Se sabe que el pánico es lo contrario de la acción racional. ¿Cómo se ha llegado al extremo de que una chica que pide lo contrario a la acción razonada sea venerada como profeta por los editores de ciencia, y no sólo por ellos? ¿Cómo se ha llegado al extremo de que, si haces esta pregunta, te catalogan como un molesto «enemigo de Greta»? ¿En qué se diferencia un «enemigo de Greta» de un «negacionista del clima»? ¿Por qué la gente piensa en esas categorías?
Dejemos de lado hoy estas preguntas y el run run del alarmismo y pasemos a dar unas vueltas por la cuestión de la acción: ¿qué hacemos ante el Cambio Climático? Investigadores estadounidenses han estudiado el escenario de una guerra nuclear entre India y Pakistán en 2025. Describen las consecuencias como una edad de hielo global: las explosiones nucleares y los incendios provocados liberarían enormes cantidades de humo. Según el escenario, este humo llegaría a la estratosfera y reduciría la radiación solar. La consecuencia: las temperaturas en la Tierra bajarían entre 3 y 5,5 grados centígrados. Esto alcanzaría aproximadamente el nivel de la última gran edad de hielo hace 21.000 años. En otras palabras, el planeta podría enfriarse. También habíamos podido observar el efecto de enfriamiento de grandes erupciones volcánicas (Krakatoa 1883, Tambora 1915, Monte Pinatubo 1991), aunque de forma menos drástica.
El actual movimiento de protección del clima parece caracterizarse por dos sentimientos: la reconfortante sensación de superioridad moral representada por la hipocresía del Príncipe Harry o Leonardo diCaprio y la gloriosa desesperación de Greta Thunberg
Los humanos influimos en el clima. Por el momento, principalmente de forma no intencionada a través de la emisión de gases de efecto invernadero. En el peor de los casos, a través de guerras devastadoras (que serían una verdadera catástrofe mundial y cuya prevención quizá debería preocuparnos más). En el futuro, sin embargo, esperemos que nuestra acción sobre el medio natural sea más planificada, controlada y racional. Conocemos los mecanismos para influir en las temperaturas globales mediante tecnología. Y si las temperaturas suben más rápido o más alto de lo que quisiéramos en los próximos siglos, entonces deberíamos plantearnos hacer algo.
Paralelamente, debemos prepararnos para la era post-fósil a medio plazo. Llegará en algún momento. Ya sea porque abandonamos el uso del carbón, el gas y el petróleo por razones de control climático, o porque tenemos alternativas mejores y más eficientes y abandonamos las energías fósiles por razones de coste. La energía nuclear puede suministrar a medio y largo plazo cantidades ilimitadas de energía con un consumo paisajístico mínimo y bajos costes. Por eso se están desarrollando nuevos conceptos de reactores en todo el mundo. Quizá también España supere algún día el tabú paralizante que rodea a esta opción. Un dato de la mano de Rainer Klute: «Alemania podría abastecerse completamente de electricidad durante 250 años sólo con los elementos de combustible usados en las distintas instalaciones de almacenamiento provisional. Así, los reactores de la llamada Generación IV no sólo resolverían el problema del almacenamiento final, sino que también ampliarían la cantidad de uranio utilizable entre 50 y 80 veces, de modo que bastaría para generar electricidad durante decenas de miles de años, y todo ello de forma respetuosa con el clima y sin emisiones.»
Sin embargo, el grupo de presión ideológico y económico a favor de la energía eólica y solar es tan fuerte en este país que podemos estar seguros de que España estará en la cola de la revolución nuclear. Porque las energías renovables, cuya promoción ya ha superado el nivel de lo razonable, sirven para evitar el mejor desarrollo de la energía nuclear y, por tanto, evitan la solución más rápida al problema climático.
