Al parecer, ninguno de nosotros conocíamos a Elisa María. Este hecho es chocante, porque resulta ser una descollante alumna de la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid. ¡Quita! Licenciada en Ciencias de la Información, con el subrayado en Ciencias y mayúscula en sendos nombres. La nota media, holgadamente por encima del 9, es la que le condujo al atril. Con una nota tan extraordinaria, y el título en la mano, Elisa María se tomó la licencia de pronunciar una arenga contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso.

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Vivimos una época de inflación. Los mismos bienes tienen un valor, expresado en euros, mayor. Pero más grave ha sido la inflación de las notas. El mismo desempeño intelectual, que antes se valoraría con aprobado rozando el palo, hoy se califica con notables y sobresalientes. Y quizá sea lo justo, porque en la actualidad los mismos resultados son notables, y son sobresalientes.

La idea de que el periodismo ha de ser objetivo presupone siglos de evolución política y moral. Una evolución que llegó al punto en el que se entendía que una democracia de masas no podía funcionar si la sociedad no votaba y actuaba bien aferrada a la realidad

Es difícil no acordarse de los profesores, de los compañeros de Elisa María, cuando soltó su diatriba. Sus palabras provocan ese escozor tan español que es la vergüenza ajena. Y, sin embargo, parecía que ella estaba en el lugar adecuado, haciendo lo correcto. Ya en los años en que yo estudié la carrera, no precisaré cuántos, se realizó una encuesta entre los recién licenciados en Periodismo en la misma facultad. ¿Para qué quieres ser periodista? “Para cambiar el mundo”, era la respuesta espontánea más repetida. La moda, en términos estrictamente estadísticos. Hoy, la metonimia ha convertido al término periodismo en un sinónimo del activismo.

Había un concepto, que aún se maneja, que convertía al activismo y al periodismo en polos del mismo signo; la objetividad. Un periodista, un periódico, debían ser objetivos. El oficio se había depurado, se había profesionalizado, y se había dotado de un apero de herramientas que le permitían separar el grano de la cizaña. El objetivo del periodismo no es otro que el de crear un relato veraz e interesante. La verdad es el fruto, pero también el método del periodismo. La correspondencia de lo dicho o escrito con los hechos es ¡tan valiosa!

La idea de que el periodismo ha de ser objetivo presupone siglos de evolución política y moral. Una evolución que llegó al punto en el que se entendía que una democracia de masas no podía funcionar si la sociedad no votaba y actuaba bien aferrada a la realidad. La política es corrupción. Y la democracia de masas, que es el absolutismo de la política, lo corrompe todo absolutamente. También el periodismo, claro. Pero hay una confluencia de intereses, de una parte de la sociedad por no engañarse, y de una parte del periodismo por ejercer su labor, que pueden encontrarse en el mercado.

¿Por qué cambiar el mundo? Por la XI tesis sobre Feuerbach de Marx, que ha arrasado sobre el mundo de las ideas como el fuego sobre los montes. El periodista tiene un objetivo mucho más ambicioso: contar lo que ocurre en él. Cambiar el mundo es fácil. Mejorarlo es difícil. Pero contarlo es aún más complicado. Exige una constante disposición de ánimo volcada hacia el relato de lo que acaece, y una vigilancia perpetua. Y oficio, eso es.

Siempre ha sido difícil esto del periodismo. Pero ahora lo es aún más. La más lista de la clase tiene la oportunidad de lucirse y da un mitin político. Es para lo que se ha estado preparando durante cuatro años, para dar una soflama de asamblea pobre y sonrojante. En esa facultad, ¿Habrá todavía periodistas?

Los profesionales de la cosa se han convertido en unos cínicos; cínicos profesionales, claro. Nos lo cuenta Leonard Downie. Ha escrito un artículo en The Washington Post titulado Newsrooms that move beyond ‘objectivity’ can build trust (Las redacciones que van más allá de la «objetividad» pueden generar confianza). Leo el titular con cierta desesperanza.

