No creo que la pregunta del momento sea cuáles son las causas del fracaso de la izquierda. Pero esa es la doliente pregunta a la que varios autores quieren dar respuesta desde la revista Minerva. Víctor Lenore, por quien conozco estas reflexiones, dice que “la sensación final es de resaca, derrota y cansancio”.

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Creo que el fenómeno que merece explicación es más bien el contrario. Por qué una organización como la ONU asume del alfa al omega todas las causas de la izquierda, desde el ecologismo sobre la base de la eliminación del crecimiento económico a la ideología identitaria, pasando por el multiculturalismo, el control de la población, y demás. O por qué todo el mundo entiende que se acepte como un miembro más del concierto democrático a un partido comunista, como es Podemos, pero no a uno conservador, como es el caso de Vox. O por qué el PP se ve compelido a asumir los objetivos y las políticas de la izquierda, pero el PSOE se siente con total libertad para rechazar todos los postulados en el centro o a la derecha. Yo me preguntaría qué factor explica que se asuma, con naturalidad, que se imponga por ley una visión de izquierdas de la historia reciente de España. O por qué los medios no pueden sacudirse el corsé de la corrección política.

¿Por qué ha fracasado la izquierda? O, expresado de otro modo, ¿por qué sigue teniendo algún papel en la sociedad la derecha? Una parte de las explicaciones proviene de esa realidad que se resiste a someterse a sus postulados

Podríamos seguir señalando asimetrías en la política actual, todas marcadas por un vector que siempre señala en el mismo sentido. Pero estos autores escriben, ya nos lo ha dicho Lapuente, con el ánimo desencantado. Y, en verdad, no podría ser de otro modo. La izquierda, cualquier izquierda, está poseída por un ánimo totalizador. La izquierda quiere convertir la sociedad actual en otra cosa; transformarla, conducirla a tal o cual borrador de sociedad futura y perfecta. Como la realidad se resiste a ahormarse a sus planes, el progresista está abocado a vivir en una permanente frustración. El conservador siempre está dispuesto a transigir con la realidad, y si cae en el pesimismo es porque la cultura se aleja cada vez más de lo que considera reconocible y valioso.

Todos los autores son menores de 35 años. La combinación entre su juventud, el adanismo de nuestra sociedad y el presupuesto de la izquierda de que todo es posible les debería conferir un optimismo irrefrenable, pero no es así.

Jorge Tamames, jefe de redacción de Política Exterior, cree que la izquierda está ganando el debate intelectual, apoyada en autores como Thomas Piketty (desigualdad), Mariana Mazzucato (el oxímoron del Estado empresario), Mark Blyth (contra la austeridad de ese Estado) u otros. Pero, como digo, nunca es suficiente. Los autores ofrecen alguna explicación al éxito menos que total de la izquierda.

¿Por qué ha fracasado la izquierda? O, expresado de otro modo, ¿por qué sigue teniendo algún papel en la sociedad la derecha? Una parte de las explicaciones proviene de esa realidad que se resiste a someterse a sus postulados. “La cultura es el dispositivo humano para operar socialmente, pero la única cultura universal es la del mercado: la libertad entendida como ejercicio de la voluntad individual en términos contractuales, la asignación de los recursos colectivos vía competición (sic)”, dice Lídia Brum, economista. Helena Castellá, politóloga, dirá que el poder, en una sociedad como la nuestra, sólo puede ser de derechas.

Otra parte de su explicación, más interesante, apunta a la responsabilidad de la propia izquierda. ¿Cómo no darle la razón a Brum aqui?: “Si queremos posibilitar el único proyecto verdaderamente transformador, que es el de la igualdad, tenemos que pensar desde la humanidad universal”, y no hacerlo desde “el repliegue identitario”. Laura Casielles, periodista, dice que la izquierda busca “la salvaguarda de lo común, el empeño en que todo el mundo pueda vivir con dignidad por encima del beneficio particular”, en un entorno de “responsabilidad mutua y el desarrollo colectivo”. Pero no precisa si esa búsqueda de “lo común” se compadece con la fragmentación identitaria. Otras explicaciones son más operativas. La vía de los nuevos partidos de izquierda no ha logrado acabar con nuestro sistema político-económico.

Pero “el electorado clásico de los partidos de izquierda –el obrero manual– viene perdiendo peso desde hace años” (Guillem Vidal), y la socialdemocracia muere lentamente de éxito. Y si la ideología identitaria es una vía muerta, habrá que blandir otras banderas, como la del cambio climático (Vidal, Layla Martínez) o la digitalización como epítome del capitalismo de última hora.

Un artículo escrito por Óscar Guarindo Martínez parece apuntar en el mismo sentido: el desconcierto entre la izquierda instalada ante la pujanza de discursos que están en las cajas abandonadas en el sótano de esa corriente política.

El desencanto que, sí, traslucen estos nueve artículos apretados en siete páginas, tiene la mirada puesta sobre todo en la capacidad de tracción política de las identidades. Tamames quiere recuperar la “infraestructura cultural e institucional” que tan bien le funcionó a la izquierda, formada por “la sintonía entre trabajadores organizados en sindicatos, movimientos sociales pujantes y economistas keynesianos”. Ese conjunto abigarrado y en ocasiones contradictorio de pequeñas revoluciones sin más elemento común que la lucha contra la democracia liberal, no parece un terreno propicio para reconstruirla. Por eso varios de los autores buscan animar a los electores con grandes proyectos que nos afectan a todos, como es el del medio ambiente.

Al final, lo que se ha perdido con los nuevos racismos, sexismos y nacionalismos es la identidad de la propia izquierda.

Foto: Gabe Pierce.


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