúmenes, los artículos publicados trataban de ciencias sociales, educación o investigación sobre las opiniones de la gente sobre el cambio climático y no de un trabajo científico original.” – Lynas et al.

Por lo tanto, la clasificación no es una sorpresa:

gráfico

Fuente: Lynas et al. 2021

En otras palabras: sólo 19 de los 3.000 documentos examinados cuantifican la influencia humana en el clima. El resto, obviamente, no hace afirmaciones cuantificables. E incluso en esos 19 trabajos, no hay un análisis metodológico de cómo se cuantificó la influencia humana. Una cuantificación del 50% de la contribución antropogénica ya se consideraría aquí una prueba del llamado consenso, pero en otros contextos provocaría la contradicción con el IPCC (que habla de “contribución mayoritaria”) y el sambenito de negacionista. Hablar de un consenso de más del 99% aquí es realmente audaz.

Por lo tanto, el consenso que se afirma sólo puede ser que los humanos tienen algún tipo de influencia en el clima. Pero ni siquiera eso está respaldado por la investigación, aunque sería una afirmación trivial. Un consenso similar sería que el color del cielo diurno sin nubes es azul. Pero esto es completamente irrelevante y no justifica decisiones políticas, especialmente si cambian drásticamente las condiciones de vida de la gente. La conclusión del artículo de Lynas y colegas es, por lo tanto, rotundamente errónea (en negrita, lo que NO dicen las publicaciones examinadas por Lynas y su equipo):

El escaso número de artículos que se han publicado durante nuestro periodo de tiempo y que no están de acuerdo con este abrumador consenso científico no han tenido ningún impacto discernible, presumiblemente porque no aportan ninguna prueba convincente para refutar la hipótesis de que -en palabras del AR5 del IPCC- «es extremadamente probable que la influencia humana haya sido la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del siglo XX» [12], y, más recientemente en el AR6 del IPCC, «es inequívoco que la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra» [13].

El trabajo de Lynas y colegas ni siquiera examinó si existe un consenso sobre «la influencia humana ha sido la causa dominante del calentamiento observado». ¿Cómo es posible que unas conclusiones tan erróneas sobrevivan a la revisión por pares?

No obstante, cabe suponer que este estudio seguirá utilizándose -sin dar detalles- como prueba del carácter científico de la política de protección del clima. Es precisamente este efecto el que probablemente se pretende y que más bien debería clasificarse como propaganda y mala ciencia.

El alarmismo climático se basa en teorías objetivamente correctas y sería adecuado para evitar el desastre anunciado. Pero: no hay argumentos definitivos ni contraargumentos, sino cadenas de pruebas circunstanciales que, obviamente, se valoran de forma diferente. La falta de pruebas sólidas y las estrategias argumentales para ocultar este hecho convierten publicaciones como la que nos ocupa claramente en propaganda: si la verdad necesita hacer uso de los métodos de la propaganda, entonces está indicado el mayor de los escepticismos.

No se fíe tampoco de lo que yo le cuento.

Foto: Joe Brusky.


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