Pero hay otras opciones, más allá de la energía nuclear (o a su lado). Podemos reducir artificialmente la radiación solar, mediante la llamada Gestión de la Radiación Solar (SRM) según el modelo de los volcanes. También tenemos la posibilidad de eliminar o mantener fuera de la atmósfera los gases que afectan al clima de diversas maneras. En la actualidad se está debatiendo este tema bajo el epígrafe de «emisiones negativas». Podemos producir productos químicos o combustibles a partir del CO2. Podemos utilizarlo en la producción de hormigón. Podemos capturarlo de los gases de escape de las centrales eléctricas y almacenarlo bajo tierra (Captura y Almacenamiento de Carbono – CAC). Podemos extraerlo del aire a través de los árboles y luego utilizar la madera para la construcción o fabricar biocarbón a partir de él y utilizarlo para mejorar el suelo. Podríamos modificar las plantas para que almacenen grandes cantidades de carbono en sus raíces.
Podemos moler la roca, que luego absorbe el CO2 a través del proceso de meteorización química (meteorización mejorada). El olivino sería especialmente adecuado. El «Proyecto Vesta» pretende esparcirlo en grandes cantidades en las playas donde las condiciones de intemperie serían especialmente buenas.
Podemos aglutinar cantidades muy grandes de CO2 en el fitoplancton y transportarlo al fondo marino con poco esfuerzo mediante la fertilización con hierro del océano. También podemos utilizar máquinas para extraer el CO2 del aire (Captura Directa del Aire) y eliminarlo. El grado de utilización de estos métodos individuales en el futuro depende de muchos factores, especialmente de su viabilidad, impacto medioambiental y coste.
¿Y reforestar? La reforestación tiene sus límites. Mientras un bosque crece, lo que lleva décadas como sabemos, elimina el CO2 de la atmósfera. Pero cuando está «terminado», su balance de CO2 está equilibrado. Libera la misma cantidad de CO2 que absorbe. A no ser que cojas madera del mismo y te asegures de que no se descompone. Por ejemplo, construyendo casas de madera.
Capturar el CO2 de los gases de escape de las centrales eléctricas es técnicamente posible, pero sigue siendo bastante caro. Un proceso de combustión completamente modificado podría cambiar eso. El llamado ciclo de Allam permite la combustión sin emisiones de los combustibles fósiles. El CO2 se produce como un subproducto puro que puede reutilizarse como materia prima o almacenarse permanentemente bajo tierra. La tecnología se está probando actualmente en una planta de demostración en Texas. Estados Unidos impulsa desde principios de 2018 las innovaciones para la extracción, uso y almacenamiento de CO2 (CCS o CCU) a través de importantes créditos fiscales de 35 dólares por tonelada de CO2 procesada para uso comercial y 50 dólares para el almacenamiento subterráneo.
Influir directamente en el clima, independientemente del CO2 en la atmósfera, es principalmente una cuestión de reducir la cantidad de energía del sol que llega a la superficie de la Tierra o aumentar la cantidad que se refleja en el espacio. Entre los enfoques que se están debatiendo se encuentra el aclaramiento de las nubes sobre el mar (marine cloud brightening, MCB) mediante la introducción de cristales de sal (esto también podría utilizarse para el enfriamiento local, por ejemplo de los arrecifes de coral, y podría debilitar los huracanes) y, en particular, la liberación de aerosoles a semejanza de las erupciones volcánicas en la llamada Gestión de la Radiación Solar (SRM). La construcción de aeronaves adecuadas para ello no supone un gran reto tecnológico y no debería ser especialmente cara.
En su cálculo de un programa de 15 años, con el objetivo de reducir la temperatura global en 0,3 Kelvin, los investigadores llegaron a unos costes anuales de 2.250 millones de dólares. Eso es menos de lo que gastan cada mes en Alemania en subvencionar la electricidad verde. Decenas de países tienen tanto el dinero como la capacidad técnica. Queda por ver si alguna vez se hará.
