Hace unos días cayó en mis manos Microwd: 40 aprendizajes sobre capitalismo e innovación social escrito por Alejandro de León y publicado por Unión Editorial. Una edición magistralmente cuidada con ilustraciones que encandilarían la mirada más tediosa concentra en poco más de cien páginas un tesoro. Ordenado en cuarenta lecciones de las que ninguna se extiende por más de una página, nuestro amigo logra sacudir la atención del lector realizando un repaso íntimo de cómo un negocio no es un juego de suma cero. Pero hay mucho más. Entre las páginas enardecidas por testimonios fotográficos, Alejandro se transforma en un apologeta de la empresa al servicio del bien común. Ni rastro de esa desquebrajada actitud académica de ver en los problemas condenas eternas o caminos de rosas. Aplica corazón y sentido común; espada y escudo del empresario, angustia del policymaker y agua bendita para el beneficiario. No predica desde el púlpito, padece junto a su equipo las alegrías y las penas de un libro fundamentalmente humanístico. Las batallas, una a una.

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Con altas dosis de aprendizaje desde el terreno encandila una lectura fascinante (¡regalo para los sentidos!) donde desgrana las claves del éxito de una empresa donde la rentabilidad no solo no regatea en impacto social sino que más bien lo multiplica. Para ello el autor se aleja de los tópicos bienintencionados y aplicando dosis refinada de humildad, quién sabe si de tantas caídas, va entrelazando con un tono agradable (a veces profundamente conmovedor) una coherente filosofía de vida. Con una generosidad y  optimismo que desbordan el tamaño de las páginas, Alejandro nos desgrana el corazón de las finanzas haciendo adorable el lúgubre camino que implica “hacer dinero vendiendo dinero”. Pone rostros y experiencias encima de los números y alía magistralmente al empresario con la belleza y el bien. Todo un adalid de las mejores causas lleva por montera la más segura de las garantías; el comprometido amor a su madre, enclavado en la dedicatoria, y puesto al servicio de la expansión de las oportunidades de los más desgraciados.

Nada se consigue implantando aquí y allá algún que otro gesto cuando sus efectos serán engullidos por la influencia de la ilegalidad; podría llegar a ser contraproducente

De su obra retomo algunas ideas que pulularon en mi cabeza durante su lectura y que paso a compartir. Siempre me ha llamado la atención por qué en los asuntos económicos, y especialmente en aquellos dirigidos a aliviar la miseria del mundo las cosas suelen funcionar –con mayor o menor éxito- pero nunca suelen convencer (hasta que me topo con el libro de Alejandro). Como si una especie de antagonismo atravesara el buen diseño de las políticas para el desarrollo siempre aparecen excepciones en uno y otro lado de la ecuación. En ningún caso las micro-finanzas se ven desatadas de esta prerrogativa. Muchos desgraciados han abandonado la miseria extrema amparados por una inteligente dotación de micro-préstamos unido a un uso eficiente y una devolución adecuada de los mismos. Pero supera a esta cifra de éxito aquellos (micro) beneficiarios que no se han visto aupados por su influencia desarrollista abandonados, en muchos casos, a un destino violento (los suicidios de prestatarios en la India o Bangladesh es ejemplo recurrente). El aprieto para restituir el futuro de sus usuarios se confirma incluso a nivel teórico. Solo hay que acudir a la Cumbre de Barcelona de 1997 donde se disuelve el modelo de negocio de su relación socialmente transformadora. La separación de ambos enfoques no viene más que a demostrar la controversia del propio servicio pues si la reducción de la pobreza se hiciera efectiva la sostenibilidad del modelo se vería reconciliada de manera automática.

¿Podemos concluir que el sueño de M. Yunus (padre de los microcréditos), de aliviar la pobreza a partir de esta genuina obra de ingeniería financiera tiene sus días contados? ¿Acaso el sueño de este bangladesí no apela a algo mucho más profundo como demostrar que las mismísimas bases (financieras) que reproducen la riqueza erradican con igual fórmula la pobreza? ¿Y no sería su fracaso una gran victoria para aquellos que ven en el capitalismo una incorregible fuente de proletarización de las masas? Quizás haya una salida a todo este entuerto.

