En plena escalada de los IPCs de muchos países occidentales, algo que la mayor parte de los mortales confunden con inflación, conviene describir los procesos microeconómicos que producen dichas subidas, aunque solo sea para apuntar que el empresario no es el malo de esta película.
Antes de ir con ello, recordemos algo muy simple: no es lo mismo la inflación que el IPC (Índice de Precios al Consumo), aunque haya mucha gente, interesada o ignorante, que los mezcle. La inflación es un fenómeno monetario que consiste en crear dinero de la nada e inyectarlo en la economía, algo que solo pueden hacer los monopolistas en la emisión del dinero, esto es, los gobiernos a través de esos organismos que nos venden como independientes llamados bancos centrales (el BCE en la Unión Europea, la FED en los EEUU, y los análogos en cada país).
Lo que es seguro para el empresario es que, si sube los precios, puede perder ventas, y seguramente lo haga
Cuando estos organismos meten dinero en la economía, en realidad están “inflando” la base monetaria, de ahí el nombre de lo que hacen. Al crear dinero de la nada[1], el valor de cada unidad preexistente de dinero desciende. Como es sabido, valor depende de utilidad y cantidad disponible, y si aumenta ésta sin variar aquella, el valor tenderá a bajar. Esa bajada del valor del dinero se observa en la tendencia de todos los bienes y servicios a subir. Lo que pasa es que el dinero de nueva creación no se dirige por igual a todos los bienes, y normalmente empieza su paseo por los mercados de capitales. Eso es lo que se ha experimentado desde que comenzaron las inyecciones con la crisis de 2008, como se puede observar siguiendo la evolución de los índices bursátiles y de la deuda pública. O sea, lleva habiendo inflación desde 2008, lo que pasa es que solo ahora se empieza a ver significativamente en los bienes de consumo, porque por fin está saliendo el dinero del ahorro y la inversión para dirigirse a esta finalidad.
Esto es inevitable: la gente no ahorra dinero como objetivo final, sino para poder consumir en un momento futuro. Luego, tarde o temprano, ese dinero de nueva creación transita de los mercados donde se ha ahorrado a los mercados de consumo, y hace que suban los precios también de nuestra comida.
A quien le digan que los bienes de consumo están subiendo en los últimos meses por la guerra de Ucrania o milongas similares, simplemente que se pare a pensar lo siguiente: si por la guerra de Ucrania está subiendo el precio de los cereales, es lógico que suba el pan, y la gente tendrá que dedicar más dinero de su salario a comprarlo; pero eso implicará que le queda menos dinero para comprar otras cosas, y el precio de estas otras debería bajar. Entonces, ¿por qué sube todo[2]? La explicación es, por supuesto, la dada unos párrafos más atrás.
Pero vamos ya con el drama a que apunta el título. Las subidas de precios son, claro, un drama para los consumidores. Ven que su renta o salario se devalúa y que ya no pueden comprar tanto como antes. Ello puede causar penuria a las clases más desfavorecidas, no en vano a la inflación se le califica como el impuesto de los pobres.
Junto a este, hay otro drama igualmente importante, pero desdeñado normalmente por la opinión pública y no digamos políticos y funcionarios. Es el drama del empresario que se ve obligado a subir el precio de sus productos. Lo estamos viviendo cada día, cuando vemos declaraciones en prensa de representantes de sectores que, compungidos, nos anuncian que, de seguir las cosas así, “se verán obligados a subir los precios”.
Parece contra-intuitivo. Estamos acostumbrados a ver al empresario como alguien que solo busca el beneficio, y lo primero que se piensa es que la mejor forma de conseguir ganar más dinero es subir los precios. Y claro que es cierto que el empresario solo busca su beneficio, como cada uno de nosotros, sea monetario o psicológico. La cuestión es que no está nada claro que una subida de precios aumente sus beneficios. Lo que es seguro para el empresario es que, si sube los precios, puede perder ventas, y seguramente lo haga.
Por tanto, solo obtendrá beneficios de una subida de precios en unas determinadas condiciones: que pierda un porcentaje de ventas inferior al porcentaje que sube el precio. Los economistas dicen que las subidas de precio solo son rentables si la curva de la demanda está en un punto inelástico. Desgraciadamente, ni ellos ni los empresarios saben cuándo la demanda está en tal posición.
Lo que sí parece obvio es que el empresario que crea que puede ganar más dinero subiendo los precios, lo hará, no tiene que pedir, en principio, permiso a nadie. Y los seguirá subiendo mientras crea que así gana más dinero. Ergo, el precio que vemos en el mercado tiende a ser precisamente aquel que el empresario cree que ya no puede subir sin perder dinero.
Evidentemente, si cree estar en ese punto, tener que subir el precio por razones exógenas será para él un drama. Sus expectativas son de perder dinero como consecuencia de tal acto y poner en riesgo la viabilidad de su empresa, y los puestos de trabajo que en ella existan. En el fondo, los empresarios querrían vender lo más barato posible y todo lo que pudieran, pero no lo pueden hacer porque cada producto supone un consumo de recursos, unos costes, que tienen que recuperar con el precio de venta para poder seguir adelante. Y es que es mucho más fácil vender con precios bajos que con precios altos.
Lo que me lleva de vuelta al proceso inflacionario. El dinero de nueva creación sale de los mercados de capitales y se va a los productos de consumo. Los elegidos (quizá el último iPhone) tiran al alza de los factores de producción involucrados. Recuérdese, hay más dinero para la misma producción. Esa subida de precios en los factores afecta a los específicos y a los no específicos, y las subidas en los no específicos aumentan los costes de los demás empresarios que los usan, no receptores del dinero de nueva creación. Tarde o temprano, estos ven que tienen que subir el precio de su producto para mantener su viabilidad, y se desata el drama.
Será entonces cuando imploren la comprensión del consumidor, que básicamente es decirle que, por favor, mantenga su demanda pese a la subida de precios. El problema es que a ese consumidor tampoco le han subido el salario, y no va a poder mantener su demanda en todos los sectores que se lo están pidiendo. En consecuencia, habrá empresarios que al subir el precio pierdan dinero, alguno quebrará, y eso implicará una reducción de la producción en su actividad. Menos capacidad en la actividad implica mayor inelasticidad de los consumidores, que tienen menos opciones que antes, lo que sitúa a los empresarios supervivientes en una posición en la que sí pueden subir el precio de forma rentable, y volver ser viables en una situación de costes incrementados.
En el nuevo “equilibrio”, hay menos consumo, menos empresarios, y toda la sociedad está peor. Y podemos bajar el telón del drama de la subida de precios. O podríamos, si no fuera porque las autoridades vuelven una y otra vez a insuflar dinero a la economía para salvarla, y desatan de nuevo el drama, no solo para consumidores, también para los empresarios.
[1] Los puristas dirán que en realidad no crean dinero, sino que hace anotaciones en cuenta o cosas similares. Vale, que disculpen la imprecisión terminológica, el efecto es el mismo y así yo me ahorro complicar la exposición.
[2] Bueno, todo lo que se recoge en las cestas de los IPCs de cada país.
*** Fernando Herrera, Doctor Ingeniero de Telecomunicación, licenciado en CC Económicas y Diplomado en Derecho de la Competencia.
Foto: Mathieu Stern.