Si queremos dar credibilidad a las cifras, el número de muertes por suicidio en España creció en 2019 un 3,7% respecto al año anterior, según se desprende de los últimos datos publicados hasta la fecha por el INE.
En 2019, un total de 3.671 personas fallecieron por esta causa en nuestro país, lo que supone un aumento respecto a 2018, cuya cifra se elevó a 3.539. De estas personas fallecidas, 2.771 fueron hombres y 900 fueron mujeres, por lo que continúan falleciendo, aunque esto se omita con frecuencia, el triple de suicidios entre hombres que en mujeres. Por edad, el mayor número de fallecimientos se produjo en la franja de los 30 a los 39 años, seguida por la franja de 50 a 54 y de 45 a 49 años. Por consiguiente, como término medio, cada día en España más de 10 personas fallecen por este motivo (más del doble de víctimas que por accidentes de tráfico) añadamos otra muchas que sufren sus consecuencias.
Los medios de comunicación han silenciado tradicionalmente esta realidad, sosteniendo el argumento de que este tipo de noticias puede provocar un efecto de imitación, algo que hasta donde sé, no está demostrado
Si observamos Europa el suicidio es uno de los mayores problemas de salud pública. Se estima que la tasa es aproximadamente de un 13,9 por cada 100.000 habitantes al año. Según los datos de la OMS cada año cerca de 800.00 personas se quitan la vida en todo el mundo, estimando que son bastantes más los que lo intentan.
Estas son las cifras oficiales, pero seguramente sean bastante más porque es un tema tabú, que asusta y perturba en las conversaciones, dado que se produce en circunstancias de profundo dolor emocional y violencia extrema. No estamos como especie para terminar con nuestra vida sino para sobrevivir, es el principio de vida lo que nos preserva, lo contrario se silencia, sanciona y persigue.
Los medios de comunicación han silenciado tradicionalmente esta realidad, sosteniendo el argumento de que este tipo de noticias puede provocar un efecto de imitación, algo que hasta donde sé, no está demostrado, pero que se ha mantenido a lo largo de los años como excusa para evitar esta mención. Si observamos los libros de estilo de los medios de comunicación y los distintos decálogos que circulan por la panoplia mediática española, se concluye que el consenso ha sido el apagón informativo, prefiriendo el silencio como mecanismo que evite posibles conductas imitativas. De hecho, el Código Deontológico de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España no hace ninguna referencia directa al tratamiento del suicidio (Federación de Asociaciones de Periodistas de España, FAPE, 2017).
Este silencio mediático no es ajeno al social, y a la ocultación o maquillaje cultural que se hace con la muerte, el dolor, la enfermedad y la vejez, pues estamos en el vértigo de un presente continuo, donde la vida es un permanente glamour posmoderno. De modo que desvelar esta realidad es una necesaria tarea, que el tratamiento informativo no debe eludir, a pesar de la compleja dificultad que encierra esta realidad como noticia.
El Ministerio de Sanidad publicó el año pasado un documento de recomendaciones dirigidas a los medios de comunicación para facilitar el abordaje de las informaciones relativas a la conducta suicida y contribuir a su prevención.
Estos días estamos sufriendo con la cobertura mediática del volcán Cumbre Vieja, noticia que se ha convertido en un show con la narrativa propia de una dramatización de telenovela o radionovela, con unas redes sociales que sirven el porno-selfie del dolor como oportuno postureo. Por lo cual, es complicado imaginarse cuál será el tratamiento informativo del tema que nos ocupa.
Aun así es necesario el esfuerzo por concienciar de esta realidad que se sufre con frecuencia en la incomprensión y el anonimato, que forma parte de la vida de muchas personas. Es necesario identificar los diferentes mitos y prejuicios que distorsionan su complejidad. Con una información que ofrezca los recursos existentes de atención a la prevención, que facilite la posible coordinación de las diferentes instituciones y servicios. Que contenga un banco de recursos comunitarios y líneas de ayuda, familiares, redes de asociaciones, profesionales, equipos de atención primaria, de salud mental. Acercando los factores protectores, de riesgo, activando señales de alarma disponibles.