En la serie de Netflix House of Cards el maquiavélico congresista Frank Underwood en su ambición por conquistar la Casa Blanca hace uso de la siguiente cita cuando ve sus intereses amedrentados “si no te gusta como está puesta la mesa, dale la vuelta”. ¡Hagamos como Frank! Si no nos gusta cómo están servidas las microfinanzas, démosle la vuelta a la mesa. Pero, ¿cómo? Cuando vivía en la ciudad de X se me confío el diseño de una política de desarrollo microfinanciera que combatiera los violentos efectos del narcotráfico. Hasta entonces todas las medidas adoptadas para desvincular a los jóvenes de las dinámicas del crimen organizado habían caído en sacos rotos. La economía ilegal estaba tan incrustada en la normalidad de estas gentes que incluso aquellos mismos que me pretendían mantenían obscuros flirteos con el narcotráfico. Advertí que de nada serviría utilizar las microfinanzas como si fuera una espada. Nada se consigue implantando aquí y allá algún que otro gesto cuando sus efectos serán engullidos por la influencia de la ilegalidad; podría llegar a ser contraproducente (como los suicidios de la India). No tenía más alternativa que ser mucho más radical. Debía darle la vuelta a la mesa. Entonces pensé que quizás el problema no residía en combatir el ardor negativo del narcotráfico cuanto en inocular la lógica microfinanciera a su causa. Como si se tratara de un microchips injerto en el cerebro de una máquina podría conseguir conducir hacia una esfera transformadora los incentivos perversos del mercado de la droga.

Muchos se mostrarán sensiblemente contrariados (seguro que Alejando no). Apelaran a controversias éticas irresolubles. A fin de cuentas los micropréstamos se acabaron convirtiendo en el instrumento perfecto para blanquear el tráfico ilícito. Todo era más eficaz y se hacía mucho más rápido. Sin embargo, en ese trajinar algo estaba sucediendo de manera invisible. El uso de instrumentos microfinancieros aupados por el comercio ilegal estaba introduciendo nuevas alternativas económicas a sus protagonistas (como las que realiza Alejandro con sus mujeres extraordinarias). Muchos de ellos que habrían visto su destino ligado al tráfico de estupefacientes veían ahora como desde esa misma actividad se le abrían alternativas ejemplares a sus vidas. Renovados estímulos a su economía familiar favorecían ahora un abandono pacífico de aquellas otras prácticas ilícitas. No solo se iba transformando la economía ilegal en otra legal, sino que a raíz de ello la informalidad inherente a la primera daba paso a una apacible formalidad.

En algún momento me objetaron que los fines están sometidos a la idoneidad de los medios, y que generar alternativas materiales alimentadas por el servicio al narcotráfico no debe ser una opción humanamente admisible. Sin embargo, presiento en esta afirmación el terror del policymaker a ver quebrantada las coordenadas de su identidad cuando la eficacia de las políticas apunta a un desplazamiento de su idea acerca de lo bueno y lo correcto (quién soy, cómo me reconozco en los otros, etcétera). Y, sin embargo, ¿es que ver transgredida la causa del narcotráfico hacia expresiones de bienestar social no sigue el mismo movimiento de hacer el bien desde el mal con el que el cristianismo reconcilia la acción del hombre con su naturaleza pecadora? El imperativo moral recogido en los evangelios apuntilla esa ética radical de la inoculación microfinanciera cuando nos exige confraternizar con el semejante sin juzgar ni despreciar su obra.

Quizás sea esta la razón que hace tan confuso los casos de éxitos en el desarrollo. La confianza reposada en los instrumentos (microfinancieros) se ve enturbiada por los prejuicios de los responsables de su aplicación. La experiencia en el terreno nos revela que solo allí donde uno se ve liberado de la presión ejercida por la corrección política pueden esperarse triunfos exitosos. El verdadero secreto de las microfinanzas (y casi por entero del desarrollo) no pasa por alguna deformación en la naturaleza de sus instrumentos cuanto por la audacia del actor para entregarse por entero a su causa. Y sobre esto mismo el libro de Alejandro de León se revela exquisitamente provechoso.

Antonini de Jiménez, Doctor en Ciencias Económicas.

Foto: Ravi Roshan.


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