Las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) parecen corroborar lo que ya a nadie escapa: estamos ante una crisis demográfica sin precedentes desde la Guerra Civil Española. La media de edad de las españolas para dar a luz a su primer hijo se encuentra en la cifra récord de 32 años, lo que explica que sigan teniendo una media baja de 1,33 hijo por mujer.

Publicidad

Hay cada vez menos mujeres fértiles, con menos hijos que nunca. Y las que se animan a ser madres lo hacen más tarde que nunca. Los datos provisionales recopilados por el INE para 2017 tampoco indican que se vaya a revertir esta tendencia en un futuro próximo.

Sin embargo, de lo que quisiera discurrir aquí no es de las consecuencias de la crisis demográfica sino de sus causas: por qué las parejas españolas tienen menos hijos, algo que generacionalmente me afecta y preocupa. Sin entender las causas, difícilmente podremos poner solución.

La excusa generalizada es que no hay condiciones adecuadas para la conciliación entre la vida laboral y familiar

La excusa generalizada es que no hay condiciones adecuadas para la conciliación entre la vida laboral y familiar. Y es cierto: existe tal falta de conciliación. Pero no es fruto de la falta de ayudas, subvenciones o regulaciones, sino precisamente del exceso y rigidez de la regulación laboral y de la actividad económica, que impide el ajuste de horarios para las familias con hijos.

La solución pasa por desregular y liberalizar la economía, muy especialmente las relaciones laborales, por facilitar la contratación y el emprendimiento bajando sus costos, por fomentar el empleo a tiempo parcial, el teletrabajo y el autoempleo; así como por la desregulación y liberalización de la educación y de otros servicios relacionados con los cuidados y la crianza infantil.

Si se deja que la oferta se multiplique, y se ajuste a la demanda, este conflicto de horarios tiene más posibilidades de solucionarse en cada caso particular. Además, estas medidas económicas pueden ayudar a reducir la elevada tasa de paro, especialmente el juvenil, lo que permitiría adelantar las edades de emancipación, cohabitación, matrimonio y natalidad, hoy muy dilatadas.

Si la persona que es cabeza de familia -hombre o mujer- retuviese buena parte del costo salarial para sí, en vez de entregar más del 50% al Estado, quizás la necesidad de un segundo sueldo en la unidad familiar disminuiría

A veces este conflicto puede solucionarse costeando privadamente algún servicio de cuidados que antes proporcionaba la familia tradicional en el hogar, generalmente a cargo de la madre. También hay que considerar que si la persona que es cabeza de familia -hombre o mujer- retuviese buena parte del costo salarial para sí, en vez de entregar más del 50% al Estado entre retenciones, pagos a la seguridad social y otros impuestos, quizás la necesidad de un segundo sueldo en la unidad familiar disminuiría, y la posibilidad de que uno de los dos cónyuges se quedara a cargo de de la crianza de más hijos o se repartieran las tareas familiares y el trabajo a tiempo parcial de ambos de modo equitativo sería más probable.

Para esta crisis de natalidad hay otros elementos explicativos que no son estrictamente político-económicos, sino más bien de índole ideológica, socio-cultural o psicológica. Las mujeres del babyboom proyectaron en sus hijas, las nacidas en los años 70 y 80, sus frustraciones generacionales y personales: quisieron que sus hijas tuvieran los estudios y la carrera profesional que ellas, en buena medida, no pudieron llevar a cabo por diferentes circunstancias. El coste de oportunidad de esta proyección generacional han sido los hijos que no han nacido.

La falta de hijos se vive como una paradójica frustración sexual en las mujeres supuestamente liberadas

Sin embargo, la liberación sexual no nos libró de nuestra naturaleza última como animales mamíferos sexuados. En más casos de los que creemos la falta de hijos se vive como una paradójica frustración sexual en las mujeres supuestamente liberadas. Esperemos que en las generaciones más jóvenes, esta presión dé paso a una verdadera libertad de elección entre carreras, hijos o una combinación más equilibrada y flexible entre ambos espacios.

Otra de las causas culturales que ha provocado el retraso del primer hijo han sido las expectativas sociales de lo que idealmente debe haberse logrado antes de llegar a la paternidad o maternidad (carrera, trabajo fijo, casa en propiedad, etc.). La frustración de estas expectativas tras la recesión, además de alimentar el populismo político, ha creado un cierto complejo de inferioridad, cuyo nihilismo extremo ha llevado a la postura de los extincionistas. Y quizás la formación de una familia funcional con hijos no requiera tantos recursos materiales, como una casa en propiedad.

