El fundamento de la llamada Corrección Política, dominante en Occidente desde hace décadas, es la división de la sociedad en grupos buenos y grupos malos; débiles y fuertes; víctimas y verdugos. Se trata de una forma de control social que permite a ideólogos, políticos, técnicos y expertos modelar la sociedad e influir en el comportamiento de los individuos, imponiendo prohibiciones a la libre expresión, una jerga o neolengua obligatoria.
Y también promulgar todo tipo de leyes injustas y discriminatorias con la excusa de una mal entendida «igualdad», que no suele ser más que «igualdad de representación» , con grave menoscabo de la libertad de los ciudadanos, de su libre pensar y actuar.
Ser «víctima» permite gozar de enorme superioridad moral, derecho a un trato de favor y exención de cualquier responsabilidad
No es difícil comprender que la corrección política, a pesar de ser absurda e incoherente, convenza a miembros de los grupos llamados «débiles» pues, en apariencia, les otorga ciertas ventajas. Ser «víctima» permite gozar de enorme superioridad moral, derecho a un trato de favor y exención de cualquier responsabilidad: una víctima nunca puede ser culpable. Al contrario, se le permite traspasar su responsabilidad a los verdugos y se le otorga el derecho a un trato de favor.
Dados estos beneficios, muchos individuos caen en la tentación de aceptar el papel de víctima, de bueno de la película. Pero se resisten esas personas maduras, con sólidos principios, conscientes de que deben asumir su responsabilidad, que no es ético descargarla en «chivos expiatorios». No aceptan el papel de víctima quienes saben que tener razón depende de la calidad de los argumentos esgrimidos; no de la pertenencia a un colectivo u otro.
La corrección política convence a los que deben asumir el papel de sujetos perversos, inculcándoles un sentimiento de culpa colectiva
Mucho más difícil resulta explicar cómo convence la corrección política a quienes toca asumir el papel de malos, de sujetos perversos que deben arrepentirse y aceptar la superioridad moral de los otros grupos. Y asumir la responsabilidad de todos los males, tengan relación con ellos o no. ¿Cómo es posible que muchos admitan esta incómoda y absurda condición sin rebelarse? El fenómeno puede explicarse a través de la manipulación del concepto de culpa: se inculca en estos grupos un sentimiento de culpa colectiva que, a pesar de ser irracional e incoherente, resulta eficaz en demasiadas ocasiones.
Culturas de la «culpa» frente a culturas de la «vergüenza»
En The Chrysanthemum and the Sword. Patterns of Japanese Culture (1946), la antropóloga norteamericana Ruth Benedict distingue entre «culturas de la vergüenza», típicas de Oriente y «culturas de la culpa», más propias de Occidente. Su trabajo, realizado durante la Segunda Guerra Mundial, pretendía ayudar a los norteamericanos a conocer mejor la mentalidad de sus enemigos japoneses, inmersos en el primero de los esquemas.
El sentimiento de vergüenza y el de culpa son dos mecanismos distintos para promover el cumplimiento de las normas en una sociedad
El sentimiento de vergüenza y el sentimiento de culpa son dos mecanismos distintos para promover el cumplimiento de las normas en una sociedad. Ambos están presentes en todas las culturas pero en algunas predomina el primero y en otras el segundo.
En la cultura de la vergüenza, también denominada «cultura del honor«, las sanciones son externas al individuo. Al quebrantar una norma, el sujeto siente vergüenza ante la mirada de los demás que, de un modo u otro, reprobarán su comportamiento. Cada persona intenta cumplir las reglas sociales para preservar su honor, evitar el ridículo, la crítica, la exclusión social o algún otro castigo.
El mecanismo de la vergüenza no funciona cuando la transgresión es secreta
Sin embargo, este mecanismo no funciona en determinadas circunstancias: como la censura queda a criterio del colectivo, no de la propia conciencia, si el individuo quebranta la norma secretamente no hay reprobación social alguna: «puedo hacer lo que quiera… mientras la gente no se entere«. Además, en este tipo de cultura, el comportamiento de una persona podría mancillar el honor de otra, pues este concepto también se aplica a ciertos colectivos. Así, un hijo puede deshonrar a toda una familia, a todo el clan, ante los demás.
