«¿Tiene todavía posibilidad la insolencia que se acuerda de los derechos de la felicidad? […] ¿Puede la Ilustración —es decir, el pensamiento de que sería razonable ser feliz— volverse a corporizar en nuestra sombría modernidad?»

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Peter Sloterdijk (1983), Crítica de la razón cínica.

En fechas recientes el Gobierno de España, integrado por social-comunistas, ha dado rienda suelta a su Ley Orgánica de Educación (LOMLOE: 2020). Dicha legislación ha sido sancionada por el socialista Pedro Sánchez, a la sazón Presidente de la Nación. Pero asimismo dicha normativa fue refrendada por grupos ultranacionalistas. Con esas compañías, ¿qué se busca en la LOMLOE? De un lado, explorar y optimizar las habilidades “emocionales” de los alumnos. De otro lado, instituir las matemáticas de los sentimientos y, por la vía legal considerar “antipedagógico” y, por tanto, eliminable el conocimiento de la regla de tres, de los números romanos, el estudio cronológico de la Historia, la lectura en voz alta de textos literarios, el conocimiento de temas relacionados con la sintaxis, etc.

En compensación a los fuertes recortes cognitivos se adjudica rango de absoluto al nuevo atlas de geografía humana. Y, como las injusticias sociales están restringidas, se dice, al ámbito del “género”, resulta que la educación para la salud afectivo-sexual ocupará en los niños de cinco años y hasta los 16 un lugar fundamentalísimo en su formación. Y ya en las etapas de enseñanza preuniversitaria podrán seguir pasando con suspensos de un curso a otro e incluso acceder a la Universidad con materias no aprobadas, gracias a la toda justiciera LOMLOE.

Escondidos bajo las recetas de una medicina pedagógica que aspira a exorcizar el dolor ajeno de la ansiedad, de la presión, de las cardiopatías…, viven los integrantes de la izquierda reaccionaria

El entonces Ministro de Universidades Manuel Castells, jornadas antes de la aprobación de la LOMLOE, tuvo la audacia de declarar que en los alumnos a los que se les castiga por copiar se detecta «un reflejo de una vieja pedagogía autoritaria». Ergo, había que despenalizar en la Universidad las mañas de piratear exámenes, pues a juicio del citado Ministro siempre hay «prueba de inteligencia» en los alumnos que «copian bien». Por otro lado, el tal Castells, antiguo profesor en Berkeley, ya había mostrado aguerridamente su oposición a los suspensos. Este español que había logrado doctorarse en Sociología en el año 1967 en la Universidad de París había sido testigo de los disturbios que trajo “Mayo de 1968”. Y a tales disturbios románticamente remite cuando, pasados casi 50 años, él lucha contra la educación convencional, de la que por cierto el tal Castells ha sacado inmensos provechos con tantas ocupaciones y tantos premios recibidos. A la luz de su trayectoria profesional y política, resulta muy cínico que el señor Castells explique que «condenar a los alumnos por un suspenso es elitista, machaca a los de abajo y favorece a los de arriba». Esta afirmación es, de principio a fin, falsa, pues a los estudiantes de familias con pocos recursos no se les saca de la pobreza dándoles por decreto el aprobado, igual que los estudiantes que viven bajo el colchón de economías solventes nunca verán reducidas las fuentes de su riqueza por más asignaturas suspensas que tengan.

Desde 1968 el desprestigio y consiguiente hundimiento de la labor docente se han visto coronadas por la demolición de la figura de todo lo que encarne autoridad. Por eso, con ideas igual de peregrinas a las del citado Castells, Isabel Celaá, la saliente Ministra de Educación y no menos ardiente defensora de la primavera francesa, llegó a justificar la anemia educativa de su LOMLOE. A su juicio, al colocar el profesor un suspenso sobre el alumno se produce un hecho muy doloroso y quizá inasimilable, ya que, y cito textualmente las palabras de Isabel Celaá, «el peor castigo es la rebaja de la autoestima».

Admitida hasta niveles estupidizantes la idea de que lo que está en juego es la felicidad de la facilidad del alumnado, los social-comunistas en abrazo con coaliciones ultranacionalistas han sellado un pacto de sangre que impide por Decreto-Ley que la cultura mejore (y revierta sobre) las habilidades intelectuales de los jóvenes. ¡¡¡Cuidaremos de ellos!!!, parecen gritar los miembros retrógrados de estas coaliciones. ¡¡¡Y tanto que cuidarán de los jóvenes, sobre todo para que sigan mal preparados, incompetentes, inmaduros y fácilmente maleables!!!

