“Repugnante”, “Mezquino” y “contrario al discurso de la Unión Europea”. De esta forma calificó el primer ministro de Portugal, Antonio Costa, el discurso del ministro de Economía de Holanda, Wopke Hoekstra, sobre España en la reunión del Consejo Europeo extraordinario.

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Hoekstra dijo que Bruselas debía investigar a países como España por no tener margen presupuestario para afrontar la crisis del coronavirus, pese a que su economía había crecido por encima de la media europea durante los últimos años.

Sus comentarios y la postura mantenida por Holanda durante esta crisis fueron el motivo de las duras declaraciones de Costa. Según informa el Jornal de Noticias, el primer ministro portugués dijo además que “ese discurso es repugnante en el marco de la Unión Europea”. Y añadió que la intervención de Hoekstra era de una “absoluta inconsciencia” y de una “mezquindad recurrente” que “mina completamente el espíritu de la UE y es una amenaza para el futuro de la Unión”.

Detrás de esta polémica está la pretensión de determinados países, entre ellos España, de mutualizar la deuda entre los estados de la Unión Europea como medida para poder afrontar la crisis del coronavirus. Algo a lo que se oponen Alemania y Holanda.

Cierto es que la crisis del coronavirus tiene una especial gravedad, y que sus efectos sobre la vida y la economía podrían ser devastadores si no se adoptan iniciativas conjuntas que alivien el insólito doble shock, de oferta y demanda, que el confinamiento y cierre de fronteras están suponiendo. Pero no menos cierto es que la mutualización de la deuda exigiría ciertas obligaciones, como la armonización fiscal y la disciplina presupuestaria, que algunos pretender ignorar dada la urgencia de la situación. De lograrlo, mutualizar la deuda podría exacerbar aún más el descontrol presupuestario de los estados poco disciplinados en perjuicio de los más disciplinados. Así que la postura del ministro holandés tiene también su fundamento.

Lo que ahora son miles de muertes podrían convertirse en centenares de miles si los países miembros de la Unión Europea dan la espalda a sus vecinos del sur y optan por el sálvese el que pueda

Ocurre que sobre la discusión pesa una enorme carga moral, por cuanto la presente crisis está suponiendo la muerte de miles de personas, y muchas de estas muertes son producto, no ya de la propia letalidad del virus, sino del colapso de los sistemas sanitarios y la falta de recursos de Italia y España, países a los que posiblemente se sumará en breve Francia.

En cuestión de poco tiempo lo que ahora son miles de muertes podrían convertirse en centenares de miles si los países miembros de la Unión Europea dan la espalda a sus vecinos del sur y optan por el sálvese el que pueda. Es en este punto donde la eficiencia, que es el santo y seña de los estados del norte, choca con un sentimiento que trasciende el frío cálculo económico.

Antes de continuar hay que señalar que en esta discusión existe también un cierto oportunismo ideológico: algunos políticos pretenden utilizar esta crisis humanitaria para sabotear la ortodoxia económica alemana (equilibrio presupuestario entre ingresos y gastos) e imponer a hechos consumados la Teoría Monetaria Moderna (TMM, también conocida por el acrónimo inglés MMT, de Modern Monetary Theory) que es básicamente una teoría de corte socialista.

Pero más allá de esta salvedad, es evidente que la crisis del coronavirus esta poniendo de relieve dos formas distintas de entender no ya Europa sino la propia civilización europea: la del sur y la del norte.

Eficiencia contra sentimiento

Durante bastante tiempo se ha tendido a dar por cierto que los países del norte y Centroeuropa son bastante más civilizados que los del sur. Como argumentos de peso se suele aludir a la mayor disciplina de sus ciudadanos, la superior eficiencia de los funcionarios y técnicos de sus administraciones públicas y la transparencia de sus instituciones. De hecho, muchos españoles, italianos o portugueses desearían que en determinados aspectos sus países asimilaran las cualidades de norte, pero al mismo tiempo reniegan de los rasgos de esas sociedades, como su propensión al aislamiento individual, que no individualismo, y su déficit de sentimiento, que no sentimentalismo.

En este choque de “culturas” norte-sur, que la crisis del coronavirus ha agudizado, las declaraciones del epidemiólogo holandés Frits Rosendaal han sido la gota que ha colmado el vaso. Y es que, según recoge el diario online holandés UN, Rosendaal dijo que “en Italia la capacidad de las unidades de cuidados intensivos se maneja de manera muy diferente. Allí incluyen a personas que no incluiríamos nosotros porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana”.

Rosendaal no es un experto cualquiera, es el responsable de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden y una de las voces con mayor peso entre quienes asesoran al gobierno holandés en esta crisis. Curiosamente, de Leiden es también el juez de la Corte Suprema holandesa Huid Drion, que se hizo popular por proponer una píldora suicida de administración gratuita para los mayores de 70 años. Un debate que se había reabierto este año en Holanda, antes de que estallara la pandemia.

Si la civilización es eficiencia, la respuesta parece evidente: sí, alemanes y holandeses son más civilizados que españoles e italianos. Pero si la civilización es el sentimiento que da forma a la sociedad, aquello que le otorga su figura, ya no parece tan claro

Evidentemente no debemos tomar el todo por una parte. Las sociedades no son entes simples y uniformes sino organismos complejos y diversos. Los holandeses no son un ejército de clones, no piensan todos igual, ni siquiera por el hecho de ser holandeses comparten exactamente la misma moral.

