Lo decía Woody Allen con mucha gracia: “Sí, claro, el dinero y la felicidad no son lo mismo, por supuesto. Sólo que hay que ser muy, muy experto para saber diferenciarlos”. En fin, como profesional que depende de lo que trabaja para cobrar, no puedo estar más de acuerdo. Trabajar, ya lo saben, es una maldición bíblica. Hay quien se ve a sí mismo como un agente de Dios en la Tierra y quiere convertir el trabajo en una maldición. Pero ya lo decía San Pablo: “Quien no trabaje, no comerá”.

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Es verdad que trabajo e ingreso no tienen por qué tener una relación de metonimia. Se puede ingresar sin trabajar, si uno ha adquirido algún capital que le provea de una renta. La idea de que tus renuncias de ayer sufraguen una parte de tu consumo presente debe de ser muy remuneradora, también en el ámbito espiritual.

Es verdad que la riqueza es peligrosa. Sólo tenemos que ver a las estrellas del rock: se hacen muy pronto con medios ingentes con los que destruirse a sí mismos. Si la riqueza potencia la acción, que tu acción sea beneficiosa o no depende de cuáles sean tus preferencias

El dinero provee de una oportunidad general: como el dinero es líquido y se puede intercambiar por cualquier otro bien en cualquier momento, y en cualquier cantidad, sin que pierda valor, tener más dinero, o más renta, nos permite cubrir más necesidades, o satisfacer más deseos, o cumplir con más objetivos. Y aunque la felicidad no parece ser tan sencillo como eso, tampoco puede quedar muy lejos.

Es verdad que la riqueza es peligrosa. Sólo tenemos que ver a las estrellas del rock: se hacen muy pronto con medios ingentes con los que destruirse a sí mismos. Si la riqueza potencia la acción, que tu acción sea beneficiosa o no depende de cuáles sean tus preferencias, no sólo de si puedes cumplirlas o no por los medios que puedas poner a tu alcance. E igual que el uso de la riqueza puede ser perjudicial para uno, lo puede ser para los demás.

Pero no voy a hablar de esto último, porque lo que me interesa es recoger, aquí, las conclusiones de un estudio que vincula riqueza y felicidad. La felicidad, lo he contado aquí en varias ocasiones, es objeto de estudio, sobre el que se vuelca un creciente interés. Bien está que podamos levantar la mirada de la satisfacción directa de nuestras necesidades a la aspiración de procurar, y procurarse, una buena vida. Eso es así porque la pobreza es ya un vestigio histórico. Es real, y sigue siendo el principal problema que enfrenta la humanidad. Pero lo es para un porcentaje, y para un número, decreciente de personas.

El estudio ofrece una conclusión que no sé si calificar de lógica, siguiendo las palabras de Allen, o chocante. A mí, la verdad, me ha sorprendido. Matthew A. Killingsworth y su equipo han observado que por lo que se refiere a la felicidad, nunca es suficiente.

Me parece chocante porque si me dieran la opción de darme, no sé, 5 millones de euros o mil, elegiría cinco sin ninguna duda. Quizás si tuviese 25 años elegiría la segunda opción, pero a medida que el horizonte parece más cercano quiero centrarme en mis viejos proyectos personales. Y mil millones de euros son una bestia que hay que domar, o al menos cuidar. Y no quiero dedicarme a eso. Bien es cierto que nadie ha tenido la generosidad, ¡y el talento!, de ponerme ante una disyuntiva tal. Vaya a saber qué elegiría en última instancia.

Killingsworth nos muestra el problema que guía su investigación con estas palabras: “¿Existe un punto a partir del cual más dinero deja de estar asociado a una mayor felicidad? En una investigación reciente, he descubierto que la felicidad aumenta de forma constante, al menos hasta los ingresos de cientos de miles de dólares al año. Pero, ¿qué ocurre a partir de ahí? ¿Se estanca la felicidad, disminuye o sigue aumentando?”.

¿Cómo quiere obtener resultados significativos? Lo citamos de nuevo: “Para averiguarlo, comparo la felicidad de una amplia muestra estadounidense con ingresos diversos con la felicidad de dos muestras de alto poder adquisitivo, utilizando una medida de la felicidad casi idéntica. Los resultados muestran una considerable tendencia al alza: los individuos ricos son sustancial y estadísticamente más felices que las personas que ganan más de 500.000 dólares al año”.

Es más, la diferencia en felicidad entre los muy ricos y los que “sólo” ganan medio millón de dólares al año casi triplica la que hay entre los más ricos y quienes estamos en la parte baja de la escala. Killingsworth nos llama “los participantes no muy felices con bajos ingresos”. Personalmente, esto me da mucha esperanza. Me considero una persona feliz, aunque no exultante, y veo que aún puedo mejorar. ¡Gracias, Killingsworth!

Nuestro investigador ha trabajado con una muestra de 33.269 trabajadores que viven en los Estados Unidos, y que tienen entre 18 y 65 años. Trabajan todos, por tanto. Y ha escogido a quienes ingresan, al menos, 10.000 dólares al año; una cantidad ridícula en aquel país. Y ha recabado sus valoraciones sobre su nivel de felicidad por medio de www.trackyourhappyness.org. Utilizando la misma metodología, se ha acercado a los que son verdaderamente ricos desde otra muestra, recabada por G. E. Donnelly en otro estudio.

Y las conclusiones ya las he adelantado, pero las vuelve a exponer: “Los individuos ricos son considerablemente más felices que los que más ganan en el grupo de ingresos. Esto es coherente con la posibilidad de una relación creciente entre más dinero y mayor felicidad que se extiende mucho más allá de los ingresos de cientos de miles de dólares al año”.

Eso sí, el informe advierte de que quien es un desgraciado de joven, o con pocos ingresos, lo va a ser también cuando nade en millones de dólares, o de euros. No hay nada automático en el alma humana.

Este estudio es más importante de lo que parece. Porque, aunque no se trata de lo mismo, desde la teoría económica se ha trasladado la utilidad marginal decreciente de los bienes al dinero. Una traslación impropia, acientífica, pero que ha llevado a varios economistas (Friedrich von Wieser, A. C. Pigou) a proponer que cada unidad monetaria de las personas que tienen ya mucho dinero aporta menos utilidad que la que se suma a quienes menos tienen. Es la justificación teórica de la progresividad en los impuestos.

Esta idea ha sido descartada sin posibilidad de retornarla al ámbito científico con el argumento de que no se pueden hacer comparaciones interpersonales de utilidad. Sencillamente, no podemos decir que la utilidad de esos, digamos, cien euros más a un rico será menor que quien los recibe si es, por ejemplo, yours truly. Este estudio no desmiente las ideas de Wieser. Un estudio empírico no puede confirmar o desmentir las conclusiones de la teoría económica. Pero sí sugiere que esa idea podría ser falsa.

Foto: Jp Valery.

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