A esto se suma un cierto conformismo hedonista y consumista que también forma parte de la decisión más o menos consciente de no tener hijos o de no querer más de uno, con el fin de mantener el poder adquisitivo. El retardo de los ritos de paso a la edad adulta nos mantiene en una eterna adolescencia que se alarga hasta los treinta años, o más, en una especie de síndrome de Peter Pan colectivo. Nos han hecho creer y, peor, muchos nos hemos creído, que somos incapaces de ser padres o madres y, cuando hemos querido reaccionar, ha sido ya tarde o en tiempo de descuento.

En España, las mujeres han retrasado hasta los 32 años, de media, tener el primer hijo

También existe una dimensión estrictamente médica para este retraso en la concepción del primer hijo. El fenómeno es complejo, con varios factores (uso anticonceptivos u otros desarreglos hormonales, dieta, hábitos de salud, contaminación, etc.), pero a nadie se le escapa que la principal causa es la edad avanzada de los padres: ya se ha visto que, en España, las mujeres han retrasado hasta los 32 años, de media, tener el primer hijo.

Cuando se produce finalmente el pospuesto pero ansiado embarazo, a veces en clínicas de fertilidad asistida, se generan muchas expectativas sobre ese hijo único. Se prioriza el bienestar del bebé sobre el de la propia madre en partos muy intervenidos. El número alarmante de cesáreas en todo el mundo, tanto en hospitales públicos como privados, pone de relieve esta ansiedad generalizada por el primer hijo.

Los costos materiales, físicos y psicológicos hacen que sea poco probable que las mujeres quieran tener más hijos después o que sus conocidas, escarmentadas en cabeza ajena, quieran seguir el ejemplo. Incluso en los casos en que las cesáreas o partos no fueron traumáticos, las mujeres se ven limitadas a tener dos hijos como máximo, pues se considera embarazo de riesgo aquel que se produce tras dos cesáreas.

También, medidas políticas y jurídicas como la suspensión de facto de la presunción de inocencia masculina en los casos de conflictos de pareja, donde la acusación de malos tratos es suficiente para encarcelar a un hombre, no crean un ambiente propicio al matrimonio y a querer formar una familia. En Europa se suicidan 4,9 mujeres por cada 100.000 habitantes frente a 20 hombres: más del cuádruple. Las correlaciones no son explicaciones causales, pero si se ahonda en el suicidio masculino, abunda el perfil del divorciado arruinado, víctima de alienación parental, deprimido y alcoholizado.

En medio de una campaña ideológica más que feminista, misándrica, el interés por el matrimonio entre los hombres naturalmente se ha desplomado

Que haya el doble de divorcios que de bodas en España es un dato preocupante y puede entenderse mejor en un contexto de inseguridad jurídica en caso de divorcio y a las medidas cautelares contra la violencia de género. En medio de una campaña ideológica más que feminista, misándrica, el interés por el matrimonio entre los hombres naturalmente se ha desplomado.

La solución tampoco pasa por políticas de subsidios a las madres solteras, que desde los años setenta y ochenta, según estudios de autores como George Gilder o Thomas Sowell, se sabe que crean una cultura de pobreza y de dependencia del Estado. Cuando el Estado ocupa el lugar de cualquier padre de familia, lanza el mensaje de que no hace falta un marido o un padre: los varones no encuentran motivo para buscar y mantener un empleo, ahorrar, construir un hogar y, entregados al nihilismo, se incrementa el riego de actividades potencialmente autodestructivas. La intervención estatal en las familias destruye la dignidad y autoestima de los padres y de las madres. Y desaparecen las familias funcionales y la natalidad.

Sin patrimonio, sin la expectativa, al menos, de poder alcanzarlo, no es posible constituir una familia

Solo el crecimiento, la prosperidad y la autonomía que da la libertad y la propiedad privada, la capitalización, la verdadera igualdad jurídica entre sexos, pueden animar a las personas a formar familias y a tener hijos. Sin patrimonio, sin la expectativa, al menos, de poder alcanzarlo, no es posible constituir una familia.

Podemos seguir cavando la fosa a nuestros pies, una fosa de deuda y gasto público que, en el mejor de los casos, alargarán la agonía de un sistema que ya solo se sostiene mediante el parasitismo. Quizás aún estemos a tiempo de tener más hijos, o al menos de no apoyar políticas equivocadas, y permitir así que las familias prosperen.