El culto a la ignorancia

«Existe siempre un culto a la ignorancia en los Estados Unidos y lo ha habido siempre. La presión del antiintelectualismo ha sido […] alimentado por la falsa noción de que democracia significa que “mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”».

Isaac Asimov (January 21, 1980), A Cult of ignorance, review Newsweek

Este lóbrego paisaje educativo no es cosa exclusiva de la idiosincrasia política española. No, el señuelo festivo de la nuda vida es celebrado en EE UU, elogiado en Francia, aplaudido en Inglaterra… en nombre de esa pólvora que se denomina pedagogía de izquierdas y que viene, felizmente, a agrandar la brecha entre clases sociales. Y a fomentar nuevas exclusiones.

Naturalmente cuando en nuestra época histórica la (in) formación tiene enorme valor llama la atención y poderosamente que haya grupos que se posicionen a favor de la desculturación, apuesten por el “menos es más” y repitan el lema “ser tonto es cosa de listos”. Es el caso de la Secretaria de Organización de Podemos, asociación populista de simpatías bolcheviques, similar a La France Insoumise (LFI) de Jean-Luc Mélenchon. Pues bien, según su actual Secretaria, Lilith Vestrynge, «toda esta cultura del esfuerzo y la meritocracia es en realidad lo que genera esa fatiga estructural y toda esa epidemia de ansiedad […,] lo que nos lleva en realidad a la situación actual en la que estamos, de pluriempleo, de presión, de ansiedad, de cardiopatías».[1] Resulta cosa curiosa que esta acomodada joven madrileña no relate que habla cuatro idiomas, tampoco que estudió Historia, Ciencias Políticas y Estudios Europeos en las Universidades IV (Sorbona) y VII (Diderot) de París, y que posee un máster en Relaciones Internacionales en la Ludwig-Maximilians-Universität o LMU de Munich. Su defensa de la eutanasia cultural asistida no va acorde con el esfuerzo de quien exhibe en su curriculum grandes dosis de instrucción y a su vez se permite el lujo de negar, siempre en los demás por supuesto, el valor de la cultura.

Escondidos bajo las recetas de una medicina pedagógica que aspira a exorcizar el dolor ajeno de la ansiedad, de la presión, de las cardiopatías…, viven los integrantes de la izquierda reaccionaria. Y esa izquierda reaccionaria, como así la denominaba el historiador y gran ensayista Horacio Vázquez-Rial, no vindica los fundamentos de un mundo igualitario y democrático, sino que preserva las aristas de las desigualdades para mantener su obscena corporaciocracia.

Y concluyo. Vincular la posmodernidad a un proyecto que se asienta en el empobrecimiento cultural planificado implica acudir a leyes despóticas que legislan sobre los derechos a la felicidad juvenil. E implica también crear individuos sin recursos, es decir, de escasísima solvencia intelectual y profesional. Lo que económicamente va a ayudar, ahora y en el futuro, a mantener la servidumbre y la desprotección laboral de importantes sectores de la población para, de paso, asegurar los privilegios de esas castas políticas que buscan nuestra redención en el vacío neuronal.

[1] Vestrynge, Lilith (23-V-2022), La batalla por el tiempo: El derecho a vivir mejor, con motivo de la celebración de la Fiesta de la Primavera [de Podemos].

Foto: Andrew Neel.


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María Teresa González Cortés
Vivo de una cátedra de instituto y, gracias a eso, a la hora escribir puedo huir de propagandas e ideologías de un lado y de otro. Y contar lo que quiero. He tenido la suerte de publicar 16 libros. Y cerca de 200 artículos. Mis primeros pasos surgen en la revista Arbor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, luego en El Catoblepas, publicación digital que dirigía el filósofo español Gustavo Bueno, sin olvidar los escritos en la revista Mujeres, entre otras, hasta llegar a tener blog y voz durante no pocos años en el periódico digital Vozpópuli que, por ese entonces, gestionaba Jesús Cacho. Necesito a menudo aclarar ideas. De ahí que suela pensar para mí, aunque algunas veces me decido a romper silencios y hablo en voz alta. Como hice en dos obras muy queridas por mí, Los Monstruos políticos de la Modernidad, o la más reciente, El Espejismo de Rousseau. Y acabo ya. En su momento me atrajeron por igual la filosofía de la ciencia y los estudios de historia. Sin embargo, cambié diametralmente de rumbo al ver el curso ascendente de los populismos y otros imaginarios colectivos. Por eso, me concentré en la defensa de los valores del individuo dentro de los sistemas democráticos. No voy a negarlo: aquellos estudios de filosofía, ahora lejanos, me ayudaron a entender, y cuánto, algunos de los problemas que nos rodean y me enseñaron a mostrar siempre las fuentes sobre las que apoyo mis afirmaciones.