Por el contrario, en la cultura de la culpa las sanciones son internas: es el propio individuo quien siente remordimientos de conciencia por haber transgredido la norma. Es un sistema más individualista pues no rige el control de otros sino el criterio de cada cual. Además, no requiere que la mala conducta sea de conocimiento público: la propia persona intenta ajustarse a sus propias normas para no sentir remordimientos. Este mecanismo es más eficaz en sociedades grandes, donde la vigilancia social es más indirecta y el sujeto más anónimo. Es también más compatible con la libertad y los derechos individuales pues no requiere interferencia del entorno.
El concepto de pecado en el cristianismo se corresponde con la cultura de la culpa: el creyente lo comete por una mala acción, independientemente de que los demás lo sepan o no. Precisamente por ello, la tradición cristiana, especialmente la protestante, es el argumento que algunos autores ofrecen para explicar que la culpa tenga tanta relevancia en el mundo occidental. Pero la cultura de la culpa también tiene una debilidad: el criterio es subjetivo. Lo fundamental no es exactamente que el sujeto actúe incorrectamente sino que crea que lo ha hecho.
Por ser subjetivo, el mecanismo de la culpa es vulnerable a la manipulación: hacer creer a la gente que es culpable cuando no lo es
Y podría estar equivocado: pensar que ha actuado debidamente cuando no ha sido así… o al revés. Por ello, este mecanismo es vulnerable a la manipulación, a la posibilidad de hacer creer a la gente que es culpable… cuando no lo es.
La culpa colectiva
De un tiempo a esta parte, impera en Occidente un abrumador sentimiento de culpa que resulta bastante sospechoso pues no proviene de un torcido comportamiento del individuo sino de circunstancias que escapan a su voluntad. Los sujetos no parecen sentirse culpables por lo que hacen… sino por lo que son. Por gozar de un nivel de vida aceptable, por ser hombre o haber nacido de raza blanca; en definitiva, por pertenecer a alguno de los grupos que la corrección política define como malos o verdugos.
Se trata de un sentimiento de culpa colectiva, mala conciencia por actos que no cometió el individuo sino, supuestamente, otras personas pertenecientes a su grupo. Tampoco es una culpabilidad por omisión, por no levantar la voz, por callar ante situaciones injustas, tal como la definió Hannah Arendt cuando habló de la banalización del mal. No, en este caso el sujeto debe sentirse culpable incluso por hechos sucedidos antes de haber nacido. Así, se proclama que los actuales ciudadanos de Occidente deben cargar con las culpas del colonialismo o de la esclavitud. Si es español, también de la conquista de América. Y, si es hombre, ya ni se sabe.
El concepto de culpa colectiva es incoherente con sus fundamentos pues la culpa surge de la responsabilidad de los propios actos de cada persona
Naturalmente, el concepto de culpa colectiva es incoherente con sus fundamentos originales, es una burda manipulación porque, al contrario que en la cultura de la vergüenza o del honor, la culpa es siempre individual. Surge de la responsabilidad de los propios actos de cada persona: la verdadera culpa debe estar relacionada con algo que se encuentre, en cierta medida, bajo control del sujeto. Sólo podrían sentirla quienes hubieran tenido alguna participación en los hechos considerados.
En Collective Guilt Feeling Revisited (2007), Anita Konzelmann Ziv considera que la actitud coherente ante esos actos es lamentarlo o compadecerse de las víctimas, si verdaderamente las hubiere; no sentirse culpable.
La incesante propaganda incita a sentirnos culpables por actos que realizaron personas desconocidas, incluso siglos atrás
Sin embargo, aprovechando que el sentimiento es subjetivo, la incesante propaganda incita a sentirnos culpables por actos que realizaron personas desconocidas, incluso siglos atrás. Así se ejerce un fuerte control social porque, quien se sienta culpable, acatará todo aquello que contribuya a aliviar su conciencia.
Por ello hay tantas personas que, soportando una carga moral que no les corresponde realmente, intentan por todos los medios sentirse inocentes, incluirse en algún grupo víctima o, al menos, decir públicamente que se identifican con él. Así se cierra el círculo. Porque acatar la Corrección Política se convierte en una vía para alcanzar la absolución por una culpa que esta misma ideología artificialmente indujo.
Si este artículo le ha parecido un contenido de calidad, puede ayudarnos a seguir trabajando para ofrecerle más y mejores piezas convirtiéndose en suscriptor voluntario de Disidentia haciendo clic en este banner:
–
Debe estar conectado para enviar un comentario.