Downie nos cuenta con objetividad que “Cada vez más, reporteros, editores y críticos de los medios de comunicación sostienen que el concepto de objetividad periodística es una distorsión de la realidad”. Es difícil explicar en un párrafo que “objetividad” se define como “expresar o utilizar hechos sin distorsión por creencias personales, sesgos, sentimientos o prejuicios”, y acto seguido que guiarse por ese empeño lleva a los resultados contrarios.

Pero lo hace, y es con estas palabras: “Señalan” esos periodistas “que la norma fue dictada durante décadas por redactores varones en redacciones predominantemente blancas y reforzó su propia visión del mundo. Creen que la búsqueda de la objetividad puede conducir a un falso equilibrio o a una engañosa ‘equidistancia’ en la cobertura de historias sobre la raza, el trato a las mujeres, los derechos LGBTQ+, la desigualdad de ingresos, el cambio climático y muchos otros temas. Y, en las actuales redacciones diversificadas, creen que niega muchas de sus propias identidades, experiencias vitales y contextos culturales, impidiéndoles buscar la verdad en su trabajo”.

Downie se basa en el testimonio que ha recogido de 75 “jefes de prensa, periodistas y otros expertos de los principales medios de comunicación impresos, audiovisuales y digitales”. Ellos son los que le han hablado de la necesidad considerar al periodismo como algo distinto del activismo político.

Emilio García-Ruiz, editor jefe de San Francisco Chronicle, dice: “El consenso entre los jóvenes periodistas es que lo hemos entendido todo mal. La objetividad tiene que desaparecer”.

Cita a Kathleen Carroll, que se pregunta: “Objetividad, ¿con qué baremo? Ese baremo parece ser blanco, educado, bastante rico (…). Y cuando la gente no se siente representada en esa cobertura informativa, es porque no encajan en esa definición”. Otra activista, cofundadora de Chalkbeat, dice que se preguntan constantemente “¿es esto lo que haría una organización antirracista?”. Al parecer, Elizabeth Grenn entiende que estar en contra del racismo exige vestir la realidad de determinado modo, como si la afirmación “el racismo es un error” no fuera una verdad límpida y prístina.

Es una reflexión interesante. Lo que llama la atención es ese acento en cuestiones que no tienen nada relevante que aportar al ejercicio del periodismo, como la raza o la orientación sexual de los periodistas, o de los lectores, pero no menciona la diversidad ideológica. Casi diría el choque ideológico entre una profesión que está muy a la izquierda; mucho más que el conjunto de la sociedad. Carroll no se pregunta aquí: “Objetividad, ¿con qué baremo?”.

Se puede ver la cuestión de la objetividad desde el reverso de la verdad; desde la mentira. Joseph Kahn, editor ejecutivo de The New York Times, dice: “No quiero lanzar etiquetas como ‘racista’ o ‘mentiroso’ a diestro y siniestro, las pruebas deben ser contundentes. Pero creo que es cierto que, cuando las pruebas están ahí, no deberíamos recurrir a un lenguaje harinoso, supuestamente neutro, según el cual algunas personas lo consideran una falsedad, mientras que otras no. Cuando las pruebas están ahí, debemos ser claros y directos con nuestra audiencia y decir que no creemos que haya múltiples lados en esta cuestión, que esto es una falsedad. Y la persona que repite esta falsedad una y otra vez es culpable de mentir”.

Si se puede mentir es que habrá una verdad. Si esa verdad de las cosas existe, podemos intentar acercarnos a ella. Pero el punto de vista de estos activistas es distinto: la verdad es la propia ideología, y la mentira es todo lo que se le oponga; cierto, falso, erróneo, ¡científico!, da igual. No estamos aquí para hablar sobre el mundo, sino a transformarlo con palabras.

Foto: Gayatri Malhotra.


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