Así como Juan Donoso Cortés afirmaba que toda discusión es en definitiva teológica, puede decirse que toda manifestación artística es política. Existen, claro, obras de arte más expresamente ideologizadas: una película de Sergei Eisenstein, una novela de George Orwell o un cuadro de Diego Rivera.

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Sin embargo y específicamente en el mundo del cine, existen sobrados ejemplos de películas que, al socaire de un supuesto entretenimiento, postulan un mensaje ideológico mucho más potente y concreto que miles de panfletos partidarios juntos. Es el caso de uno de las leyendas vivas del cine estadounidense: Clint Eastwood.  Nacido en 1930, 87 años después continúa alimentando una carrera cinematográfica coherente y heredera de colosos como John Ford, Sergio Leone (de quien fue un notable discípulo) o Akira Kurosawa (quizá el más estadounidense de los directores de cine asiáticos).

Hoy día, Clint Eastwood se considera “libertario”: toda una declaración de principios

En una entrevista televisiva con “la” referente del star system progre norteamericano, Ellen DeGeneres, Eastwood explicó su recorrido ideológico iniciado en la década del ’50. Fascinado por la figura del general Dwight Eisenhower (1890-1969), que fue presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961, se afilió al Partido Republicano. Desencantado durante la presidencia de Richard Nixon (1969-1974), Eastwood pasó a declararse “independiente”, para luego llegar a su última estación ideológica. Hoy en día, se considera “libertario”: toda una declaración de principios.

Eastwood se aleja del partido republicano

El término libertario, que en el mundo hispanohablante identifica a aquella persona que «defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y toda ley» (esto es, un anarquista clásico) adquiere un sentido nítidamente distinto en el mundo anglosajón y, específicamente, en Estados Unidos: en ese caso, un “libertario” es alguien que sostiene aquella doctrina defensora de la libertad individual y que apoya una reducción de las regulaciones gubernamentales, así como una apuesta decidida por la libertad de mercado; en otras palabras, un liberal clásico. Tradición política que, según el propio Eastwood, el Partido Republicano traicionó y dejó de lado, convirtiéndose en “una pandilla que gasta más dinero que un marinero borracho, con perdón de la Marina”.

Para Clint, el partido republicano es “una pandilla que gasta más dinero que un marinero borracho, con perdón de la Marina

Muchas personas se sorprendieron cuando Eastwood defendió, en la citada entrevista, el derecho de las parejas homosexuales a contraer matrimonio. En la más pura tradición liberal, aseguró que “hay que dejar a cada persona en paz, para que haga lo que quiera mientras no moleste a los demás”. Esta visión de la realidad se vio confirmada cuando un bromista Eastwood declaró, en referencia a la engañosa entrevista que Michael Moore le realizó a Charlton Heston para su documental anti Segunda Enmienda (que garantiza el derecho de los ciudadanos a poseer armas) Bowling for Columbine: “Michael, si alguna vez te presentas en mi casa con una cámara, te mataré”.

Clint Eastwood y la libertad

A priori, es más sencillo descartar a Eastwood como una especie de “redneck venido a más”; un sureño (aunque provenga de la Costa Oeste) blanco y pobre, con una cosmovisión que une tradición, religión, familia y propiedad con una ignorancia supina de la multiplicidad de factores que configuran el mundo en general y Estados Unidos, en particular. La amistad o alianza estratégica del viejo Clint con legendarios directores y guionistas conservadores como John Milius, Don Siegel o Michael Cimino no ayudan a distinguir la realidad.

Una personalidad muy compleja

Clint Eastwood nació en San Francisco, California y pertenece a esa generación de estadounidenses creyentes en una sociedad dinámica desarrollada, en el seno de un país-potencia y en el marco de la Guerra Fría. A diferencia del núcleo de pensamiento trumpista, no hablamos de personas necesariamente racistas -aunque la diferencia de cuna se haga notar, por ejemplo, en su película Gran Torino-: todos (negros, italianos, judíos, irlandeses…) están invitados a colaborar en la gesta americana, sin importar su origen, fundiéndose en un auténtico crisol de razas.