No me olvido la vergüenza por tomar un avión, el desprecio a los SUV’s, etc. Pero ¿qué podemos decir de eso? Los cambios en el estilo de vida de la (relativamente pequeña) parte rica de la humanidad son completamente irrelevantes en comparación con las medidas técnicas mencionadas. La magnitud de la hipocresía de los occidentales con sus altos ingresos ha alcanzado proporciones grotescas.
¿Son los «protectores del clima» las mejores personas? Tenemos que dudarlo. Además de ingenuidad y conformismo, también se encuentra mucha complacencia y a veces una visión neocolonial del mundo. La narrativa del desastre es la ideología perfecta para los ricos y poderosos. No soportan que cada Pepe, Antonia y Lucas vuele de vacaciones o se vaya de crucero. No les gusta la carne barata. No les gusta estar atrapados en los atascos porque mucha gente puede permitirse un coche. Están convencidos de que hay demasiada gente en el mundo, especialmente en los países pobres. Pero, por supuesto, prefieren advertir sobre los «refugiados climáticos» (que no existen) en lugar de los refugiados de la pobreza. Nos dicen que los pobres son los que más sufren el cambio climático. Y lo creen porque están convencidos de que dentro de 50 o 100 años los pobres seguirán siendo tan pobres como ahora y no podrán llevar una vida protegida de todos los caprichos del tiempo como nosotros. Y están convencidos de ello porque no pueden imaginar nada peor que todos los chinos y africanos alcancen nuestro nivel de prosperidad. Porque eso sí que arruinaría el planeta… piensan.
Ya hoy, más de 800 millones de personas están desnutridas, leemos en la prensa en estos días. Algunos medios lo vinculan a la crisis ruso-ucraniana, otros directamente al Cambio Climático ¿Qué significa eso? ¿Que la temperatura sólo ha subido un grado y ya hay 800 millones de personas que pasan hambre? De hecho, el número de personas hambrientas ha disminuido masivamente en las últimas décadas. En 1970, alrededor del 35% de la población de los países en desarrollo estaba desnutrida; hoy en día, la cifra es ligeramente inferior al 13%. Y los que están desnutridos no lo están por el cambio climático, sino porque son demasiado pobres para poder comprar alimentos. Se trata de una situación deplorable que las flagrantes advertencias sobre el cambio climático ocultan y, en última instancia, promueven, porque en nombre del clima se frena el crecimiento de los países pobres, perpetuando así la pobreza y el hambre. Más de cinco millones de niños menores de cinco años mueren cada año. Muy pocos de ellos de las consecuencias del cambio climático. Pero unos 700.000 de neumonía, más de 500.000 de diarrea, 350.000 de malaria.
Ahora se culpa al cambio climático de todos los problemas del mundo. Y es así que se sugiere que todos los problemas del mundo pueden resolverse con la «protección del clima». Desgraciadamente, este no es el caso en absoluto. El enfoque en la «protección del clima» impide el progreso en muchas áreas mucho más relevantes: protección frente a la pobreza, las epidemias, las inundaciones, los incendios forestales, los terremotos, etc.
Las actuales “superproducciones” de “rescate climático” se presentan como una combinación de conjura de la catástrofe y esperanza utópica de salvación a través de las fuerzas del viento, el sol, los coches eléctricos y las hamburguesas veganas. Tenemos que alejarnos de esas escenificaciones y del “virtue signaling” que las acompaña, para dar forma al mundo basándonos en una voluntad e investigación serias. Nuestro objetivo debe ser permitir que diez mil millones de personas vivan en la prosperidad de la que goza hoy la clase media occidental. Para lograrlo, el consumo de energía tendrá que aumentar sin duda de forma significativa.
El actual movimiento de protección del clima parece caracterizarse por dos sentimientos: la reconfortante sensación de superioridad moral representada por la hipocresía del Príncipe Harry o Leonardo DiCaprio y la gloriosa desesperación de Greta Thunberg. Si se aborda de forma racional el reto del cambio climático, un tercer sentimiento puede ganar la partida: la confianza en el ser humano.
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