Según las últimas noticias, el príncipe se disponía a deshacer la maldición que recaía sobre la bella durmiente con un beso de amor. Mas, según se acercaba a la mujer, en coma centenario, una banda de hombres y mujeres, y otras cosas, todos despertados (woke) a la nueva religión progresista, corrió a entorpecer tal tropelía. Pues, dormida como estaba, la bella inmóvil no podía ofrecer su consentimiento de antemano. Era, por tanto, un beso no consensuado. Es decir, una agresión. Vamos, una violación en toda regla.

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Seguramente a Walt Disney, que aún vivía en el año en que se proyectó la película (1959) no tuvo en cuenta que sólo sí es sí. La religión woke aplica los nuevos dogmas con efecto retroactivo, y trata las obras del arte y del pensamiento con un espíritu propio de Estado Islámico.

Ahora, Disney no se limita a producir series de adolescentes absolutamente disolventes, y que recrean los estereotipos más estúpidos de la pegajosa cultura estadounidense, como el de los triunfadores y los perdedores, la tía buena que es tonta, el feo pero gracioso, el gordito y demás. También introduce esta ideología extrema entre sus empleados y desde sus productos

Ante tal atropello, que pensaba dejar a la princesa Aurora en el sueño eterno, uno tiene la inclinación de salir en defensa de Disney. Pero no corramos. Disney es la primera empresa en abrazar esa nueva religión.

El periodista Christopher F. Rufo se ha especializado en estudiar al capitalismo moralizante; la actividad dogmática de las grandes empresas, que se adhieren a la religión woke oficial. Y sus investigaciones le han llevado a conocer un documento interno, que codifica la visión que asume Disney sobre las relaciones humanas.

Disney asume la “teoría crítica de la raza” (TCR). Ésta asume que, contra todo lo que pudiera indicar la realidad, hay una supremacía de poder de la raza blanca que va más allá de lo que dicte la ley, y que está inextricablemente unida a la sociedad actual. Y que, para acabar con ese poder remanente de los blancos es necesario que todos adopten la fe de la TCR, y siga sus preceptos y sus ritos.

Es una fe, ya que la TCR exige que veamos más allá de lo que está ante nuestros ojos, y que puede ser sometido a la disciplina de la razón. Como la auto imposición de la raza blanca sobre el resto no es el fruto de una acción consciente ni planificada por los blancos (nadie piensa así), su causa está en la capacidad de la mentalidad supremacista blanca de imponerse, de reproducirse, por sí sola. Ese supremacismo es un ser invisible, inapreciable, inaprehensible, pero real: opera sobre nosotros sin que siquiera lo sepamos. Para eso están los sacerdotes woke, para que despertemos y nos demos cuenta de que esa imposición de la raza blanca sobre el resto nos está condicionando la vida. Qué hace que la raza blanca, y no otra, tenga ese poder taumatúrgico, es algo que la TCR no acaba de explicar.

Vamos a seguir adentrándonos por el pavoroso mundo de la teoría crítica de la raza gracias al documento interno de Disney. En el apartado Alianza para la conciencia racial, el documento conmina a sus empleados a “educarse en la existencia de un racismo anti negro estructural”, sin esperar a que sus compañeros negros les tengan que aleccionar, ya que ello les resultaría “emocionalmente costoso”. Los empleados blancos tienen que realizar ese trabajo, pero cuentan con un instrumento muy poderoso: deben “trabajar por medio de los sentimientos de culpa, vergüenza y la actitud de estar a la defensiva” para que puedan “ver lo que está debajo de ellos y merece que sea cuidado (healed)”.

No podrán cuestionar o debatir lo que digan los negros sobre sus propias experiencias”. Como las experiencias son raciales, no individuales, lo que digan sus compañeros negros sobre lo que afecte a otros ciudadanos de la misma raza habrá de asumirse como un pensamiento propio.

Un buen empleado blanco de Disney rechazará siempre la igualdad de trato. Lo relevante es la “igualdad de resultados”,

Todos han de asumir que hay una “infraestructura racista” en su país, que deben combatir desde ellos mismos. Quizás no sean conscientes de que con el hecho de respirar estén ejerciendo un privilegio blanco. Pero pueden llegar a serlo simplemente respondiendo a un sencillo cuestionario: Diga “sí” a las siguientes afirmaciones: “Soy blanco”, “soy heterosexual”, “soy un hombre”, “todavía me identifico con el género con el que nací”, “no utilizo el transporte público”. Otra de las afirmaciones que debe alertarte si responde a tu experiencia es: “Nunca me han llamado terrorista”. Nunca pensé que no haber sido denominado “terrorista” le pudiera convertir a uno en culpable de los crímenes sociales más execrables, como por ejemplo el de ser hombre, blanco o heterosexual.

Ahora, Disney no se limita a producir series de adolescentes absolutamente disolventes, y que recrean los estereotipos más estúpidos de la pegajosa cultura estadounidense, como el de los triunfadores y los perdedores, la tía buena que es tonta, el feo pero gracioso, el gordito y demás. También introduce esta ideología extrema entre sus empleados y desde sus productos. Dentro, estas indicaciones están creando enfrentamientos entre los empleados, e imponen el miedo a hablar públicamente del asunto, según el periodista Christopher Rufo.

Fuera, Disney es como Eresictón de Tesalia. Eresictón desafió a los dioses, quiso cortar un árbol sagrado, y Deméter ordenó al dios Limos (el hambre) que se vengase. Éste poseyó a Eresictón, que cuanto más comía más hambre tenía. Y acabó por devorarse a sí mismo. Disney tiene en sus entrañas un dios que los griegos no supieron prever, pero que también lleva a la compañía a la autofagia. Y comienza a proscribir sus propias obras.

Enfrentamiento y terror dentro, y más enfrentamiento en la sociedad en la que vomita sus contenidos. En eso se ha convertido Disney.

Imagen: Victor Gilbert.


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