En estos días cayó en mis manos un libro de un filósofo coreano, muy renombrado, que lleva por título Vida contemplativa o algo así. Habla de apearnos del mundo “que paren el mundo que me quiero bajar”. Relata la falta de sensibilidad del mundo moderno para sopesar la relevancia del silencio y sobre todo la de la inactividad como fuente de descanso. Habla de una crisis del descanso. La música nace del silencio, y sin silencio la música revierte en ruido, el ruido en confusión, y la confusión en estrés. Las vacaciones cansan tanto o más que el propio trabajo; tan absorto entre planes y actividades recreativas que uno no tiene tiempo de descansar durante el descanso.
Alguien decía que con tantas clases de yoga y de meditación transcendental no encuentra hueco para estar consigo mismo. Mucho ruido y pocas nueces. La inactividad se ha vuelto hiperactiva. Sin embargo, me surge una duda ante esto: ¿cómo será posible que en un mundo como el nuestro en donde el tiempo de ocio es tan actual (vacaciones, jubilación anticipada, viajes, virtualidad, sabáticos, recesos) nos encontremos reclamando no hacer nada? ¿Es que no nos pertenece el tiempo libre? ¿Quién se entrometerá para arrebatárnoslo?
¿Qué albergaba ese hombre de antaño que el trabajo no le cansaba? Sus faenas físicas desde luego eran más fatigosas que las nuestras, pero adolecía del verdadero cansancio; el cansancio del espíritu
Para B-C-Han, el autor del libro, ese enemigo es el capitalismo que en su lógica de acumulación parece querer hacernos a todos trabajadores de alto rendimiento. Pero ¿realmente será eso así? Yo creo que hay algo más profundo, que se le escapa al autor. Me explico. Es cuanto menos paradójico caer en la cuenta de cómo el hombre de hace un siglo era capaz de empeñar su trabajo de sol a sol y no sentirse fatigado ante la falta de inactividad. De hecho, tener tiempo libre resultaba ser un incordio, un verdadero pesar. Uno trabaja sin pensar en la jubilación esperando que Dios lo llamara. Haber metido tiempo libre a su vida hubiese sido la manera más efectiva de adelantar ese llamado.
¿Qué albergaba ese hombre de antaño que el trabajo no le cansaba? Sus faenas físicas desde luego eran más fatigosas que las nuestras, pero adolecía del verdadero cansancio; el cansancio del espíritu. No recaía sobre las espaldas del hombre de antaño el peso de la autorrealización personal, que, a mi juicio, es el verdadero causante del cansancio, del exceso de agitación que afligen a las sociedades modernas y que nuestro autor torcidamente lo achaca al capitalismo. Puedes jubilarte de un trabajo, de una familia, mudar de país, pero no puedes jubilarte de la autorrealización. Todo lo que haces y lo que no haces está empujado por este sentimiento de búsqueda de sentido. El problema está en que la autorrealización es un timo, una estafa, y como tal, te verás siempre estresado y decepcionado dando tumbos de un lado para otro. Hoy será Camboya, mañana será México, luego Colombia, y así buscando el verdadero descanso solo consigues empaparte de kilómetros.
La realización es nuestro fin, pero este fin no depende de nosotros. El verdadero descanso, es decir, descansar del descanso que tanto cansa, es poner esta meta en manos de alguien más grande al que le podamos encomendar esta tarea. Alguien que llegue a saber que la realización tiene que ver con nosotros, para que no acabe aplastándonos a nosotros. Y, ¿te imaginas quién es ese que lo puede todo y que es capaz de llevarte a aquello que con tanto ardor anhelas? Se llama Jesús, y nació hace dos mil años en una aldea de Belén. Acércate a Él, y no pierdas el tiempo. ¿Quieres tomarte realmente en serio tu vida, y descansar de esta locura de mundo que despedaza el libro? Vete a la Iglesia, allí encontrarás la realización que buscas y el alivio que necesitas. ¡Ánimo!
Foto: Davide Cantelli.