Sin embargo, a pesar de que cada holandés tenga su propio parecer, lo que en la práctica define a una sociedad es su organización; es decir, su Estado. Y es en las líneas maestras de ese Estado donde podemos identificar una determinada cultura que, se quiera o no, concierne a todos los ciudadanos holandeses, y de la cual se colige que su sociedad tendería a primar la eficiencia por encima de los sentimientos.

Es en esta dicotomía eficiencia/sentimiento donde radica el conflicto entre dos formas de civilización que, aun partiendo de la misma, parecen ser antagónicas. Sobre este antagonismo se ha establecido una creencia incuestionable: que el norte de Europa es más civilizado que el sur.

Pero ¿en realidad es más civilizada la sociedad holandesa que la española?, ¿o acaso lo es más la alemana que italiana? Si la civilización es eficiencia, la respuesta parece evidente: sí, alemanes y holandeses son más civilizados que españoles e italianos. Pero si la civilización es el sentimiento que da forma a la sociedad, aquello que le otorga su figura, ya no parece tan evidente. Podría ser que españoles e italianos fueran más civilizados que alemanes y holandeses.

Para tratar de dilucidar la primacía cultural de unos respecto de otros, podríamos empezar a enumerar logros e hitos históricos, incluso aludir a las divergencias culturales que derivan de las raíces religiosas de católicos y protestantes. Más de un lector posiblemente sugeriría remontarse a la antigua Grecia, al Imperio Romano o hacer valer el Imperio Español, en el que, dada su enorme extensión, no se ponía el Sol. Pero quizá no sea necesario hacer ese largo e incierto viaje.

Una postura ante el mundo

Soy de la opinión de que, para que una sociedad pueda considerarse de verdad civilizada, no basta con que sea ilustrada y tecnológicamente avanzada, es necesaria también la comprensión mutua entre sus miembros, la empatía… el sentimiento. Cuando Aristóteles señala la relación entre el surgimiento de los mitos y la filosofía, pone de relieve que la filosofía nace del asombro; esto es, que el sentimiento antecede a la razón. Las personas razonamos sobre aquello que nos atrae, sobre lo que previamente genera en nosotros un sentimiento. Así, la civilización es, antes de nada, una postura ante el mundo.

Evidentemente, el sentimiento es sólo un primer paso que la razón debe evaluar y aquilatar, porque, como la historia nos enseña, nada hay más destructivo que un sentimiento equivocado. Pero, hecha esta necesaria observación, cuando el sentimiento que anima el surgimiento de una civilización desaparece, la sociedad se reduce a una comunidad empírica donde lo eficiente prevalece sobre cualquier otro valor. Entonces la civilización puede, paradójicamente, degenerar en barbarismos como, por ejemplo, abandonar a su suerte a los mayores porque, según el imperio de la eficiencia, la edad sería el único factor para determinar el valor de una vida.

Son los sentimientos los que nos vinculan con los mayores y también con los más jóvenes. Burke lo advirtió cuando dijo que quienes no se preocupan por sus ancestros tampoco se preocuparán por sus hijos

Es evidente, en mi opinión, que la pérdida del sentimiento conlleva el deterioro de las relaciones humanas. Al fin y al cabo, son los sentimientos los que nos vinculan con los mayores y también con los más jóvenes. Burke lo advirtió cuando dijo que quienes no se preocupan por sus ancestros tampoco se preocuparán por sus hijos. Desde este punto de vista, la actitud de Frits Rosendaal es un fiel reflejo del hombre moderno del norte, que, rendido a la eficiencia, decide sacrificar a los ancianos, fríamente, sin remordimientos ni malicia. Al fin y al cabo, el conocimiento de la realidad material, tal cual, sin mediar ideal alguno, es el conocimiento de la muerte.

No hace mucho la vejez era venerada por ser la depositaria de la sabiduría y vínculo con el pasado, y lo que se consideraba propio del hombre civilizado era salvaguardar a los mayores. Ahora que el conocimiento se ha universalizado y el pasado se ha vuelto una carga irritante y prescindible, los ancianos son identificados como una amenaza para el sostenimiento del Estado de bienestar… excepto en los países del sur de Europa, que, aunque sin duda poco a poco van dejando también atrás el sentimiento, aún conservan el suficiente heroísmo como para no dejarse vencer por la eficiencia científicamente programada.

En estos días, sin embargo, estamos contemplando sucesos sociológicos aparentemente contradictorios. Vemos en las noticias como los alemanes, habitualmente más reservados, salen a los balcones y ventanas para confraternizar con sus vecinos, mientras que los españoles, tan refractarios al distanciamiento social, están demostrando de forma abrumadoramente mayoritaria una disciplina ejemplar en el confinamiento. En ambas actitudes no hay contradicción alguna. Los alemanes, ante una amenaza existencial real, han sentido la necesidad de la socialización. Mientras que los españoles aceptan el sacrificio porque saben que así se mantienen a sí mismos y a los demás a salvo. En ambos casos lo que ha prevalecido es el sentimiento, aderezado en su justa medida por la razón.

Eso es la civilización.

Foto: Dario Veronesi

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