Estamos hablando, en definitiva, de un estadounidense crecido en un país forjado en el excepcionalismo, alimentado por un patriotismo fervoroso y, detalle clave, en pleno enfrentamiento armamentístico e ideológico con la Unión Soviética. El Estados Unidos al que nos referimos (enmarcado en las presidencias de Dwight Eisenhower, John F. Kennedy y Johnson) era, usando una expresión de Gabriel Celaya, “un arma cargada de futuro” que presentaba notables similitudes con el “Destino Manifiesto” de la segunda mitad del siglo XIX.

En algún sentido, Eastwood recoge lo más clásico de la filosofía política estadounidense, desde el liberalismo clásico de Thomas Jefferson y Alexander Hamilton, pasando por la rebeldía de Henry David Thoreau y el trascendentalismo de Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman.

Cada película de Clint Eastwood contiene un mensaje político concreto y potente, aún en el caso de aquellas cuyo argumento parece alejado de cuestiones ideológicas

Para quien siga desde hace tiempo el devenir cinematográfico eastwoodiano, esto no es una revelación. Cada película del director nacido en San Francisco, incluyendo a aquellas en las que se limita a actuar, contiene un mensaje político concreto y potente, aún en el caso de aquellos filmes cuyo argumento, en principio, estaría alejado de cuestiones ideológicas. En cada caso, los personajes de Eastwood son rebeldes contra el orden establecido (The outlaw Josey Wales), nostálgicos de glorias pasadas (In the line of fire, Heartbreak ridge, Gran Torino) o antihéroes hechos a sí mismos, contra viento y marea (Escape from Alcatraz, Bird, A perfect world).

No es casualidad que su salto a la fama se produjera en un género auténticamente estadounidense: el Western. Folclore norteamericano por excelencia, las “películas del Oeste” son un terreno fértil para el desarrollo de la idiosincracia eastwoodiana. En ellas, situadas en Estados Unidos durante y después de la Guerra de Secesión, no existe un Estado monolítico que regule la vida de las personas. Cada uno debe hacerse valer por sus propios medios o, en su defecto, confiar en aquellos más cercanos (la familia, los amigos). Ni siquiera el Ejército tiene un rol aglutinante; funciona, más bien, como una enorme banda de forajidos que sólo existe para generar una leva forzosa de mano de obra no cualificada.

No hay en Eastwood una glorificación de lo nacional durante el siglo XIX: la derrota del Sur en la guerra prolonga la división entre estadounidenses y la venganza hacia los vencidos es trágica y terrible. Las relaciones humanas -o, mejor, entre individuos- adquieren entonces una importancia fundamental; en palabras del fugitivo Josey Wales: “No prometo nada extra. Sólo te doy la vida, así como tú me la das a mí. También digo que los hombres pueden vivir juntos, sin masacrarse mutuamente”.

La desconfianza en lo colectivo, más allá de la comunidad primitiva, inunda las películas de Eastwood

Esta desconfianza en lo colectivo, más allá de la comunidad primitiva, inunda las películas de Eastwood. Sobran los ejemplos de ermitaños aislados por propia voluntad, desengañados de lo que “el sistema” (con el que mantienen una relación fugaz y puramente utilitaria) puede darles. Así, el mayor retirado de la Fuerza Aérea Mitchell Gant vive en una cabaña aislada del resto del mundo; el saxofonista Charlie Parker vive un infierno personal que nadie alcanza a comprender; Harry Callahan trabaja para el orden establecido, pero sólo porque no encuentra uno mejor.

Pocos directores con una filmografía tan diversa han sido -incluso- bendecidos por Hollywood, que -progresista y pluralista- adoptó a Eastwood como su propio “anticuerpo de derecha” que le sirve para reafirmar su leyenda. En definitiva, el universo eastwoodiano configura una de las cosmovisiones más originales del Séptimo Arte, invisible para quienes se refugian en las convenciones estéticas e ideológicas de lo políticamente correcto.

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Eduardo Fort
Soy Porteño, es decir, de Buenos Aires. Escéptico, pero curioso. Defensor de la libertad -cuando hace falta- y de la vitalidad de las Ciencias Sociales. Amante del cine, la literatura, la música y el fútbol. Creo en Clint Eastwood, Johan Cruyff y Jorge Luis Borges. Soy licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y colaboré -e intento colaborar- en todo medio de comunicación donde la incorrección política sea la norma.