Creo que ya he dicho alguna que otra vez que la idea de Feijóo de “derogar el sanchismo” no me gusta y no, en verdad, porque mis ganas de perder de vista al actual presidente sean pequeñas. Para empezar, el verbo “derogar” está mal empleado y no sé si es porque Feijóo ya estudió con el plan gallego de Fraga o por qué, pero “derogar”, según el DRAE al que nos debemos para hablar con claridad, solo significa “Dejar sin efecto una norma vigente”, es decir que no cabe bajo su capa hablar de una variedad de cambios políticos que, por deseables que fueren, no pueden reducirse a poner una ley al tiempo que se quita otra.

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Me da mala espina, por otra parte, que ese sea el verbo escogido como señal de la alternativa y no solo por su equívoco semántico sino porque podría suponer que Feijóo y sus allegados estén pensando en liarse a hacer leyes nuevas, lo que en cualquier caso supondría llover sobre mojado ya que si algo sobra en la España de hoy, y me temo que sobrará en la de mañana, es el empeño en continuar con el hábito, propio de grafómanos y arbitristas, de añadir miles de páginas a nuestro sufrido Boletín oficial. Claro está que hacer leyes es algo al alcance de cualquiera, otra cosa sería hacer políticas sensatas y reducir la bulimia legislativa.

¿Cómo es que nadie puede entrar en mi domicilio, salvo que sea un okupa, sin un mandato judicial mientras que Hacienda y similares pueden entrar en mi cuenta corriente y llevarse lo que estime oportuno?

Es innegable que hay que derogar unas cuantas leyes, pero lo mejor sería que se empezasen a derogar prácticas, esos abusos cotidianos que las distintas administraciones públicas cometen a nuestra costa sin que nadie les haya pedido que lo hagan. Tengo para mí que el eslogan más mentiroso de los últimos cincuenta años es el que se inventó el ministro de hacienda de Adolfo Suárez, esa memez de que “Hacienda somos todos”, y por ahí no paso.

Si el ministro hubiese dicho que Hacienda vive a costa de todos habría dicho una gran verdad, pero se quedó muy a medias. Hacienda es, sobre todo, un gigantesco aparato recaudador, cada vez más eficaz, huraño y despiadado, algo que está al servicio de sus señoritos de la Moncloa, no al de todos. Como estamos acostumbrados a que los gobiernos sean despóticos, raramente es esperable que sean ilustrados, hemos tragado con que los procedimientos de Hacienda sean mucho más eficaces que justos.  Reconozco que hablo bajo la influencia de unos suculentos embargos que me han obligado a recurrir a sistemas poco gratos para llegar a fin de mes, pero tampoco es la primera vez que me pasa y lo que tengo que preguntar es tan sencillo como lo siguiente:

¿Cómo es que nadie puede entrar en mi domicilio, salvo que sea un okupa, sin un mandato judicial mientras que Hacienda y similares pueden entrar en mi cuenta corriente y llevarse lo que estime oportuno? Se supone que lo hará por algún motivo, pero no tiene la delicadeza de indicarlo, lo más que hace es dar un numero de unas once cifras que imagino responderá al indescifrable código de la acción ejecutada, aunque para lo que sirve bien podría haberse puesto a boleo, no quiero dar ideas. Algún retorcido estará pensando que ese número ha de servir para que cualquiera pueda identificar sin el menor asomo de duda el muy legítimo motivo por el que Hacienda ha decidido meter la cuchara en mi modesta olla, pero si hay alguien tan loco como para intentarlo que me avise porque no me perderé por nada la aventura burocrática que seguro dejará en un simple paseo a empresas como la búsqueda del Dorado o la del Arca perdida.

Continuamente leo los lamentos y gemidos de muchos ante el temor que sienten por el hecho de que las grandes multinacionales tecnológicas conozcan todos nuestros datos lo que, al parecer, podrá llevarlas a controlar nuestra conducta con un sadismo sin precedentes. Se ve que a estos angelicales observadores no les han puesto nunca una multa o les han cobrado cualquier cosilla con el expeditivo método que usa Hacienda, y los mil malandrines administrativos que se han aprendido el procedimiento, bancos incluidos que, a la que te descuidas, te anotan un gasto en cuenta con explicaciones tan elocuentes como “suplidos” o “comisión de mantenimiento” y otras tan indescifrables como estas. Las tecnologías que usan no son apabullantes, pero no hay quien les tosa.

Y ya por preguntar, ¿cómo es que la policía no puede poner en la calle a unos okupas y esos derechos tan inmarcesibles que tienen esta clase de pájaros no se aplican para proteger nuestros pequeños caudales que, por narices, están en manos de los Bancos que se aprestan con entusiasmo a satisfacer los derechos recaudatorios de cualquiera?

Este es el tipo de cosas que me gustaría a mí que derogase Feijóo, pero me temo mucho que quedaré defraudado. Tampoco me importaría que derogase las normas que estimulan de manera violenta el afán recaudatorio, pero ya digo que no espero mucho por ese lado. Hemos de acostumbrarnos, por ejemplo, a que, si suben los precios del petróleo, suban las gasolinas y mucho más los impuestos que en ellas se montan y que no son nada pequeños. Algunos habilidosos como Sánchez lo que hicieron en tiempos de especial aprieto fue regalarnos unos céntimos, supongo que por aquello de “no dejar atrás a nadie”.

Nos engañó el ministro Fernández Ordóñez, pero los que le han seguido son bastante peores y lo que más temo es que Feijóo, al que muchos confunden con Rajoy no sé bien por qué, acabe por partirse de risa dentro de unos años en cualquier coloquio con Sánchez, como hizo Rajoy con González en La Toja, en una exquisita conversación entre expresidentes, mientras le decía “les dijimos que bajaríamos los impuestos y los tuvimos que subir, qué cosas”. Dios no permita que Feijóo pueda decir alguna vez, “les dije que derogaría el sanchismo, pero tuve que acicalarlo, cosas de Europa”, o algo así.

Imagino a Feijóo trabajando afanosamente con sus sabios para ver cómo hace que deroga el sanchismo, en los primeros cien días, por ejemplo. De momento ha adelantado que va a suprimir el Ministerio de Igualdad, pero le quedan casi dos docenas, tiene dónde elegir. A mí me gustaría que tuviese un plan un poco más original que ese aleluya derogatorio que han imaginado, pero no parece que les quede tiempo para muchas jornadas de trabajo, así que me malicio que seguirán con lo de derogar y yo por eso les brindo mi idea sobre vigilar un poco más de cerca los procedimientos de Hacienda. No soy ingenuo, simplemente me gustaría no irme de este mundo sin ver cómo alguien se dispone a aligerar la carga de tanto impuesto y tanta burocracia, ¿les parece que pido demasiado? Pues apañados estamos si los que parece que van a llegar se dedican sólo a hacer lo de siempre, suponiendo que lo hacen mejor porque son más listos y están mejor preparados. No quiero ni pensar cómo se van a poner embargos en manos de administradores más competentes, acuérdense de Montoro y échense a llorar.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web