La fe decrece, no en cambio la intensidad del deseo racional hacia lo transhumano. La ciencia cree en un dios-método que lo eleve sobre la pobreza, la enfermedad y la muerte. Es un dios tan vacío como cambiante, y ahí las personas sintonizan Netflix para jugar con conceptos filosóficos mohinos que enmascaran el consumo (y el consumo del tiempo) como fin en sí mismo. La fe decrece, pero esa virtud no desaparece y sí se confunde con calambres intelectuales.

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La política espiritual gestiona recursos administrativos para satisfacer el cumplimiento de unos dogmas que parecieran tener que rogar perdón. No se puede encontrar mayor ejemplo de desubicación: Dios no está de moda y la Iglesia no hace tanto porque muchas veces trabaja en silencio, sin Videoreacciones ni Clickbaits.

Nadie quiere a un Einstein en su lecho de muerte, quiere a sus seres queridos hablando con plena legitimación para un resumen estético de sí mismo

Se admira desde la estética arquitectónica a una iglesia o catedral, pero se cruza como un extraño por sus pabellones cuando la ruta turística dice que hay que verla por dentro. Es entonces cuando es hora de comer, y la multinacional que nos sirve el plato nos concientiza más sobre el respeto al medio ambiente que un sacerdote sobre el respeto a la obra de Dios.

«Dios miente» dije el otro día a unos ateos. Como he sacado un libro al respecto, vi apropiado introducir el tema cuando te preguntan: «¿Qué es de tu vida?» No creen en una entidad superior, pero creen que Dios no mentiría, sino la Iglesia. Yo les respondí: «¿Y si el que miente soy yo y lo acabo de hacer?». Me dijeron que si mentía era una prueba de que Dios no funciona (¿?). Lo interpreté funcionalmente, un argumento pascaliano invertido: Dios ya no es útil. ¿Y si ya no es útil ser ateo?

Digamos que Dios no miente, pero nosotros sí. ¿No es eso un argumento claramente poderoso para dudar de todo lo que un hombre exprese por su boca? Creo en la cura contra el cáncer con la misma convicción que la cura del odio leyendo la Biblia. Tener fe en Dios es tener la firme convicción de que su voluntad es sabia, que nuestras mentiras imperfectas son útiles para llegar a Él, que nuestra imperfecta interpretación de la realidad es una oportunidad para dirigirnos a lo inefable e infinito, al sentido. Todos apreciamos que existe un «algo más» en la aburrida realidad.

La verdad es un término confuso epistemológicamente, pero no metafísicamente. Pensemos si Dios miente, o si tiene la capacidad de hacerlo. Tal vez ahí encontremos la pregunta vital, la que da sentido al final de nuestros días: ¿qué es la mentira? ¿sólo es intención o también función? ¿cuánto le debo a ella? ¿cuánto la he malinterpretado? Cuando morimos deseamos no arrepentirnos de nada, y ahí la belleza pesa más que la verdad del científico o el historiador. Nadie quiere a un Einstein en su lecho de muerte, quiere a sus seres queridos hablando con plena legitimación para un resumen estético de sí mismo. Dios nos espera para preguntarnos primero por la mentira, para así conocer nuestro camino hasta Él.

Foto: Jackson David.


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