No quieren morir, quieren dejar de sufrir
Pero la ingenuidad no es una excusa para omitir el uso de la razón. Los rankings de audiencia son una apisonadora que no dejan hierba bajo sus ruedas. Los medios oficialistas y generalistas comen de la mano de sus amos. El honesto y buen criterio en la elección de las fuentes, la transparencia y el rigor en el uso de los datos, la especial atención a la elección de los testimonios, el análisis detallado en su merecido contexto en cada caso, exige dedicación que con frecuencia no se tiene o no se quiere.
Exige honestidad profesional frente a una dolorosa realidad que compromete a toda la sociedad. Ojalá se publiquen noticias, reportajes, documentales que describan, analicen, expliquen, argumenten y conciencien sobre la muerte, la enfermedad, la vejez, y por supuesto, el suicidio.
Cuca Casado, aborda este tema en Disidentia con respeto y rigor. Donde se indica que existen diferentes causas en el denominado contexto de suicidio, que origina una destrucción de la estabilidad social, familiar, así como una quiebra de la seguridad laboral y económica. Como señala el último tabú, es relevante el crecimiento de la tasa de divorcio en los últimos 50 años, observando una correlación entre tasa de divorcios y de suicidios.
El documento de recomendaciones sobre la atención y cobertura informativa del suicidio aquí citado, precisa con acierto una serie de aspectos que se dan por evidentes cuando no lo son. De modo que no todos los que mueren por suicidio sufren un problema mental, aunque haya una proporción mayor, lo que sí lo caracteriza es un sufrimiento insoportable. Se advierte que el intento se puede repetir, porque los pensamientos suicidas pueden regresar, pero si se supera la crisis no aparecen nunca más. Lo importante es disponer de recursos e información en esos períodos de crisis.
Ni los motivos, ni las intenciones son el producto de un mal sueño, quien habla de sus tentaciones suicidas puede o no llevarlas a cabo. Se estima que el 75% de las personas que lo advirtieron, lo intentaron o hicieron. La mayor parte de los que lo manifiestan están en algún punto de la crisis descrita. En consecuencia, toda posible argumentación sobre el problema desde una visión positiva permite apreciar la visión en una situación difícil, ponderando el carácter provisional de la dificultad y la posibilidad de superarlo. No hace mucho un maestro me confesaba el suicidio de un preadolescente en su clase, el grupo paralizado por el dolor, sin embargo agradeció que la desaparición del compañero fuera motivo de conversación, también de análisis, no son situaciones sobrevenidas, hay un importante y desgraciado histórico anterior.
El suicida no desea morir. Múltiples testimonios de personas que han superado la crisis hablan de desesperación en aquel momento. Lo que desean es liberarse del sufrimiento, fundamentalmente emocional, que les resulta insoportable. Es urgente una respuesta a por qué España no cuenta todavía con un plan de prevención nacional que ayude a frenar este gran problema de salud pública, ni tan siquiera existen por ahora campañas de sensibilización y concienciación social.
El siguiente fragmento está extraído de una carta de ayuda, cuyo objetivo es reflexionar sobre las necesidades de los que sobreviven.
“Necesito decir con libertad que mi hijo se suicidó, que sufrió mucho durante años y que tenía una enfermedad mental. Déjame hablar de él, apenas tengo oportunidades para hacerlo…
Necesito que entiendas que soy una persona única e individual y que cada uno de nosotros somos diferentes y nos aproximamos de forma distinta a nuestro duelo y a la muerte de nuestros seres queridos…
Necesito huir de los tópicos: “la vida sigue”, “verás cómo lo superas”, “el tiempo pasará y lo superarás”, “vas a salir más fuerte de este duelo”, “la vida te está poniendo a prueba…
Ayúdame a entender lo que ocurrió, la intensidad de su alto grado de desesperación (por qué lo hizo) y a aceptarlo, superando el estado de shock en el que he estado durante años…”
Con varias décadas de posmodernismo encima, se produce una dolorosa paradoja. Impera la cultura de la muerte, con el aborto y la eutanasia como reclamos, pero se oculta, silencia o ignora que somos los únicos seres vivos con conciencia de nuestro final. Sin embargo, cuando la vida no vale nada, quien decide terminar con su vida no quiere morir, solo quiere dejar de sufrir.
Foto: Toa Heftiba.